BENGASI.  “Fue un niño de doce años, cogió el RPG al hombro y disparó contra el primer autobús de mercenarios. El fue el primero en frenar el avance enemigo”, repiten los vecinos que acuden en peregrinación a la carretera que une Bengasi con Ajdabiya, la vía por la que los leales a Gadafi intentaron la conquista de la capital rebelde. Resaca de la batalla, momento para la épica. En el barrio de Goarsha, frente a la universidad Garyounis, este niño anónimo es el nuevo héroe. Nadie sabe su nombre, ni donde vive, ni tampoco le vieron disparando, pero no dudan de que es cierto y dan todo tipo de detalles como que viajaban 55 hombres en el autobús y que tenían la misión de llegar a la plaza de la ciudad e izar la bandera verde de Gadafi.

Los alrededores de Bengasi son un museo viviente de la guerra con vehículos calcinados aun humeantes. Autobuses, furgonetas pick up, camiones y, la pieza más fotografiada y celebrada, tanques. “Es horrible, realmente tenía la intención de matarnos a todos, fíjate qué cantidad de tanques. Es horrible”, repite Munir, ingeniero en telecomunicaciones que nada más despertarse ha cogido el coche y ha enfilado hacia el sur. No se ha detenido hasta llegar a la localidad de Jarotha, a 35 kilómetros de la ciudad, donde media docena de blindados machacados desde el aire por aviones franceses se han convertido en lugar de peregrinación. Fue el primer ataque de la operación ‘Odisea al amanecer’, un duro golpe para las fuerzas de Trípoli que no pudieron completar el castigo sobre el feudo opositor. Se quedaron a las puertas de conseguirlo. Las mismas colas de coches que ayer salían de la ciudad en dirección norte, se dirigen ahora al sur para ver en directo el espectáculo. A primera hora de la mañana los cuerpos de los soldados de Gadafi estaban aun esparcidos por el lugar, pero con el paso de las horas fueron recogidos y llevados a las morgues donde descansan en el suelo a la vista de todos aquellos que se acercan.

“¡Viva Francia, viva Sarkozy!”, grita la multitud cuando ven un extranjero. Subidos en uno de los tanques dan gracias a Dios, entonan canciones patrióticas y disparan al aire para celebrar la victoria. “Fue un milagro, 24 horas más y hubieran tomado Bengasi. Un milagro venido del cielo en el último momento”, asegura Ahmed, voluntario del ejército rebelde encargado de recoger entre la chatarra todo aquello que pueda reutilizarse. “Es como si el Barça cediera a Messi para un partido al Ahly –equipo de Bengasi- y ganáramos por goleada al Real Madrid”, bromea otro joven con una pistola en la mano que corre hacia uno de los camiones que se dirige a Ajdabiya. Muchos de los curiosos sólo están de paso para seguir rumbo al sur y seguir luchando pueblo a pueblo en un camino cuya meta final es Trípoli.
Por la carretera las ruedas de los coches pasan sobre los uniformes de los soldados de Gadafi, desaparecidos de la zona después del ataque de la OTAN. Los rebeldes, sin embargo, siguen buscando grupos gadafistas en el extrarradio de la ciudad, “unidades que se quedaron cortadas y no pudieron retroceder con el resto”, informa uno de los encargados de vigilar el acceso a la universidad de Bengasi, el auténtico cuartel general de los hombres de Gadafi durante su aproximación a la capital de los opositores. El campus está cerrado y rodeado de rebeldes que no bajan la guardia ante el riesgo de nuevas incursiones de castigo por parte de leales al coronel.

Cae la noche en Bengasi y hay que volver cuanto antes al centro urbano. Las calles se vacían. El miedo a las incursiones de castigo o el recuerdo de los recientes bombardeos han traído el miedo a la mayoría de hogares. Mujeres, niños y ancianos siguen desplazados en pueblos del norte y no regresarán hasta que la situación se estabilice. De momento la amenaza de la toma de ciudad ha sido abortada y los rebeldes vuelven tienen tiempo para seguir asentando las bases de la futura Libia.