BENGASI. Fueron sus últimos planos. Después de una vida detrás de la cámara, Hasán Al Jaber encontró la muerte en su regreso de Suluq a Bengasi. Unos desconocidos tendieron una emboscada al coche en el que viajaba con el resto del equipo de Al Jazeera y les ametrallaron frente a una enorme fábrica de cemento que preside un cruce de caminos. El viaje de Hasán y su equipo simboliza el pasado y el presente revolucionario. El alzamiento contra Gadafi vive horas de incertidumbre y mira a la lucha contra la colonización italiana para encontrar revulsivos. A menos de una hora de Bengasi se encuentra la tumba de Omar El Mojtar (1862-1931), el ‘León del desierto’ que encarnó Anthony Quinn en la película del mismo nombre en los ochenta y que durante veinte años fue la peor pesadilla de Roma.

La carretera sale de Bengasi en dirección al sur y se adentra en una zona desértica donde los pastores mueven manadas de camellos en busca de zonas de pasto que solo ellos son capaces de encontrar. Un gran parque delimitado por un muro de ladrillo guarda la tumba, que se levanta en un extremo del antiguo campo de concentración donde los italianos ahorcaron a El Mojtar el 16 de septiembre de 1931. Tras pasar la puerta metálica verde Abdulhafiz y su sobrino, Nasser, de 15 años, con el Kalashnikov al cuello dan la bienvenida a los periodistas y anuncian que esa misma tarde va a celebrarse una manifestación frente a la tumba.

El mausoleo es muy sencillo. Una gran foto del anciano líder rebelde preside un lugar en el que el muro conmemorativo está recién pintado con los colores negro, verde y rojo de la bandera anterior a la llegada de Gadafi. “Los restos fueron trasladados aquí en 2001, hasta entonces estaban en el centro de Bengasi”, informan los voluntarios que cuidan el lugar. Movimiento que la mayoría de ciudadanos del este consideran obedeció al deseo de Gadafi de poner fin a la peregrinación constante de visitas. Un poco más adelante otro monolito señala el lugar exacto en el que las fuerzas del general Graziani colgaron al líder rebelde y en la placa conmemorativa se ha borrado la parte que hacía alusión al “gran guerrero Mohamar Gadafi que sigue el camino abierto por Omar El Mujtar”.

Suluq es un pueblo anónimo al que la gente se acerca a duras penas a presentar sus respetos a El Mujtar, al que hasta el estallido de la revolución muchos jóvenes conocían sobre todo porque es la cara que aparece en los billetes de diez dinares. La llegada de periodistas es un auténtico acontecimiento. Hora de comer. No hay restaurantes abiertos, ni siquiera el bar Real Madrid de la plaza principal abre sus puertas desde el pasado 17 de febrero, así que Abdulhafiz coge el coche para traer de casa algo de pollo y preparar una barbacoa. Nasser nos muestra un campo de tiro improvisado donde practica con su arma rusa disparando contra retratos de Gadafi. Nos ofrecen la oportunidad de intentar hacer blanco, pero declinamos la oferta. Entramos en la casa de huéspedes del parque donde una maqueta con el proyecto faraónico que Gadafi había prometido a Suluq se marchita bajo el polvo. Lo único que se ha construido de momento es el muro exterior y gracias.

Llega el pollo, luego el té calentado sobre las mismas brasas e interrumpido por los gritos y disparos al aire que llegan del exterior. Un grupo de jóvenes irrumpe en el lugar al grito de “¡Fuera Gadafi!”. Ondean banderas revolucionarias y se acercan hasta la tumba de El Mujtar entre salvas repetidas de Kalashnikov. No son más de cuarenta, pero el escándalo es considerable. Queman banderas verdes del régimen y piden ser fotografiados para mostrar al mundo su odio por el dictador. Los voluntarios que cuidan de la tumba tratan de contener los ánimos sin éxito. Entre gritos y disparos, volvemos al coche para emprender viaje de vuelta a Bengasi.

Vuelta por la misma carretera. Los puestos de control rebeldes saludan con los dedos en forma de uve. Volamos por una recta interminable. Pasamos frente a la fábrica de cemento y tomamos dirección Bengasi. En pocos minutos esta factoría será testigo mudo de la emboscada contra el vehículo de la cadena qatarí Al Jazeera en su regreso de Suluq, las últimas imágenes que captó la cámara de Ali Hasán Al Jaber, asesinado a tiros después de visitar la tumba del León del desierto.