HOMS. Acaba el recreo en el patio del colegio Hasan Bin Thabet, de Bab Amr. Los gritos de los niños son lo único que rompen el silencio sepulcral en este barrio de Homs, ciudad del centro de Siria “donde por primera vez los opositores tomaron las armas contra las fuerzas de seguridad”, recuerda uno de los militares encargados del puesto de control de acceso al lugar en el que la revuelta comenzó su escalada hacia la guerra. Bab Amr fue también la primera zona urbana de Siria en probar los efectos de un cerco militar, de la artillería, los tanques y los bombardeos de la aviación del Ejército sirio. Seis años después, una nueva generación de niños del barrio y otros que han llegado con sus familias desplazados desde otros puntos de país se juntan en las aulas del centro.
“El impacto que han sufrido estos niños es enorme. En muchos casos llegan de zonas opositoras donde no han ido a la escuela y sus padres tienen miedo de traerlos de nuevo, pero a base de reuniones y de prestarles ayuda psicológica hemos logrado grandes avances. Los niños de Siria que este año entran en el primer curso tienen seis años y en su vida solo han conocido la guerra”, señala Hasan Haj Ibrahim, profesor de primaria con 27 años de experiencia docente que, como muchos de sus alumnos, es también un desplazado de la guerra. Este centro estuvo cerrado un curso entero, pero tras la salida de los grupos armados en febrero de 2012, tras un bombardeo de ininterrumpido de 25 días, comenzaron las obras de reparación y se reabrieron las puertas. Hoy cuenta con 400 alumnos.
En las paredes cuelgan los dibujos que hacen como parte de los ejercicios que ayudan a los niños a superar sus traumas. Gente viviendo en tiendas y enciendo hogueras para calentarse, niños entregando restos de cohetes y minas a sus padres, furgonetas de la Media Luna Roja, un patio con charcos de sangre bajo la lluvia de morteros, esqueletos de edificios… lo que pasa por sus cabezas traducido al idioma internacional de los lápices de colores en manos de un niño. Unos sentimientos que el último informe de Unicef tradujo en palabras al referirse a 2016 como “el peor año para los niños en Siria”. Y nada que indica que la situación vaya a mejorar a corto plazo.
La “capital de la revolución”
Si Deraa, al sur del país, es considerada la cuna de la revuelta, a Homs los manifestantes le llamaron “la capital” revolucionaria y Bab Amr fue su auténtico epicentro gracias al fuerte apoyo popular que obtuvo el entonces recién creado Ejército Sirio Libre. En esta ciudad del centro del país convivían decenas de sectas y etnias en aparente armonía, pero la primavera de 2011 reveló las fuertes diferencias internas y el odio acumulado. Poco a poco los opositores se fueron extendiendo y llegaron a controlar hasta 17 de los 36 barrios, algunos de ellos en el mismo corazón de ciudad, como la parte vieja, lo que desencadenó una guerra calle por calle que puede terminar del todo esta semana, ya que el último bastión opositor, Al Waer, ha llegado a un acuerdo con el Ejército para su evacuación.
“La culpa de todos es de los grupos armados, ellos han destrozado nuestras vidas y han acabado con el país. Los terroristas eran gente del propio barrio, ¡nuestros vecinos!”, exclama Sfuq Terkamic, bombero jubilado que asegura que solo dejó Bab Amr durante dos meses, cuando fue evacuado. La calle Musab Bin Zubair, la arteria más importante y el escenario de manifestaciones multitudinarias en 2011, está hoy desierta. Cuesta encontrar algún comercio abierto. Amer Rajab está a la puerta de su carnicería y siente “una pena profunda al ver esta soledad, pero no tenemos más remedio que seguir adelante y esperar que la cosa mejore”.
Como ocurre en Alepo, la frontera entre la vida y la muerte es de apenas unos metros. A la salida de Bab Amr se encuentran la Rotonda del Presidente, con una estatua de Hafez Al Assad, padre de Bashar y creador de la Siria moderna, y el campus universitario. El silencio y la destrucción, dejan paso al atasco que provocan los puestos de control y al bullicio de los estudiantes en las aceras. En pocos minutos al volante se cruza de nuevo la frontera a la muerte en zonas como Jaldie, Bab Hud o Bab Tedmor, lugares donde las armas callaron en 2014 y en los que el Ejército aplicó la misma estrategia que en Bab Amr. “Hay barrios enteros en los que la única solución es el derribo de todos los edificios, no hay reparación posible”, informa una funcionaria del Gobierno al preguntarle por planes de rehabilitación en marcha para estas zonas cero similares a las del este de Alepo. De momento las únicas señales de vida llegan del zoco de la Ciudad Vieja, donde la inversión del Gobierno y la ayuda de Naciones Unidas permiten la restauración de partes del antiguo corazón comercial de una ciudad que, junto a Alepo, es la que más caro ha pagado estos seis años guerra.