ALEPO. “Volví a mi casa después de cuatro años y me he encontrado una bomba en el cuarto de estar, ¿qué hago?”, pregunta Mohamed al ver un extranjero en la calle principal de Bustan Al Qaser, uno de los últimos barrios que dejaron los grupos armados de la oposición en su retirada de diciembre del este de Alepo. Mohamed acudió al Ejército sirio y le dijeron que era cosa de los rusos, pero no hay ni rastro de rusos por estas calles. Tampoco sirven de ayuda los carteles de alerta de la ONU porque se limitan a pedir a los vecinos que informen en caso de encontrar un explosivo, pero no dicen a quién. Mientras busca una solución, Mohamed ocupa una vivienda que ha encontrado más o menos en pie, un fenómeno muy extendido entre los ciudadanos que regresan a sus casas tras los cuatro años de guerra que ha sufrido la ciudad y que solo encuentran escombros.

Abdula y su familia son también ‘okupas’ en este nuevo Alepo oriental. Tiene 11 años y lleva sin ir al colegio desde hace cinco, “ya se me ha olvidado todo”, responde mientras llena dos bidones de agua de uno de los depósitos instalados por la Media Luna Roja. Se ven niños y más niños por las calles, ellos parecen los encargados de llevar el agua a las casas. Una vez que han callado las armas, la nueva batalla de los sirios es lograr el desescombro de las calles, agua y electricidad.

A diferencia de otras ciudades, Alepo permaneció tranquila durante un año y medio tras el inicio de las revueltas contra el Gobierno, pero en el verano de 2012, en un asalto sorpresa, media ciudad pasó a manos de grupos armados. Al comienzo el Ejército intentó recuperar el terreno perdido, pero ante la falta de fuerza se creó una especie de línea divisoria dentro de la ciudad que se mantuvo hasta que, con la ayuda de Rusia, se lanzó la ofensiva de finales del pasado año. Fue el momento de los grandes bombardeos, día y noche, y los efectos de la aviación y la artillería son devastadores

En An Share Sharki, como en Bustan Al Qaser o Sukkari, los grupos armados resistieron hasta el límite y el castigo fue el más duro. En la mezquita principal solo quedan en pie las cuatro paredes y el minarete desde el que un altavoz llama a la oración. Un puñado de hombres, mayores en su mayoría, caminan por el sendero que han abierto las excavadoras entre los escombros de lo que fueron bloques de viviendas. Ahmed Sarraj se siente afortunado porque, aunque su casa ya no existe, la de su hermana está en pie y allí se ha metido con sus cinco hijos. “Si los terroristas aguantaron tanto aquí es porque era la única vía de salida que les quedaba y por eso se agruparon en esta zona antes de irse para siempre y dejarnos esta enorme destrucción”, comenta desde un balcón que tiene vistas directas al interior de la mezquita ya que la cúpula está destrozada.

“El califato es la meta”

Si An Share Sharki, Bustan Al Qaser o Sukkari fueron los últimos bastiones opositores, Al Shaar fue uno de los centros neurálgicos de la revuelta desde el primer momento. En plaza Dar Shifaa se encontraban varios de los hospitales más importante de la zona este a los que “los Cascos Blancos traían a los heridos, los dejaban a toda prisa en la puerta y salían a por más”, recuerda Radwan Farawiti, dueño de un comercio desde el que ha sido testigo directo “de mucha sangre y de toda la destrucción que nos rodea, en cada bombardeo nos metíamos al sótano y rezábamos para que acabar pronto”. El comercio está de nuevo bien surtido, tienen hasta máquina para café, nada que ver con los últimos años. “No abandonamos el barrio porque aquí tenemos nuestra casa y negocio de toda la vida”, apunta mientras nos señala a lo alto de un edificio de seis pisos desde el que cuenta que los hombres de la Brigada Abu Amaro, el grupo que controlaba estas calles, tiraba a antiguos militares y policías y a homosexuales. Radwan y su familia se alimentaron de pan y salsa de tomate durante meses “porque no había otra cosa, el cerco fue muy duro” y ahora solo espera “que la gente regrese pronto, hay muchos desplazados que están esperando que acabe el curso escolar para volver… pero el problema de Siria no ha terminado con la victoria del Ejército en Alepo”.

Si en lado oeste de la ciudad no hay calles sin fotografía del presidente Bashar Al Assad, en el este las cosas eran distintas. “El califato es una meta” se lee en una de las paredes junto a otra pintada que reza “¡Abajo el secularismo!”. Los eslóganes comparten protagonismo con los anuncios que piden a los jóvenes que se alisten en el Ejército de la Conquista, coalición de fuerzas islamistas que supuso el enésimo intento de lograr una unidad imposible entre los grupos armados. Un edificio totalmente destripado muestra algunos ejemplos de lo que fue bautizado como “el arte de la revolución”, con mensajes en color como “¡Destruye, destruye, vamos a vencer!” o “¡Siria libre!” Recuerdos de un pasado sepultado entre escombros.