Un recorrido por el largo frente de Ucrania en el segundo aniversario de la invasión rusa para poner cara a los protagonistas de una guerra que se complica para los ucranianos

Ucrania entra en el tercer año de guerra en un momento complicado para sus fuerzas armadas. La ofensiva de verano fue un fracaso, miles de hombres perdieron la vida y no se recuperó terreno. Los dirigentes de Kiev lamentan la falta de ayuda de sus aliados, reclaman municiones y armas que les permitan contener al enemigo y miran con temor el posible retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Ucrania “ha pasado a la defensiva”, admite el presidente Volodimir Zelensky, una figura que también comienza a ser cuestionada por los suyos. La guerra de trincheras, la guerra de desgaste que se libra en el campo de batalla favorece a unos rusos con unas posiciones consolidadas y que ganan terreno poco a poco en el Donbás. Este es un viaje de más de 2000 kilómetros en trenes nocturnos por Odesa, por Dnipro, Zaporiyia, Primorske, Provrosk, Kramatorsk, Slavianks, Konstantinivka, Járkov y Kiev.

ZAPORIYIA. Moral baja y cansancio

Plan de viaje: Estambul-Chisinau en avión (960 km, 1h30) Chisinau-Odesa en taxi (200 km, 5 horas) Odesa-Zaporiyia en tren nocturno (700 km, 15 horas)

Vladislav tiene 27 años y ha vuelto a nacer. Abre los ojos para ver a sus familiares y amigos y no puede quitarse de la cabeza el sonido de los drones. Ellos le miran como quien ve a alguien que llega del más allá. Tiene los pulmones afectados por la metralla, un brazo roto y heridas diversas en todo el cuerpo. “En nuestra posición el enemigo envía drones armados granadas sin parar. Los ves, escuchas el zumbido. Unos aparatos te vigilan y otros te matan en cuanto notan movimiento. Yo noté que me detectaron, llegó un dron y soltó una granada, luego la segunda”, recuerda desde la cama del hospital este joven repartidor de comida a domicilio que desde septiembre combatía en la primera línea de defensa de Zaporiyia.

Tras la toma de Avdiivka, Rusia ha puesto en marcha ofensivas a lo largo de la larga línea del frente para probar a un enemigo que pasa por su momento más complicado desde el inicio de la guerra. El avance ruso en Zaporiyia se centra por ahora en Robotne y los ucranianos, sin la ayuda militar prometida por sus aliados, se limitan a defenderse.

“Tras la explosión vi que había más heridos a mi alrededor, caminé hacia la posición de mis compañeros y grité para que enviaran apoyo médico. Luego perdí el conocimiento y desperté en el hospital”, repasa mentalmente Vladislav, a quien le espera una larga recuperación por delante. Habla con una mezcla de impotencia y firmeza de un momento en el que “la moral de las tropas está baja porque no tenemos fuerza para frenar a Rusia, lo que ocurre es que hay que luchar sí o sí y por eso aguantamos”. Este joven herido pide la llegada urgente de “más y mejores drones, proyectiles de largo alcance y de precisión”.

Vehículos de evacuación

Los dirigentes políticos ucranianos y los soldados en la trinchera piden armas y municiones, los médicos militares piden además “vehículos médicos blindados para las evacuaciones, vehículos con capacidad de llegar a la línea de combate para salvar vidas porque ahora hay ocasiones en las que nuestros hombres deben caminar hasta cinco kilómetros para evacuar a un herido y en esas situaciones cada minuto cuenta”, señala el teniente coronel Roman Kusiv, cirujano que tiene a su cargo más de mil profesionales sanitarios en el frente de Zaporiyia.

Las cifras de muertos y heridos es información clasificada que ni Rusia, ni Ucrania comparten en público, pero al menos en el lado ucraniano cuentan con la información detallada de cada herido que pasa por los puntos de estabilización próximos al frente y los hospitales.

Kusiv lleva en el ejército desde 2016 y a los tres meses de la invasión rusa fue trasladado a Zaporiyia, uno de los cuatro puntos clave en la extensa línea del frente. El también percibe que “la moral ha bajado porque la gente está cansada y ve que llega menos apoyo exterior, pero esta es una guerra que no podemos perder porque el próximo paso de Rusia será ir a por Europa”.

Drones y artillería

Dmytro Mialkovskyi, cirujano bascular, es uno de los médicos del teniente coronel Kusiv y trabaja en un hospital del que no se pueden ofrecer detalles porque es un centro en el que se atiende a los soldados heridos como Vladislav. A diferencia de Israel en Gaza, “en esta guerra hasta ahora no hemos visto ataques sistemáticos a hospitales, aunque sepan que nuestros soldados están allí, eso se respeta. No ocurre lo mismo con las clínicas móviles, las hemos tenido que retirar porque atacaban una tras otra”, explica el doctor Mialkovskyi, a quien la guerra le sorprendió cuando pasaba sus vacaciones en Ucrania y ya no pudo abandonar el país por ser hombre y estar en la franja de edad entre los 18 y los 60 años.

Yaroslav Tieluskho, cirujano torácico, es otro de los profesionales encargados de la atención a militares heridos y explica que “les necesitamos a todos, hay muchos de ellos que se recuperan y vuelven a combatir. No sabemos cómo acabará esta guerra, pero sí que debemos poner todo de nuestra parte para salvar vidas”.

Los heridos como Vladislav llegan del frente y tras dos o tres días son derivados a otros centros alejados de las provincias donde hay combates. En su caso no ha sufrido amputaciones, “pero tenemos muchos casos, sobre todo cuando lanzamos la última ofensiva ya que nuestros hombres sufrieron la trampa de los campos de minas. Intentamos por todos los medios no amputar, pero a veces no hay otra opción. Contamos con buenos centros para que los amputados puedan comenzar lo antes posible con la rehabilitación y recibir sus prótesis”, explica el doctor Mialkovskyi. Atrás quedan los días de la ofensiva ucraniana en la que parecía que se podía hacer retroceder a los rusos. La realidad en el segundo aniversario de la guerra dibuja un panorama con unos ucranianos a la defensiva y unos equipos médicos que ya notan el empuje ruso. (Puedes clicar aquí para ver el vídeo de esta etapa del viaje)

Prymorske. Un oasis con niños en el frente

Viaje: Zaporiyia – Prymorske en coche (40 km, 1 hora)

Valentina y Tamara están de celebración. Cumplen trece años y este es su segundo cumpleaños en la línea del frente. “Lo vamos a celebrar con una tarta y tomando té con los amigos, vamos a intentar que todo sea como era antes”, explica Tatiana Ponomarenko, madre de las niñas, a las puertas de la casa a la que acaba de llegar una camioneta con ayuda humanitaria desde Zaporiyia. Estas hermanas gemelas son dos de los más cien niños que quedan en Prymorske, localidad situada a apenas nueve kilómetros de las líneas rusas y que es todo un oasis de vida en mitad de un frente atravesado por trincheras y sometido a los ataques diarios de drones y misiles.

Este oasis de vida es un pueblo que se estira por la orilla del río Dnipro donde antes de la guerra vivían unas 3.000 personas y ahora apenas quedan mil. “Quedamos unas treinta familias con niños, todos en la parte norte del pueblo, porque la zona sur, pegada a Stepnohirsk, está muy dañada por los ataques, es peligrosa”, explica Yulia Topche. Ella está rodeada de sus cuatro hijos, que van de los tres a los catorce años, y “de momento no nos vamos, los niños hacen escuela online, tienen amigos, han aprendido a reaccionar cuando hay bombardeo y controlan el pánico y de vez en cuando nos llega ayuda humanitaria. Sobrevivimos”.

La gran incógnita para estos vecinos es saber si Rusia avanzará o no. Las tropas ucranianas centraron su ofensiva del verano en esta zona, pero perdieron miles de hombres y no lograron superar la línea enemiga. Ahora, sin munición ni armamento de refuerzo, Ucrania está a la defensiva y los civiles de la zona a la espera de la reacción rusa.

Los pequeños juegan al aire libre con el sonido de la artillería de fondo, antes tenían el río a las puertas de las casas, pero desde la destrucción de la presa de Kajovka, en junio, el nivel ha descendido dejando una especie de arenal enorme que se ha convertido en la zona de separación entre las fuerzas. Donde antes se podía pescar, ahora es mejor no asomarse porque el enemigo está pendiente de cada movimiento.

Llegada de ayuda

El capellán Genadi Mojnenko, pastor protestante, está al frente del Batallón Mariupol y es uno de los grupos que cada día reparte ayuda en los pueblos del frente sur. “Cumplimos dos años de guerra y la cosa no va bien, pero no nos queda más remedio que combatir”, explica este hombretón que ha perdido a una hija en combate y que tiene a sus hombres repartidos por Orejov, Tavriiske, Velyka Novosilka o Prymorske. Llevan comida, combustible y ropa de abrigo y también realizan oraciones colectivas para pedir por los soldados que están en el frente, por los capturados por el enemigo y porque llegue pronto el día de la victoria y el final de la guerra.

Arseni Yurenko lidera al equipo de este Batallón Mariupol que ha llegado hasta Prymorske. La distancia desde Zaporiyia es de apenas una hora, hay que superar varios puestos de control y conducir con rapidez porque “los rusos tienen toda la zona controlada con drones, tampoco es conveniente las reuniones de mucha gente o largas, llegamos, repartimos la ayuda, vemos la situación y regresamos, así cada día”. Consultado sobre la inusual cantidad de niños presentes en un punto tan sensible, Yurenko tiene claro que “habría que evacuar a todos cuanto antes porque están en un sitio peligroso y en cualquier momento pueden sufrir un bombardeo”.

Las cajas con ayuda vuelan de las manos de los voluntarios a los vecinos que las recogen con emoción. Es una visita breve, pero es la más importante y esperada de la semana por la gente que queda en Prymorske. Los niños juegan ajenos a todo lo que les rodea, metidos en un mundo del que la guerra trata de arrancarles a marchas forzadas. Los misiles y los cohetes Grad sobrevuelan este pueblo a diario, pero milagrosamente una especie de escudo invisible e imaginario protege a estos pequeños y a sus familias. Ellos son pura vida en mitad de tanta muerte y destrucción. Yurenko pide a los suyos que se den prisa. El ejército comunica por radio que los rusos han enviado un dron de vigilancia y hay que salir cuanto antes. Dentro de una semana volverán al oasis de Prymorske. (Puedes clicar aquí para ver el vídeo de esta etapa del viaje)

Povrosk. El brazo latino del ejército de Ucrania

Viaje: Zaporiyia – Povrosk en coche (190 km, 4 horas)

«Tengo miles de solicitudes y soy selectivo. El reclutamiento no es difícil, mucha gente quiere probar. Algunos sólo piensan en ganar plata fácil, como los colombianos que piensan que esto es como su país y cuando llegan se dan cuenta que un día aquí es como veinticinco allí, la guerra en Ucrania es muy dura”, confiesa el comandante Nazar Kuzmin, ucraniano de 34 años, que hasta 2022 vivía en la Patagonia argentina y que cuando estalló la guerra lo dejó todo y regresó a casa para combatir. Kuzmin viajó con su hermano Taras y formaron la Compañía Argo Hispanos. Taras cayó en combate y su hermano recogió su testigo al frente de este grupo de hispanos integrado en la Unidad de Asalto 59 del ejército.

Después de dos años de lucha contra la invasión rusa, Ucrania necesita soldados ya que las tropas están agotadas y la tasa de muertos y heridos, todo un secreto de estado, apunta a ser muy alta. Los ucranianos tienen cada vez más problemas para reclutar en casa. Agentes de la unidad de reclutamiento patrullan pueblos y ciudades y detienen a los hombres para entregarles la orden de presentarse en los centros pertinentes. Los casos de corrupción y la forma en la que el dinero puede comprar la exención de acudir a filas han provocado un gran enfado popular y Volodimir Zelenski llegó a despedir de su trabajo a todos los jefes de las oficinas regionales de reclutamiento.

Kuzmin mira al exterior para reclutar y busca “gente profesional que quiera estar largo tiempo, porque algunos no aguantan más de una semana. Hemos tenido de todo, desde un chico español de dieciocho años que no sabía ni agarrar un arma y que se convirtió en buen soldado, a un sargento de la legión española con 15 años de experiencia que cuando empezó el tiroteo se escondió y no quería salir”.

En la base secreta de esta compañía en el Donbás reorganizan las habitaciones porque llegan nuevos reclutas. El español Nicolás Martínez, alias Highlander, de 54 años, llegó al país nada más estallar la guerra. Tras combatir cuatro meses como voluntario firmó su contrato con las fuerzas armadas y piensa quedarse cuando todo acabe. “Tenemos las mismas condiciones que los combatientes de la Legión extranjera, un sueldo de unos 2.800 euros por estar en primera línea y una compensación en caso de fallecimiento de 380.000 euros. Estas son las condiciones y Ucrania cumple”, afirma este veterano del ejército español que decidió tomar el fusil y empezar una nueva vida desde cero.

La guerra en español

Los acentos se mezclan en la pequeña cocina de esta casa perdida en mitad del campo, un espacio al calor de la estufa de leña. Argentinos, chilenos, brasileños, españoles… conviven como compañeros de armas y retoman fuerzas antes de volver al frente. “Uno se adapta mejor y más rápido cuando está con gente que habla su idioma y comparte costumbres”, apunta Fernando López, médico militar argentino de 39 años, que se ha enrolado por segunda vez en la compañía y admite que “es duro porque he perdido a muchos compañeros”.

Jorge Velasco, también argentino y de 42 años, cuelga la bandera albiceleste como cortina de una de las ventanas del cuarto. Tiene su ordenador conectado sobre la cama ya que “gracias a Internet se nos hace más llevadera la separación de la familia, yo tengo cinco hijos”. Preguntado por el motivo de un viaje tan largo y peligroso, Velasco, en Ucrania desde agosto de 2022, asegura que “yo combato por la libertad de este país, considero que es una causa justa”.

Llegada de extranjeros

Zelenski firmó un decreto para la formación de la ‘Legión Internacional para la Defensa de Ucrania’, pero no es el único cuerpo que recluta a extranjeros. En la página web de la legión, disponible en español, se detalla las condiciones necesarias para alistarse y se especifica que quienes acudan a filas “no serán considerados ni mercenarios ni criminales. Serán a todos los términos legales un militar de las Fuerzas Armadas de Ucrania, como los ucranianos que sirven. Sin embargo, recomendamos revisar las leyes de su país en cuanto al servicio en un ejército extranjero”.

Combatientes españoles que han estado en el frente con la Compañía Argo Hispanos han sido recibidos a su regreso a casa por agentes del servicio de inteligencia, aunque “ha sido una especie de formalidad y no se ha detenido a nadie, solo se han hecho preguntas”, aclaran fuentes de la compañía.

Para aquellos a quienes se les pasa por la cabeza enrolarse en esta guerra, Highlander avisa de que “la guerra no es lo que ves desde casa, cuando estás viviendo meses con compañeros y alguno de ellos muere, vuelves a la base y su cama está vacía y sabes que no volverá… venir a la guerra por dinero es mal negocio, tienes que tener la convicción moral de lo que haces, de que estás aquí porque haces lo correcto”. El más veterano entre este grupo de hispanos ha perdido a dieciocho compañeros en estos dos años de guerra. “Es muy duro”, concluye mientras se enciende un cigarro y bromea diciendo que “dejaré el vicio cuando ganemos la guerra. Me dicen que el tabaco me va a matar y yo respondo que los rusos también lo han intentado, pero que si no lo han conseguido en dos años ya no lo conseguirán”. (Puedes clicar aquí para ver el vídeo de esta etapa del viaje)

Konstantinivka. Último entrenamiento

Viaje: Povrosk-Kramatorsk-Konstatinivka en coche (117 km, 2h30min)

“¿Armamento americano y europeo? Lo más práctico en esta guerra es el soviético porque con el resto siempre tenemos problemas de suministro. Con armas soviéticas sabemos que si nos quedamos sin munición siempre nos queda la opción de usar la que capturemos al enemigo”, es la reflexión que hace el instructor militar principal de la Brigada 22 del ejército de Ucrania cuando le preguntan sobre el arsenal de sus fuerzas.

La guerra cumple dos años y Ucrania ha formado un ejército a marchas forzadas que ha crecido al amparo de un apoyo occidental que empieza a menguar en el momento más delicado. La línea del frente tiene más de mil kilómetros y se necesitan muchos hombres para defenderla.

Los campos de entrenamiento están a pocos kilómetros de las posiciones rusas, van cambiado las localizaciones para evitar los ataques con drones y se llega a través de caminos rurales impracticables por un barro negro en el que se hunden los más potentes todoterrenos. En un bosque perdido en mitad de las interminables llanuras del Donbás los hombres de la Brigada 22 reciben el “curso de preparación avanzada” que les abre las puertas de la primera línea de combate. La media de edad es alta y la mayoría no ha usado nunca un lanzacohetes o ha tirado una granada, armas importantes para una guerra de trincheras.

“Es mi segundo disparo con un RPG y quiero aprender rápido. Está claro que necesitamos munición, proyectiles para artillería, minas… pero también aviones y tanques”, explica Tihonia, nombre de pila de un soldado de Dnipro que lleva un año en el ejército y a quien pronto le tocará fajarse con el enemigo en las trincheras. Las zanjas están cavadas en una tierra negra y húmeda y atraviesan los campos como cicatrices sin fin en las que los soldados son diminutas hormigas que apenas asoman las cabezas.

Al comienzo de la guerra los ucranianos se alistaban voluntarios para defender a su país, pero con el paso de los meses cada vez más gente hace todo lo posible por evitar empuñar el fusil y se esconden en sus casas o buscan la forma de pagar sobornos. Las autoridades planean un cambio de ley para movilizar a nuevos reclutas y se enfrentan a un problema de edad ya que el promedio de un soldado en el ejército hoy es de 43 años, según la información a la que tuvo acceso la revista Time. Un promedio diez años mayor al que había en marzo de 2022, un mes después de estallar la guerra. Consultado al respecto, un colaborador del presidente Volodimir Zelensky confesó a Time que “son hombres adultos y algunos no muy sanos (…) Esto es Ucrania, no Escandinavia».

Secreto sobre bajas

Lanzacohetes, fusiles y munición de origen ruso a estrenar. Todo bien empaquetado y transportado directamente al frente. Los soldados prueban las armas, se meten por primera vez en una trinchera para aprender a moverse y lanzar granadas al enemigo, practican operaciones de asalto y también aprenden a evacuar a compañeros. Fuentes de inteligencia occidentales elevan a 500.000 el número de muertos y heridos.

“La situación empeora, cada vez es más difícil y parece que no vamos a tener suficientes fuerzas para aguantar la siguiente etapa, pero lo conseguiremos. De algún modo, encontraremos las fuerzas y seguiremos adelante porque no hay otra opción. Intento entrenar al mayor número posible de soldados y espero que cada vez sea más eficaz esta práctica porque ayuda a salvar vidas”, explica el responsable de las evacuaciones, un paramédico que lleva un año en el ejército.

La primera atención, en la trinchera, la realizan los propios compañeros, pero luego, para la evacuación “necesitamos quads de tracción total, rápidos, pequeños y compactos. También es urgente que lleguen camillas especiales porque prácticamente en cada salida perdemos este material y no podemos reponerlo”, explica el instructor.

El cielo ruge con los bombardeos que llegan desde Chasiv Yar, localidad que puede convertirse en la próxima Avdiivka y que los rusos tienen en su punto de mira por su posición estratégica que les daría acceso a Konstantinivka. El gris plomizo del invierno del Donbás ha dejado paso a un azul preocupante porque facilita el trabajo de los drones. Los soldados se afanan en aprender rápido el manejo de armas, los instructores tienen un ojo en ellos y otro en el cielo ante el temor de unos aparatos que se han convertido en la peor pesadilla de los ucranianos.

El entrenamiento dura cuatro horas y lo repetirán al menos en tres ocasiones. A estos soldados les tocará luego obedecer órdenes y sumarse a la línea de defensa que Ucrania trata de reforzar para frenar al enemigo a la espera de la llegada de más armas y municiones que les permitan soñar con una contraofensiva. Es un momento clave para probar la fidelidad de los aliados de Kiev y los ucranianos lo saben. Como la ayuda militar tarde mucho, no quedarán soldados suficientes para poder empuñar ese armamento.

El ejercicio final es una práctica de tiro. Los hombres cargan los Kalashnikovs bala a bala. Lo hacen con cariño, con esmero. Rodilla a tierra, fusil al hombro, ojo en el punto de mira y en las dianas… una fotografía de Vladimir Putin. (Puedes clicar aquí para ver el vídeo de esta etapa del viaje)

Slaviansk. El recolector de cuerpos

Viaje: Konstantinivka – Kramatorsk- Slaviansk en coche (80 km, 1h 30 min)

Hay que salir de Slaviansk y perderse por las rutas rurales vecinas para dar con la base del grupo Tulipán Negro. “Ochenta años después del final de la II Guerra Mundial nunca sabremos el número exacto de muertos y en esta guerra que sufrimos ahora ocurre igual, es muy poco probable que sepamos la cifra”, Oleksiy Yukov, líder del grupo, se pone los guantes de goma mientras sus ayudantes bajan uno por uno los cuerpos de un camión frigorífico. Tulipán Negro es uno de los grupos que se dedica a recoger cuerpos de la línea del frente para identificarlos y, en caso de que sean soldados rusos, entregarlos al ejército para un futuro intercambio con el enemigo.

Yukov es un aficionado a la historia y a los trece años comenzó a buscar restos de militares caídos en la II Guerra Mundial. El Dombás fue uno de los puntos de choque entre el Ejército Rojo y los alemanes y ahora se ha convertido en el frente más activo del pulso entre Moscú y Kiev. Yukov, que ahora tiene 38 años, y sus ayudantes se juegan la vida cada semana para recolectar cuerpos en el frente.

“Es muy peligroso, siempre hay disparos y drones. No miran a nuestro trabajo de recogida de cuerpos, disparan a todo ser vivo que se mueve. En esta guerra no hay reglas y tenemos que entenderlo. Arriesgamos nuestras vidas, pero entendemos que nuestros chicos que han quedado tirados en los campos también lo hicieron. Nuestra obligación es devolverlos a casa”, opina Yukov.  En estos dos años, además de ucranianos, han recogido también a cientos de militares enemigos, en su mayoría jóvenes de entre 18 y 30 años.

En el campo vecino a la base han ordenado diez cuerpos en bolsas de plástico de color negro. Las van abriendo una a una y se inspeccionan los restos para encontrar documentos que permitan la identificación. En la mayoría de ocasiones es muy complicado porque los soldados no llevan sus documentos al frente, para los supersticiosos esto da mala suerte, los cuerpos están descompuestos o directamente calcinados. El equipo de Tulipán Negro realiza el trabajo con pausa y documenta cada caso con vídeo y fotografías. Los diez cuerpos pertenecen esta vez a militares rusos, uno de ellos tiene la tarjeta de identidad encima y se trata de un joven de veinte años. Otro lleva un Corán en el bolsillo del pantalón.

Operaciones de intercambio

“Los responsables de nuestro país negociarán con el otro lado el intercambio de estos cuerpos de militares rusos a cambio de nuestros chicos. Cada persona que está aquí la vamos a devolver a la Federación Rusa, nosotros devolvemos los muertos, no los escondemos, los devolvemos siempre”, explica Yukov. Este trabajo es para los miembros de este grupo “importante tanto para los muertos como para los vivos. Porque la vuelta del cuerpo es fundamental para las familias”, en palabras del líder y cerebro de estas operaciones que le han llevado a ver de cerca frentes como el de Bajmut.

El intercambio de cuerpos entre Rusia y Ucrania es un proceso altamente secreto y ninguna de las partes ha revelado el número total enviado. Todos los datos relacionados con las bajas sufridas son un tabú, aunque con el paso de los meses y el tipo de guerra de trinchera queda claro que la cifra es muy elevada. Un tipo de guerra al estilo de la que se libró en la contienda mundial hace ocho décadas.

Los servicios de seguridad de Ucrania creen que los cuerpos de miles de soldados rusos muertos son eliminados de manera informal por sus propios compañeros y el Kremlin los registra como “desaparecidos en combate”. Se trata de un punto importante ya que un soldado no puede ser declarado muerto por el estado hasta que haya un cuerpo.

Soldados desconocidos

Mientras inspecciona uno de los cuerpos, Yukov reflexiona en voz alta para que le escuchen los miembros de su equipo. “¿Cómo es posible que en el siglo XXI levanten estatuas en honor al “soldado desconocido”? es una locura que pasa cuando un ejército llena fosas con los caídos y los deja en el campo de batalla. Es una forma de quitar a los muertos sus nombres y apellidos”, denuncia el líder de Tulipán Negro.

Cuando se termina el proceso de identificación se cierran las bolsas. La baja temperatura y el estado avanzado de descomposición mitigan el hedor. Ahora entregarán los cuerpos y todos los detalles de cada uno de ellos a las autoridades para que pongan en marcha los contactos con el enemigo. En la última semana Rusia ha logrado hacerse con el control de Avdiivka, Pobeda y Lastochkino y cada avance se consigue a base de mucha sangre. Para Moscú y Kiev las bajas son secreto de estado, un secreto que sólo conocen las trincheras del Dombás y que Yukov y sus ayudantes se esfuerzan por desvelar. (Puedes clicar aquí para ver el vídeo de esta etapa del viaje)

Járkov. Escuelas bajo tierra

Viaje: Sloviansk- Járkov en coche (175 km, 3 horas)

Cuarenta segundos. Ese es el tiempo que tarda un misil ruso en cubrir la distancia de apenas treinta kilómetros que separa la frontera de Járkov. Esta ciudad del este de Ucrania es una de las más castigadas desde el inicio de la guerra y el sistema de alarma no resulta efectivo porque hay veces en las que empiezan a sonar cuando el proyectil está a punto de impactar o una vez ha explotado.

Los niños de Járkov llevan dos largos años sin pisar sus colegios, a los que suman el curso vivido a distancia debido a la pandemia. El subsuelo de la ciudad es sinónimo de seguridad y el metro, que no ha dejado nunca de funcionar, se ha convertido en refugio y escuela improvisada para los alumnos de primaria. 2.200 niños estudian ahora en sesenta aulas que se han preparado en cinco de las treinta estaciones y pronto dispondrán también de la primera escuela subterránea de todo el país.

A las nueve de cada mañana se produce una rara mezcla en la parada de Universytet, situada en plena plaza Maidán, “la novena plaza más grande del mundo”, como les gusta subrayar a los lugareños. Decenas de niños llegan de la mano de sus padres y madres, a quienes les toca cargar con las mochilas, y coinciden en la estación junto a quienes vienen a trabajar al centro de la ciudad. Antes de poner rumbo al subsuelo, les despide el imponente edificio de la gobernación, una mole reventada por Rusia la primera semana de guerra que recuerda a todos que están en el punto de mira de su vecino.

Entran de manera ordenada, en silencio y se reparten por grados, cada uno con dos profesores que acuden a darles la bienvenida. Los pequeños estudian en turnos de dos horas, tres días a la semana, el resto de la formación la realizan online.

“Es un sistema efectivo y lo mejor que podemos hacer por ellos en estas circunstancias. Los niños tienen oportunidad de estudiar y de conversar y jugar con sus amigos, de socializarse, algo fundamental a su edad. Lo más importante que los niños no sientan ansiedad y este rato les ayuda”, opina Svetlana Shilo, profesora con más de veinticinco años de experiencia que está feliz con la vuelta presencial a las aulas. En su clase hoy toca gramática y los alumnos aprenden a diferenciar el sujeto, verbo y predicado.

Secuelas en los pequeños

Mientras avanzan las lecciones, las paredes retumban cada vez que un tren llega a la estación, pero nadie se altera. Esta es una experiencia piloto que han puesto en marcha desde el ayuntamiento porque “nadie sabe hasta cuándo durará esta guerra y había que hacer algo. Este metro fue refugio para 160.000 vecinos al comienzo de la guerra y hemos aprovechado algunas de sus galerías en las estaciones principales para que sean también un colegio”, explica Olga Demenko, responsable municipal de Educación, que durante cuarenta años también fue profesora.

En las últimas veinticuatro horas el enemigo ha lanzado contra a ciudad nueve drones y tres misiles. Las alertas llegan a los teléfonos móviles de los profesores, donde también se reciben las malas noticias que llegas desde el frente del Dombás, donde Rusia ha capturado dos nuevas localidades en los últimos tres días. Si la alerta se produce en el momento del intercambio de grupos, se espera a que se cancele para dejar a los niños salir.

“A primera vista los pequeños parece que no perciben el dolor que les rodea, pero es solo a primera vista porque en realidad son conscientes de todo y no sabemos qué efecto tendrá en ellos el día de mañana. Estamos trabajando con equipos de apoyo psicológico para intentar ayudarles al máximo y también lo hacemos con sus compañeros que dejaron el país y se conectan a las clases online desde sus países de acogida”, afirma Demenko.

Primera escuela subterránea

La experiencia de estos meses en el metro es positiva y el alcalde y hombre fuerte de Járkov, Igor Terejov, ha decidido apostar por construir una escuela subterránea. En unas semanas está prevista la inauguración de un colegio construido bajo tierra con capacidad para 450 alumnos en cada turno. “Es el primero que se ha construido en Ucrania y vamos a compartir la experiencia con otras ciudades situadas cerca del frente porque es fundamental recuperar la educación presencial y seguir con la vida pese a los ataques de Rusia, los niños tienen que recibir educación presencial”, defiende Tejerov, un ídolo entre la población local.

El acto de presentación de esta primera escuela subterránea del país se organiza, por supuesto, bajo tierra, en el aparcamiento de un conocido centro comercial. Esta escuela se encuentra en “un lugar secreto” que se compartirá a su debido tiempo con los padres y esperan poder construir alguna más de cara al próximo curso.

Durante la mañana suenan varias alarmas, pero los muros del metro parecen impenetrables. La amenaza rusa se llama S-300, el misil antiaéreo que ha reconvertido en proyectil de ataque contra núcleos urbanos. Una amenaza que los profesores tratan de mitigar con aulas decoradas con mil colores, juegos de mesa y de manualidades. Mitigar no es olvidar ya que a diario se recuerda a los pequeños temas clave para la supervivencia como la amenaza de las minas que sembraron los rusos en la periferia de una ciudad que estuvieron a punto de tomar y que ahora castigan a diario. (Puedes clicar aquí para ver el vídeo de esta etapa del viaje)

Kiev. Un ejército de mutilados

(Viaje desde Jarkov a Kiev por carretera: 479 km)

“Una de las posiciones de nuestra compañía quedó expuesta al fuego ruso y el mando tomo la decisión de evacuarla porque había muertos y heridos. Me tocó liderar la evacuación y en un primer viaje sacamos a dos heridos. Todo fue bien y los llevamos al punto de evacuación. Luego fue la segunda entrada… entonces caímos bajo el fuego enemigo y tres de nosotros caímos heridos”, Gennady tiene grabado cada segundo del ataque sufrido en la batalla de Marienka, en el Dombás. Cumplía su primer año en el ejército cuando perdió la pierna en esa operación de rescate y desde entonces su vida discurre entre el hospital militar de Kiev y el centro protésico Bez Obmezhen (que se puede traducir como ‘sin límites’) donde trabajan para darle la mejor prótesis posible.

La guerra entre Ucrania y Rusia se libra en una línea de más de mil kilómetros de trincheras. En palabras del ex ministro de Defensa, Oleksii Reznikov, Ucrania se ha convertido en uno de los países más minados del planeta. Hoy las víctimas son los militares, en el futuro lo serán todos aquellos que regresen a estas tierras convertidas ahora en campo de batalla. Las armas callarán algún día, pero las minas seguirán allí como amenaza oculta y permanente.

Volodimir Zelensky eleva a 31.000 los soldados muertos, pero no ofrece detalles sobre el número de heridos. Diferentes fuentes médicas vinculadas a los centros de rehabilitación de soldados repartidos en el país elevan a más de 20.000 el número de amputados, cifra que no se conocía en Europa desde la II Guerra Mundial. Estos hombres sufren además estrés post traumático y por ello reciben apoyo psicológico.

“En este centro recibíamos a un paciente nuevo por semana antes de la guerra, la mayoría por accidentes de tráfico o diabetes, ahora nos llegan más de veinte por día y la mayoría son soldados. El Gobierno cubre todos los gastos y contamos con material de primera calidad que importamos de otros países”, explica Andriy Ovcharenko, ex militar que está al frente de un centro que ha abierto sucursales en diez ciudades de Ucrania para intentar llegar al máximo número posible de afectados. Según Ovcharenko, “el cincuenta por ciento de los soldados regresan al frente, pueden seguir luchando con la prótesis”. La necesidad de este tipo de centros ha hecho que más de cien compañías privadas operen hoy en este sector en el país.

Aquí trabajan veinticinco profesionales y varios de ellos son ex soldados también amputados como Denis Barchuk. Su caso es especial porque resultó herido el primer día de la invasión tras el ataque ruso contra la base aérea en la que servía. Fue el único superviviente. “Trato de dar ejemplo y ánimo a la gente para que no se rinda, darles esperanza. Que no tengamos piernas eso significa que vayamos a rendirnos, ni mucho menos”, comenta Barchuk.

Vuelta a combatir

En Bez Obmezhen se prepara cada prótesis al detalle y el proceso va desde uno a seis meses, dependiendo del herido. Tras la toma de medidas para la prótesis definitiva, Gennady acude al gimnasio de rehabilitación donde realiza ejercicios subiendo y bajando escalones y caminando entre conos, siempre ayudado con muletas.

Muchos de estos militares volverán al frente cuando reciban el alta médica. No es el caso de Evgenii, de 31 años, que resultó herido en Bajmut, cerca de Vesele. “Ya he terminado el proceso de curación y ahora arrancan la rehabilitación y la prótesis. No tengo planes de futuro. Es la segunda herida que sufro en esta guerra. Tras recuperarme de la primera regresé a luchar y el primer día me volvieron a herir y he perdido la pierna. Estoy muy bajo de moral, sin fuerzas para combatir”.

Cada caso es diferente. Dan realiza ejercicios en una espaldera y fuerza al máximo, hasta que una de las supervisoras le tiene que decir que rebaje el ritmo. Combatiente de la temida Tercera Brigada de Asalto, considerada una de las unidades de élite, los rusos le alcanzaron también cerca de Bajmut. Tras la fuerte explosión vio con sus ojos su pierna arrancada de cuajo y fue consciente de la gravedad de la herida. Se puso un torniquete, pidió socorro y sus compañeros le salvaron la vida.

“En cuanto me adapte a mi nueva pierna pediré reincorporarme lo antes posible para estar de nuevo con mi grupo. No tenemos opción, el único camino posible es combatir al enemigo hasta la victoria”, asegura este hombre de 51 años nacido en Odesa a quien el tiempo se le pasa con lentitud durante la rehabilitación. Hasta que le llegue el día de volver a empuñar el arma y meterse en la trinchera, su batalla diaria se libra en este gimnasio de Kiev. (Puedes clicar aquí para ver el vídeo de esta etapa del viaje)

Final del viaje: Kiev-Odesa en tren nocturno (500 km, 9 horas) Odesa-Chisinau (Moldavia) en taxi (200 km, 5 horas) Chisinau-Estambul en avión (960 km, 1h30min) *Estas crónicas se han publicado en los diarios del grupo Vocento y  se han emitido en los informativos de ETB.