NAHARIYA. Samir y Firaz se recuperan de sus heridas en el Centro Médico de Galilea, situado en Nahariya. Los nombres son ficticios y no pueden aparecer ante las cámaras porque tienen miedo a posibles represalias cuando regresen a Siria. Visten los pijamas del hospital y comparten estancia con decenas de sirios, todos hombres, en la zona bunquerizada del centro médico, un área subterránea preparada para el traslado de pacientes en caso de sufrir un ataque con cohetes. Están custodiados veinticuatro horas por militares y guardas de seguridad. Ambos llevan barba, como la mayor parte de heridos que se ven en las camas, y responden con monosílabos cuando se les pregunta por su estancia en Israel. Una responsable de prensa del Ejército supervisa la entrevista y censura aquellas preguntas que tienen que ver con la posible vinculación de los jóvenes a grupos armados o sobre la forma en la que ingresaron en este hospital al que llegan casi a diario civiles y combatientes de las distintas facciones que se enfrentan al presidente sirio, Bashar Al Assad, algunas de ellas etiquetadas como “terroristas” por Europa y Estados Unidos.
Samir se presenta como agricultor y llegó al centro médico hace seis meses. Tiene el brazo derecho paralizado y ha perdido un dedo en la mano izquierda a causa de una explosión. “Espero recuperarme lo antes posible para regresar a mi país”, afirma con seguridad este joven para el que “no hay sitio para Al Assad en la nueva Siria, espero que caiga pronto”. Firaz asiente a su lado. Este otro joven, natural de los alrededores de Damasco, tiene problemas en la pierna izquierda a causa de un bombardeo. “Me desperté después de la explosión y estaba en Israel, no me lo podía creer. Desde que era un niño me enseñaron que este era nuestro mayor enemigo y ahora estoy aquí… aunque no he salido de estas cuatro paredes y, en realidad, no sé cómo son los israelíes”, confiesa. Tiene 31 años y mantiene el contacto con su familia gracias la Cruz Roja Internacional, que facilita el contacto entre los sirios hospitalizados en Israel y los suyos.
La guerra siria cumple seis años y aunque Israel no acepta refugiados, empezó a recibir heridos de forma oficial en 2013 y desde entonces ha asistido a más de 2.500, de ellos 1.550 han llegado al Centro Médico de Galilea. “El 80 por ciento son jóvenes entre 15 y 25 años con heridas de bala o metralla”, especifica el doctor Eyal Sela, para quien “esto es una gran operación de construcción de paz entre dos naciones que se consideran enemigas. Espero que en el futuro se acuerden de lo que hemos hecho por ellos y eduquen a sus hijos sin odio hacia los judíos”. Esta “construcción de paz”, sin embargo, ha quedado en el aire a lo largo de la semana debido a su elevado coste económico. El ministerio de Salud ha dado un ultimátum al Gobierno para que pague por los tratamientos que reciben los sirios para que puedan seguir atendiéndoles tanto en el Centro Médico de Galilea como en el hospital Ziv, de Zefat, el otro centro del norte de Israel al que han llegado heridos en los últimos cuatro años.
El doctor Sela se muestra “profundamente afectado” por los casos que le ha tocado atender y cuando se le menciona la atención a combatientes, algunos de ellos miembros de grupos yihadistas que podrían suponer una amenaza para Israel en el futuro, zanja las preguntas defendiendo que “nosotros atendemos a las personas que nos trae el Ejército, atendemos a seres humanos”. Cuando son dados de alta se aseguran de eliminar cualquier rastro de su paso por Israel, incluso se les facilitan muletas compradas en Jordania, sin ninguna letra o marca en hebreo, para que nada pueda delatarles, informan los responsables del centro.
La versión oficial israelí
La frontera con Siria está a una hora en coche de Nahariya, en los Altos del Golán, ocupados por Israel desde 1967. En uno de los puestos de observación preparado para que los turistas divisen Qneitra, la ciudad siria más próxima, ahora está desplegado el Ejército para advertir de la proximidad de los combates. Sobran las palabras porque las explosiones son continuas. “La frontera está a un kilómetro y los choques entre régimen y opositores, a no más de tres”, afirma un oficial israelí, quien asegura que “desde aquí controlamos a todos los grupos y sabemos dónde está cada uno, pero los únicos ataques que ha recibido Israel han sido obra del Ejército sirio o de sus milicias aliadas”.
El oficial niega cualquier relación con los distintos grupos armados sirios. Esta afirmación contradice el informe presentado a finales de 2014 por la misión de observadores que mantiene Naciones Unidas (UNDOF) en la zona desmilitarizada entre Siria e Israel, en el que se detallaban contactos entre soldados judíos y rebeldes sirios, el traslado de combatientes y la entrega de material israelí a los grupos armados. “Nos limitamos a responder si nos atacan, nada más. Ese es el único papel de Israel en la guerra de Siria”, insiste el militar desde una de las mejores posiciones para divisar los 90 kilómetros de frontera entre los dos países, una franja “controlada con material de vigilancia de última generación”, según el oficial.
Indignación entre los golaneses
En los Altos del Golán quedan unos 23.000 sirios, repartidos en cinco localidades y en su mayoría drusos, que se niegan a aceptar la nacionalidad israelí. Hasta 2014 el cruce fronterizo supervisado por la ONU se abría varias veces al año, lo que les permitía mantener los lazos con sus familias al otro lado, celebrar matrimonios, estudiar en Damasco o exportar manzanas. Cuando el Ejército sirio perdió el control de Qneitra a manos de los grupos opositores, los israelíes decidieron cerrar el paso y desde entonces no hay movimiento hacia Siria.
En Buqata, una de las localidades drusas ocupadas, “uno se encuentra en suelo sirio”, insiste Shalan Marzouk, activista golanés muy crítico con el papel de Israel en la guerra de su país y con un discurso similar al de los medios oficiales de Damasco. “Nos parece bien que atiendan a mujeres y niños, que les trasladen a hospitales y les curen, el problema es que Israel coopera abiertamente con grupos que son terroristas y atiende a sus combatientes con el único objetivo de alejar al Ejército sirio y a Hizbolá, pero se alía con el diablo”, piensa este ex profesor, que tiene a la mitad de su familia en Siria y al que le gustaría “ser soldado para luchar a las órdenes de Assad, pero mi lugar está en el Golán para resistir a la ocupación”.
La guerra de Siria entra en su séptimo año y sus dos caras son visibles también en la zona norte del vecino Israel a donde, si el Gobierno no decide lo contrario, seguirán llegando heridos como Samir y Firaz quienes, en cuanto sean dados de alto, regresarán a su país. Una labor médica que los golaneses que viven a lo largo de la frontera, miran con desconfianza.
Publicado en los diarios de Vocento el 05-03-2017