EL CAIRO. La sangre de las víctimas del lunes ciega el sentir de los miles de simpatizantes de los Hermanos Musulmanes que celebran un macro funeral en honor de los 50 caídos. Mitad oración, mitad marcha de protesta, la gente luce camisetas especiales para la ocasión con el eslogan “Proyecto de mártir” -se venden a 15 libras (1,60 euros al cambio) y un vendedor consultado aseguraba haber vendido 15.000 en pocas horas)- y lleva en las manos los ‘kafan’ (sudarios) con los que se cubren los cuerpos antes de enterrarlos. Niños y adultos, como si de un desfile militar se tratara, recorren la avenida central de Rabaa Al Adawiya, bastión que la hermandad conserva en El Cairo pese a las advertencias del Ejército que ha pedido el fin de la acampada, al grito de “¡Dios es grande!”.

Abdula Magrabi, médico de 22 años, asegura que “no es momento para la tristeza, hay que estar orgulloso por los caídos y seguir su ejemplo. El martirio es un honor para un musulmán”. Lleva un casco azul, una porra de cuero le cuelga del cinturón y en su mente tiene grabados los nombres de Ahmed Hashim y Ahmed Alí, dos amigos suyos muertos en el tiroteo. “Martirio” es la palabra más repetida, mucho más que el nombre de Hazem Beblawi, nuevo primer ministro al que la hermandad y sus seguidores no reconocen y consideran ilegal, lo mismo que al recién nombrado vicepresidente, Mohamed El Baradei. Mahmoud Mohamed, profesor de Corán, permanece quieto junto a su hijo Mohamed, de trece años, viendo pasar a la multitud. El pequeño lleva en sus manos un cartel con la frase “Todos somos proyecto de mártires” que su padre le ha escrito para la ocasión porque “es el gran deseo que tenemos para él, si tiene la suerte de morir, en este caso defendiendo la vuelta del presidente Mohamed Mursi, habrá cumplido su deber como musulmán. Mursi o martirio, no hay otra opción”.

Zein Abdin Qassem es estudiante de religión en la universidad de Al Azhar y subraya que “la muerte en defensa de unos principios justos garantiza que el musulmán vaya directamente al paraíso”. Muestra el carné de la institución más importante del Islam suní y lamenta la decisión del jeque Ahmed Al Tayeb de respaldar el golpe de estado, “algo personal por lo que estamos deseando que sea relevado, no nos representa”. Mahmoud Abás, periodista de 28 años, recuerda que “hay un versículo en el Corán que dice que cualquier persona puede morirse en casa, por eso es un honor caer en el campo de batalla”. Al decir su nombre las personas cercanas maldicen al presidente palestino Abu Mazen, que fue uno de los primeros en felicitar al presidente interino Adly Mansour tras el golpe contra Mursi. Abás quiere denunciar que “hay un apagón informativo premeditado, han cerrado nuestros medios, detenido a colegas y en los medios oficiales y canales privados se repite las 24 horas que los hermanos somos terroristas para que el resto de egipcios nos tenga miedo”.

El gran séquito fúnebre, hombres por un lado y mujeres por otro, va encabezado por decenas de ataúdes envueltos en banderas nacionales. Se trata de algo simbólico, las cajas están vacías porque todos los cuerpos fueron entregados el lunes por la tarde a las familias. “Alegraos, hermanos, sus almas están en el paraíso”, se desgañita desde el escenario central Safwat Higazi, conocido popularmente como “el león de Tahrir”, por su papel en la revolución del 25 de enero de 2011, pero al que los medios oficiales llaman ahora “terrorista” porque era uno de los líderes de la hermandad en el momento de la matanza del cuartel de la Guardia Republicana.

No a la guerra santa
El ensalzamiento del martirio no va unido a la llamada a la ‘yihad’ (guerra santa) porque “solo es posible contra un enemigo extranjero. El Ejército no es nuestro enemigo, solo los militares golpistas”, matiza Mohamed Ashur, contable de 50 años, que no se cansa de repetir “no a los militares” y que deja claro que “soy un egipcio musulmán, pero no pertenezco a la hermandad, solo exijo que se respete mi voto”. Le acompaña el capitán Mansour, que a sus 64 años se encuentra retirado tras una vida dedicada a la marina y piensa que “lo triste es que algunos se han creído la historia de que hay un segunda revolución, todo esto no es más que un plan para que vuelva la gente de Mubarak, y lo tenían en mente desde el mismo 25 de enero, nos han engañado”.

Al final de la interminable cola un grupo de jóvenes baila una especie de ‘breakdance’. Uno acompaña el sonido de la megafonía con un gran pandero y el resto baila de forma frenética repitiendo un estribillo machacón que reza “Egipto no es laico, es islamista”.