EL CAIRO. A falta de conocer los resultados oficiales definitivos, Abdelfatá Al Sisi es el ganador de las elecciones en Egipto, como nadie ponía en duda. El mariscal, al igual que en 2014, obtiene casi el cien por cien de los votos, pero estos datos oficiales no sirven para mitigar el descontento de una gran parte de la población que no acudió a las urnas pese a las amenazas y los incentivos de las autoridades. Entre las voces críticas destacan las de los pocos líderes de la revolución de 2011 que quedan en Egipto en libertad y las de aquellos ciudadanos que participaron en la revuelta de tres semanas que acabó con tres décadas de régimen de Hosni Mubarak, conocido como “el faraón”. Tahrir es ahora un lugar controlado por las fuerzas de seguridad, temerosas de que siete años después sirva para que Sisi, a quien apodan como “dátil”, sufra el mismo castigo popular que padeció Mubarak.
“Esto no han sido unas elecciones, ha sido un simple proceso, un trámite para que Sisi pueda renovar su mandato. Es un insulto llamar elecciones a esta farsa, un insulto a la sangre de los que murieron por el cambio y a la historia de este país. Su próximo objetivo es reformar la Constitución para poder estar más de tres mandatos y así mandar para siempre”, lamenta Shady ElGhazaly, fundador de uno de los grupos más importantes en aquellos días en Tahrir, la Coalición de Jóvenes Revolucionarios. Nos abre las puertas de su consultorio en el barrio de Dokki y muestra en su teléfono las fotos del asalto que sufrió este mismo lugar hace una semana. Desconocidos entraron por la fuerza y causaron graves daños en el interior, “fue el último aviso después de muchas amenazas por decir lo que pienso. Sé que puedo ser el siguiente en ir a la cárcel, pero no me voy a esconder, ni me iré del país”, afirma de manera tajante este médico que no olvida que Ahmed Maher, uno de los fundadores del célebre grupo de protesta Movimiento 6 de Abril, o Alá Abdelfatá, un bloguero muy activo en la campaña contra los juicios militares a civiles, fueron condenados a largas penas de cárcel por el solo hecho de manifestarse.
ElGhazaly se consuela pensando que “la mejor herencia de la revolución ha sido la abstención en estas elecciones, digan lo que digan los datos oficiales, la gente no ha votado y tengo la esperanza de que vuelva a estallar una revolución. Sisi ha cerrado las puertas a cualquier transición política, así que solo nos queda la revolución. Nuestra esperanza es que sea pacífica, aunque el régimen está empujando a los egipcios a la violencia”.
Sin rastro de Mursi
La revolución de 2011 logró derrocar a Mubarak y las elecciones que se celebraron un año después abrieron las puertas de la presidencia a Muhamed Mursi, miembro de los Hermanos Musulmanes y primer presidente elegido de forma democrática en Egipto. Esos comicios fueron vibrantes, con un duelo muy disputado hasta el último instante entre Mursi y Ahmed Shafiq, ex primer ministro de Mubarak. El candidato islamista se impuso con un 51 por ciento de los votos, pero apenas permaneció un año en su cargo hasta que su ministro de Defensa, Sisi, dirigió un golpe de estado y puso en marcha una brutal campaña de represión contra islamistas, primero, y contra toda forma de oposición, después.
Ahora no hay opción de que la gente muestre su malestar en Tahrir. Recorremos algunos de los lugares emblemáticos de aquellos días, como las oficinas de la compañías de viaje Safir o Ramsés, que fueron empleadas como cuarteles generales de los revolucionarios, y la gente prefiere no hablar porque tiene miedo. Hay que alejarse unos metros de la plaza, para encontrar a Abdul Menem, dueño de una pequeña tienda en la calle Al Falaki, frente frente al mítico café Al Nadwa Al Sakafia (la reunión cultural), punto de reunión de los cerebros de la revuelta en aquellos días de 2011.
Abdul Menem espera clientes sentado en un pequeño taburete, pero la foto de Mursi que tuvo en la parte exterior de su tienda hasta el golpe de 2013 ha desaparecido “por el miedo a los partidarios de Sisi, aunque yo ya tengo 73 años y al único que tengo miedo de verdad es a Alá”. Nada más sentarnos a las puertas de su comercio un vecino nos interrumpe y muestra su dedo con la marca de tinta de haber votado porque “Sisi es la única persona que puede sacar adelante esta situación, no hay otro”. Abdul Menem le pide que se vaya y no se calla porque “están muy envalentonados, se creen que tienen el poder, pero en realidad son esclavos, no son libres. No les importan la democracia o los derechos humanos, solo sobrevivir al día a día. Yo no he votado porque nunca podré votar a un golpista”. Aquí no hay circunloquios, para este comerciante “Mubarak era un ladrón, pero Sisi es, además, un asesino” y acusa a Occidente de “hablar mucho de democracia, pero luego callar y apoyar a un presidente golpista, mientras nuestro presidente elegido de forma democrática está encerrado”.
No es fácil escuchar este tipo de testimonios en el Egipto actual, donde Sisi no escatima en recursos para silenciar cualquier crítica. Una enorme bandera nacional se iza ahora en el corazón de Tahrir, en el mismo punto en el que se plantaron las primeras tiendas de campaña y donde grupos de jóvenes trabajan sin descanso en Facebook para atraer a más manifestantes y expandir su mensaje al mundo. ElGhazaly fue uno de ellos y ahora lo paga con amenazas . Sisi ya aseguró que “nunca se repetirá” lo que se vivió aquellos días, una frase que para este activista significa que “sigue el patrón de Bashar Al Assad o Muamar Gadafi porque quiere gobernar para siempre, solo espero que los egipcios no sigan los pasos de sirios y libios y muestren su rechazo de forma pacífica”.