BAGDAD. Ali tiene miedo. Muestra en su teléfono algunos de los vídeos que conserva del 1 de octubre de 2019, fecha en la que cientos de jóvenes, movilizados por redes sociales, se concentraron en la plaza Tahrir de Bagdad para reclamar cambios. “Todo fue muy rápido, por la mañana éramos unos quinientos, pero los mensajes, las fotos y los vídeos volaron en las redes y pronto fuimos miles”, recuerda con nostalgia. Forma parte del movimiento denominado “Tishreen” (octubre) y pasó ocho meses viviendo en las tiendas que levantaron en Tahrir, un tiempo en el que soñó con acabar con la corrupción, el desempleo, la injerencia de Irán y el sistema político sectario instaurado por Estados Unidos en 2003.
“Logramos la dimisión del primer ministro y el adelanto de elecciones, pero las milicias nos ganaron la partida. Se infiltraron entre nosotros y acabaron con el movimiento”, lamenta con un gesto de rabia. Los logros de este movimiento social llegaron con sangre y más de 700 manifestantes perdieron la vida en los choques con las fuerzas de seguridad y los grupos paramilitares de los partidos religiosos chiíes, que no estaban dispuestos a tolerar el cambio de un sistema político que les beneficia.
Si algo han aprendido los iraquíes desde 2003 es que no hay cambio sin sangre. Ese año comenzó la invasión de Estados Unidos que acabó con el régimen de Sadam Husein y abrió las puertas a una terrible guerra sectaria que partió el país entre suníes y chiíes. La invasión fue el caldo del cultivo para la posterior aparición del Califato instaurado por el grupo yihadista Estado Islámico (EI). Con este panorama bélico de fondo, el sistema político del país se desarrolló en base a la división entre etnias y confesiones. La seguridad en las calles ha mejorado tras la derrota del EI, pero el desempleo y los servicios mínimos, como la electricidad, siguen siendo cuestiones que el Gobierno no es capaz de resolver pese a que la producción y el precio del petróleo están a niveles históricos.
Tahrir está ahora tomada por la Policía para evitar posibles nuevas concentraciones. La mayor parte de los jóvenes de Tishreen, entre los 16 y los 30 años, llaman al boicot a las elecciones porque “son un engaño y los votos no cambiarán nada. Durante el régimen anterior había un Sadam, ahora tenemos cuatro o cinco, pero se mantiene la dictadura”. Ali, sin embargo, no arroja la toalla y piensa que “lo más positivo es que hemos roto la barrera del miedo y podemos volver a Tahrir, podemos volver a protestar si las cosas no cambian en el futuro”.