EL CAIRO.  Acercarse a las pirámides de Giza estos días supone cruzar una serie de puestos de control improvisados y colocados en lugares estratégicos en los que jóvenes con fustas se lanzan sobre los coches a la caza y captura de turistas. Son los camelleros y conductores de calesas de Nazlet Al Zaman, el poblado a las puertas de los monumentos más visitados del país (casi 15 millones de visitantes en 2010), que tras el golpe militar contra el presidente Mohamed Mursi han visto cómo los turistas han huido de Egipto a la espera de que la tensión se rebaje en las calles. “No tenemos para comer, lo hacemos por pura necesidad, por eso no podemos permitir que suban los taxis hasta el acceso principal, esta es nuestra única forma de ganarnos el pan”, argumenta Mohamed, que tiene dos hijas que alimentar y en los últimos días no supera las 90 libras de media de ingresos (9,80 euros al cambio), “antes en un día bueno ganaba diez veces más. Me da igual la democracia, lo que quiero es comer”.

Las taquillas de acceso a las pirámides están vacías. En la explanada preparada para los autobuses un burro descansa al sol, ni rastro de autocares. Los responsables de la seguridad del recinto descansan ociosos a la sombra de la caseta de venta de billetes. Los vendedores de recuerdos esperan con desesperación la llegada de algún turista a los pies de la gran pirámide de Keops y cuando aparece alguno le asaltan a gritos y a la carrera.

Turistas de Irán
“Sabíamos que el golpe iba a provocar una situación así, pero a medio plazo es lo mejor. Con los Hermanos Musulmanes íbamos directos al infierno”, opina Ayman Afifi, uno de los empresarios de la zona que tiene una cuadra de quince camellos y 35 caballos. Afifi lleva treinta años trabajando en el sector del turismo y no quiere responder cuando se le pregunta por su participación en la ‘batalla del camello’. El 2 de febrero de 2011 decenas jinetes y ‘baltaguiya’ (matones) de esta zona montados a caballo y camello intentaron invadir la plaza Tahrir de El Cairo y disolver la manifestación que pedía la dimisión de Hosni Mubarak a golpes y latigazos, con una veintena de muertos y centenares de heridos como resultado. “Mubarak era un ladrón, pero mantenía la seguridad y teníamos trabajo, la vida era mucho mejor que con Mursi y confiamos que los llegada de los militares regresen los viejos tiempos”, sentencia Afifi ante un grupo de amigos que asienten con las cabezas palabra por palabra.

A la hora de hacer balance de los errores de la hermandad en el sector turístico sus detractores recuerdan las palabras del líder salafista Murgan Mustafa pidiendo la destrucción de la esfinge y demás estatuas faraónicas por considerarlas «ídolos» contrarios a la «sharía» (ley islámica), los rumores sobre el posible alquiler de la gestión de monumentos a Catar o la apertura del país a turistas iraníes. “Este tipo de cosas crean miedo entre los viajeros. Muchos de los que venían nos preguntaban sobre los islamistas y les explicábamos que era un problema interno entre egipcios, nunca ha habido ataques contra turistas en este tiempo. A partir de ahora regresará la calma y con ella los viajes organizados”, apunta Alí Mustafa, egiptólogo y guía que ahora pasa los días de ramadán sentado con sus amigos en Nazlet Al Zaman a la espera de que se calmen las cosas en las calles. Lo mismo que esperan millones de extranjeros deseosos de visitar el interminable patrimonio egipcio.