Cuarenta y cuatro grados, según el termómetro de mercurio que Murad tiene en el puesto de socorrista. “Este es el bueno, el que nunca miente, y llegará a los cincuenta sin problemas”, informa este salvavidas de Jericó que es capaz de dar instrucciones de baño en quince idiomas y que ha vuelto a su puesto de trabajo tras levantarse las restricciones por el coronavirus impuestas por el Gobierno de Israel. Díez días antes de las del Mediterráneo, las playas del Mar Muerto ya estaban operativas y entre ellas se encuentra la de Kalia, situada a 30 minutos en coche de Jerusalén y una de las más populares ya que en 2019 recibió 800.000 bañistas. En plena reapertura se enfrentan a una ola de calor que asfixia a Oriente Medio desde hace una semana y que ha llevado a las autoridades a declarar voluntario el uso de la mascarilla, hasta ahora obligatorio.

“En esta zona del mar Muerto y el Valle del Jordán no se ha registrado un solo contagio”, asegura Itay Maor, responsable de Kalia desde hace cuatro años, en la barra del considerado como “el bar más bajo del mundo”, porque se encuentra a 418 bajo el nivel del mar. Itay mira a su alrededor, todo está vacío. Antes tenía 60 trabajadores a su cargo, ahora son seis. “No soy médico, pero estoy seguro que con este intenso calor y la fuerte concentración de sal en el agua, es imposible que tengamos coronavirus en estas playas, por ello animo a los bañistas a que regresen a disfrutar del Mar Muerto”, apunta mientras señala a un grupo de cuatro personas que flota cerca de la orilla.

El aeropuerto internacional de Ben Gurion, en Te Aviv,  está abierto, pero la entrada de turistas tendrá que esperar. Las personas que acuden a la playa son vecinos de algún kibutz cercano como Eli, quien asegura que “no tengo miedo porque este es un lugar único en el mundo y tiene muchas propiedades curativas. No hay lugar en el que el coronavirus esté más lejos en toda la región”.   El mar Muerto es célebre por sus propiedades curativas, sobre todo en lo que refiere a problemas de piel y articulaciones. Dentro del agua la salinidad es diez veces mayor que en cualquier otro mar, como es también superior la concentración y variedad de minerales, y fuera el clima es seco y rico en oxígeno. En plena ola de calor la sensación es la de estar en una sauna por lo que hay que cubrirse la cabeza e hidratarse constantemente. Eli y el resto de bañistas flotan en las aguas aceitosas y por un momento se olvidan de la pandemia, las mascarillas y el confinamiento de los últimos meses. “Somos libres de nuevo y aquí estamos a salvo, el virus no puede sobrevivir en estas condiciones”, insiste Eli de manera rotunda mientras se aleja de la orilla boca arriba y remando con sus brazos.