Luna Montecchio es la presa número 39143 de Auschwitz Birkenau. Se remanga el antebrazo y muestra los cinco números que le tatuaron nada más llegar al campo de exterminio nazi situado en Polonia y de cuya liberación se cumplen 75 años. Hasta allí le llevaron en tren desde su Salónica natal junto a toda su familia. Fue la única que pudo sobrevivir. Un milagro. En Auschwitz Birkenau los nazis asesinaron a más de un millón de personas en los cinco años que estuvo operativo, la mayoría judíos. “Me asignaron un trabajo en la sección ‘kanada’, donde nos ocupábamos de ordenar la ropa de los recién llegados, y eso me salvó la vida porque era una chica débil y acostumbrada al buen tiempo de Grecia, no habría soportado los trabajos forzados en el frío polaco”, recuerda desde el sillón en el que ahora pasa la mayor parte del tiempo por sus problemas en las rodillas.

Las palabras en ladino se mezclan con el hebreo, pero según avanza la conversación el español antiguo que empleaban los judíos expulsados de España en 1492 construye palabra a palabra el testimonio de esta superviviente que lamenta que las autoridades de Israel y de la comunidad internacional “solo se acuerdan de nosotros el día de la Shoa (término en hebreo para referirse al Holocausto), entonces organizan una oración y nos entregan medallas. ¿Pero el resto del año, qué? Estamos solos y abandonados como culebras. Nadie se acuerda”.

Ha cumplido 94 años, apenas tiene una arruga en el rostro, cada día cocina y pasa un buen rato arreglando su pelo. Hoy se ha puesto dos pequeños lazos negros. Sus ojos se encienden cuando se le preguntan por las imágenes que retiene de aquellos tres años que pasó en Auschwitz. “Estaba en el bloque 12 y justo enfrente teníamos el crematorio. Durante los primeros días nos extrañaba el olor a carne asada, como si fuera una barbacoa e incluso hacíamos bromas pensando que mejorarían con kebab nuestra dieta de pan seco y pedazos de queso. Pronto nos dimos cuenta de lo que pasaba porque nos lo contaron los que trabajan en los hornos. Así aprendimos a distinguir que cuando metían a gente viva la llama era muy colorada, supongo que por la sangre, no lo sé… Horrible”, recuerda en voz alta frente a tres de sus hijos, que no pierden detalla del relato.

Luna vive en Bat Yam, al sur de Tel Aviv, en el segundo piso de un bloque de shikunim (proyectos de vivienda pública de construcción rápida y barata que se llevaron a cabo en todo Israel para dar solución al problema de la vivienda) en la que se instaló hace sesenta años. Un mini piso de 55 metros cuadrados en el que ha criado a sus siete hijos. “Para mí siempre ha sido una mansión”, bromea. Durante el día “convivo con los seres vivos, pero por las noches llega el turno de los muertos, de los ausentes y cada noche es una pesadilla. ¿Olvidar? ¿Perdonar? Imposible”, apunta la anciana mientras muestra fotos en blanco y negro y recortes de periódico.

Además de los olores e imágenes tiene muy presentes los sonidos y de pronto eleva la voz para insultar en alemán de la misma forma que les gritaban: “¡Aufstehen, Dreckjude, judebrut!”

Apoya la cabeza contra el almohadón. Respira hondo y bebe un sorbo de soda.

Viaje a Palestina

Cuando los rusos estaban a punto de llegar a Auschwitz los alemanes le trasladaron a Bergen Belsen, “un campo lleno de presos españoles”, recuerda. Un traslado de dos días a pie en el que conoció al amor de su vida, que también logró sobrevivir a los horrores del campo y con quien se casó en cuanto fueron libres. Tras un breve paso por Salónica, donde comprobaron que estaban solos y que nadie más había salido con vida de los suyos, “vinimos a Palestina en 1945. Entonces estaban los ingleses, pero acostumbrados al terror que nos daba un soldado alemán, nunca lograron amedrentarnos. Empezamos en el kibutz de Ein Harod y después llegamos a Bat Yam”.

Luna enviudó en 2013 y solo entonces comenzó a hablar del pasado. “Mientras que mi marido estaba vivo solo él contaba a los niños lo que sufrimos en el Holocausto y lo duro que fue llegar aquí y comprobar que el resto de judíos se reían de nosotros y nos llamaban ‘corderitos’ por haber ido a los hornos sin luchar. Sentíamos vergüenza y rabia”, cuenta en voz baja y sin quitar la vista de las fotos en las que aparece con su esposo.

Pensiones y ayudas

En Israel viven unos 189.000 supervivientes, su edad media es de 85 años y, según un informe elaborado por la Fundación de Asistencia Social, el 25 por ciento de los miembros de este colectivo vive en “situación de pobreza”. Luna recibe una pensión mensual del Gobierno de Israel, pero otros supervivientes la reciben desde el Gobierno alemán por medio del Claims Conference (The Conference on Jewish Material Claims Against Germany). La pensión mínima mensual para una persona que sobrevivió a los campos o los guetos es de 2.400 NIS (600 euros al cambio), según informa Shlomo Gur, responsable en Israel de Claims Conference, “pero la cantidad varía en función del estado físico en que se encuentre y puede llegar hasta los 10.000 NIS (2.500 euros)”. En caso de recibir el dinero desde Alemania la mensualidad es de 513 euros y después es el Gobierno israelí quien la complementa hasta equipararla a las cantidades locales. “Además de la pensión, cuentan con una serie de beneficios sociales, el más importante es el servicio médico a domicilio en el que gozan de nueve horas más semanales que el restos de jubilados del país”, apunta Gur.

Consultado por “la situación de pobreza” que sufre el 25 por ciento de ancianos de este colectivo, Gur explica que “se trata en su mayoría de lo que denominamos ‘casos volantes’, personas que se vieron obligadas a dejar sus hogares ante la llegada de los nazis y buscaron refugio en toros países, la mayoría en la antigua URSS. En su caso reciben un pago único anual de 3.900 NIS (975 euros). Muchos llegaron a Israel en los noventa y no han tenido tiempo de cotizar para generar una pensión y tampoco reciben ayuda alguna de países como Rusia y Ucrania, por ello tienen una situación más complicada”.

Israel reúne a 40 jefes de Estado para el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz, pero en la ceremonia que acoge Yad Vashem, el Museo del Holocausto, faltará Luna. “Yo me quedo en casa, con mis hijos y mis recuerdos”, comenta con la mirada fija en el entrevistador. Imposible contar con palabras lo que han visto esos ojos.