[vimeo]http://vimeo.com/31073389[/vimeo]
TRIPOLI. Lluvia sobre Trípoli. Suelo mojado y anarquía en las calles cuando cae la noche. Se han levantado la inmensa mayoría de puestos de control rebeldes y los milicianos se juntan ahora en la antigua Plaza Verde para disparar al aire –cada vez menos- y hacer trompos con sus coches. “¡Dios es grande!”, es el principal grito de ánimo para los conductores que aprovechan el piso mojado para mostrar su habilidad. El tradicional saludo musulmán de ‘Salam aleikun’ ha sido sustituido por el grito de guerra rebelde que hora se utiliza para todo.
Durante el día un puñado de policías con sus uniformes blancos intenta sin éxito dirigir el caótico tráfico en la capital. Por la noche desaparece toda forma de fuerza de seguridad regular y las calles son de los jóvenes. Las pick up con armamento pesado en las bateas se aparcan en fila, una junto a otra, para que todos puedan verlas y fotografiarse junto a la auténtica caballería rebelde que, según el Consejo Nacional Transitorio (CNT), deberá aparcarse en los cuarteles a partir del próximo sábado. La guerra ha terminado y es momento de desarmarse, pero muchos jóvenes siguen luciendo al hombro sus armas. No las necesitan porque Trípoli está bajo control, pero apuran los últimos días antes de que las autoridades realmente den la orden del desarme de los paramilitares (si es que llega algún día).
Los coches giran y giran y algunos se empotran contra el público. Los mejores trompos se celebran con disparos al aire. Huele a neumático quemado. El piso de la plaza va perdiendo su color verde original y adquiere un tono grisáceo, feote y sucio. Los jóvenes tienen prisa, quieren aprovechar cada minuto de revolución que les queda antes de regresar a la normalidad, antes de que la realidad les obligue a enfrentarse a la rutina del día a día, las expectativas puestas en la nueva era son tan altas que la depresión post-revolución promete ser dura.