EL CAIRO. “¡Dios es grande, Dios es grande, Dios es grande!”. Gritos. Llantos. Abrazos. “¡Libertad, libertad, libertad!”, repite como un poseso Ahmed a la entrada de una plaza de Tahrir teñida del rojo, blanco y negro de la bandera nacional. “¡Felicidades hermanos, felicidades, hemos ganado!”, el doctor Abdelnafal de la universidad de El Cairo reparte felicitaciones entre una masa absolutamente fuera de sí. Nos agarra del brazo y al oído, con lágrimas en ojos, confiesa que “por fin me siento un ser humano y orgulloso de ser egipcio”. Espera que su familia llegue desde su casa en el barrio de Dokki para celebrar la caída del presidente y abandonar la plaza después de dos semanas viviendo en una tienda de campaña.

Cada entrevista es un psicoanálisis. Todos tienen un trauma relacionado con el régimen, una historia turbia que marcó sus vidas y que les llevó hasta Tahrir aquel 25 de enero que ahora ya se ha convertido en una fecha clave para la historia del país. Aquí se han limpiado sus malos recuerdos, pero no olvidan porque “ahora hay que ir a por todos los políticos y empresarios del régimen, hay que limpiar el país de esa lacra”, exige el joven Mustafá, vendedor de perfumes de Luxor que cerró su tienda el pasado día 25 para unirse a la revuelta en la capital. Una bengala roja ilumina el centro de la plaza que adquiere por momentos la imagen de un estadio de fútbol o de un macroconcierto. “¿Dónde están ahora sus sicarios? ¿Dónde están esos cobardes?”, canta la multitud. Las canciones varían a lo largo de Tahrir. Cerca de un puesto de atención sanitaria unos jóvenes venidos de la ciudad de Mansoura, a 150 kilómetros de la capital, dan “gracias Túnez, gracias Túnez, tú nos abriste los ojos”.

Los accesos a la plaza están colapsados. Una ambulancia se abre paso de forma milagrosa entre la muchedumbre. Desde los puentes se percibe el concierto de cláxones de los coches que colapsan las carreteras. Familias enteras se suman a la fiesta. Pese a la salida de Mubarak los voluntarios no descuidan la labor de seguridad y siguen pidiendo identificaciones y registrando maletas. “Sentimos las molestias, pero es el procedimiento”, informan antes de mirar el interior de los bolsos y cachear a cada manifestante. Desde lo alto de los tanques los militares hacen el signo de la victoria y aplauden las alabanzas de la masa, pero piden a la gente que no se suba a los blindados.

Es el final feliz de una revolución que ha tumbado al régimen en 18 días. Mubarak dejó el poder en el día de los mártires. Los opositores rezaron por los caídos en las revueltas y se lanzaron a la conquista de la ciudad. El edificio de la televisión pública fue rodeado por una masa que al grito de “periodistas mentirosos!”, exigía que sus canales públicos emitieran imágenes sobre la realidad en las calles. “Es un lugar estratégico, desde aquí pueden lograr que Mubarak deje de tener seguidores por eso tenemos que hacernos fuertes en esta posición”, confesaba Tamer Abdelaziz pocos instantes antes de conocer el adiós del presidente. Otros más valientes intentaron llegar a las puertas del palacio presidencial, muy alejado de la plaza Tahrir, pero no les hizo falta porque para cuando llegaron el adiós ya se había consumado.

“He visto como torturaban a un hombre delante de su propia madre. Fue hace cinco años, pero no se me borra de la mente. Desde entonces vivía con el miedo de saber que eran capaces de todos y tenían total impunidad”, es el recuerdo que primero le viene a la menta a Ahmed Zaqi cuando se le pregunta por sus sensaciones ante la nueva era. Los egipcios no olvidan. Mariam viene con su hijo de apenas tres meses en brazos porque “algún día le contaré que fue uno de los héroes de Tahrir”, dice mientras le eleva hasta lo más alto. “Si cuando la selección gana un partido estamos aquí toda la noche, imagínate hoy”, dicen unos jóvenes con una bandera enorme del club de fútbol Zamalek. Egipto está de fiesta y los egipcios saben cómo vivir cada segundo de este momento histórico.