Rápido, no hay tiempo que perder. En apenas 45 minutos el secretario de Defensa, Leon Panetta, ha despachado la ceremonia de despedida de las fuerzas americanas de Irak. Tan importante acto no ha tenido lugar en el centro de Bagdad y ante millones de ciudadanos agradecidos a la Casa Blanca por quitarles a Sadam Husein de encima, ni tan siquiera se ha celebrado en la Zona Verde. En un hangar del aeropuerto, rodeados de muros de cemento y sacos terreros y con helicópteros sobrevolando la zona para detectar posibles ataques con cohetes los americanos han pronunciado el ansiado ‘good bye, Iraq’. Escondidos, alejados de esa masa popular a la que Panetta considera parte de un nuevo país “libre, soberano e independiente” gracias al papel de sus soldados.

Soldados americanos en un Humvee pintado como los de las fuerzas iraquíes.

Los últimos 4000 soldados están ya camino de Kuwait, en una operación salida en la que se enfrentan a los ataques de una resistencia que no les ha dado un día de tregua desde su llegada. Se van y con ellos se llevan a los medios. Como pasará en Afganistán, la ausencia del factor internacional resta interés al asunto y poco parece importar que los niveles de violencia siguen siendo altos con atentados casi diarios. Al Qaeda parece aletargada, no muerta, pero su relevo lo han tomado las milicias de las distintas facciones políticas que plasman sus diferencias a base de tiros y bombas. El interés mediático de este adiós contrasta además con el boom mediático que se le dio a la guerra, apenas hay medios internacionales estos días en Bagdad -españoles solo veo a El País-, un mensaje claro sobre el lugar que ocupa en las agendas un país que hace no mucho llenaba las portadas.