MISRATA. Tirado sobre una manta. Desnudo de cintura para arriba. Despojado de sus túnicas extravagantes y con el pecho ensangrentado Muamar Gadafi se despidió de los suyos en el mercado central de Misrata. Cuarenta años en el poder, mansiones y millones derrochados no sirvieron para distinguir al dictador de los miles de caídos en la revuelta en el momento de la muerte. Su mirada altiva, caída para siempre. Sus palabras amenazantes, mudas frente a los insultos que le profieren los civiles que durante todo el día han hecho cola a las puertas de este lugar para ver su cuerpo. No vienen en señal de duelo, vienen para mostrar su odio. Acuden en familia como Fuad que trae a su hijo Ali “que se llama igual que mi padre, al que nunca conoció porque le mató este canalla, quiero que el niño le vea la cara de cerca y no olvide nunca quién mató a su abuelo”, asegura mientras levanta los dedos al cielo al grito de “¡Dios es grande!”, auténtico salvoconducto en la nueva Libia. “Huele como todos los muertos y está amarillo como todos, qué tenía de superhombre, nada, absolutamente nada”, piensa Rafah, ex veterano del ejército libio que se acuerda en estos momentos de los “miles de jóvenes que ha perdido Misrata por su culpa”.

El mercado central es también la base de la Brigada Faslúm, una de las más de cien que hay en Misrata y a la que le ha correspondido la responsabilidad de cuidar el tesoro más preciado desde que estallara la revolución. Uno de los mandos de este grupo que durante 24 horas custodia el lugar piensa que “lo mejor sería hacer como los estadounidenses hicieron con Osama Bin Laden, tirarlo al mar y olvidarnos para siempre. ¿Acaso merece algo mejor?” El coronel Bashir Ali es más diplomático y responde que “nuestro trabajo es tener el cuerpo a buen recaudo, lo que se haga con el mismo ya no es decisión nuestra, además somos musulmanes y por eso creo que debemos enterrarle como cualquier musulmán se merece”. Faslúm es el nombre de uno de los barrios que primero se alzaron en Trípoli y que, como Misrata, más sufrieron la represión del régimen. El debate sobre qué hacer con el cuerpo ha silenciado la polémica suscitada por la posible ejecución del dictador a manos de sus captores. “¿Ejecución? No hay nada que reprochar, tenía que morir para pagar por todo lo que hizo y ha muerto”, piensa Fuad, un estudiante de Farmacia que ha venido desde Trípoli exclusivamente para ver el cuerpo. Después de salir de la enorme cámara frigorífica repasa las fotos de su teléfono móvil y niega con la cabeza, “no puede ser él, no puede ser él, está muerto de verdad”.

Al pueblo libio le costará quitar de sus mentes cuatro décadas de omnipresencia de Gadafi y por eso estos primeros días son de auténtico shock para la mayoría que ve en la televisión las imágenes de la captura una y otra vez, una programación en bucle que los medios locales emiten sin parar y que recuerda a la escena del momento del impacto de los aviones en las torres de Nueva York el 11S que ya forma parte del subconsciente colectivo. “Hoy es el día más feliz de mi vida y he venido aquí para celebrarlo, sin más”, declara Mohamed, joven miliciano que ayudado de una muleta hace cola con paciencia a que llegue su turno, “y es la segunda vez que hago cola. No me pienso mover de este lugar”. Junto a él un grupo de amigos que la víspera estuvo en Sirte y asistió en directo al histórico momento de la captura. “Era a las afueras de la ciudad”, recuerdan, “los mandos ya nos habían avisado de que podía haber alguien importante en la zona debido a la dureza de la respuesta que estábamos encontrando. Uno soñaba con cazar a Gadafi, pero era eso, un sueño”, afirman orgullosos.

La caza del dictador fue un trabajo coordinado de varias unidades de Misrata que han seguido el mismo ejemplo de la toma de Bab Al Aziziya. Piezas clave de la fortaleza de Gadafi como el enorme puño que aplasta un avión estadounidense se pueden ver ahora en la calle Trípoli de la ciudad, la calle más machacada por los combates. Con el dictador siguieron la misma política y se trajeron su trofeo a casa para exhibirlo ante los suyos. Todo está previsto para que en las próximas el presidente del Consejo Nacional Transitorio (CNT), Mustafá Abdul Jalil, declare “la liberación de Libia” y se ponga en marcha el proceso de transición que desembocará en una nueva constitución y elecciones. Este paso y el “inminente final de la operación” de la OTAN, según el almirante James Stardivis, han sido posibles tras la caza y muerte de un dictador que hasta el jueves todos situaban perdido en mitad del desierto. Todos menos los milicianos de Misrata que en su lucha por liberar Sirte consiguieron quitar del medio a la pieza clave para el inicio de una nueva era.