TRIPOLI. “Somos todos Muamar y le queremos”, reza una de las pintadas que los rebeldes no han tenido de limpiar de las paredes de Bab Al Aziziya. El cuartel general de Gadafi se ha convertido en una especie de parque temático de la revuelta que poco a poco se abre a los ojos de los libios. “Nunca había estado aquí, era un lugar para gente que el régimen elegían no para los ciudadanos de a pie”, asegura Mohamed Ali, miliciano de Misrata que tomó parte activa en la toma de este complejo político-militar situado en el centro de la capital. Mohamed tiene 18 años y está orgulloso que fueran las unidades de Mistara las primeras en asaltar la fortaleza, un mérito que también se atribuyen los rebeldes de Zintán y Zawiya, todo depende de a quién se le formule la pregunta sobre el éxito de una operación que se resolvió en apenas 48 horas.

Algunos milicianos aprovechan para hacerse fotografían frente al monumento del puño que agarra un caza estadounidense y que conmemora el bombardeo de los Estados Unidos de Ronald Reagan sobre este mismo lugar en 1986. Suben a lo alto para colocar la bandera rebelde y gritan gracias a Dios por haberles ayudado en esta guerra. A Dios y a la OTAN, que ha atacado en más de sesenta ocasiones este complejo en el que varios edificios son puro escombro. Tras el primer alto frente al puño dorado es momento de adentrarse en las entrañas de Bab Al Aziziya donde simples visitantes se mezclan con ciudadanos pragmáticos que aprovechan para llevarse todo lo que ha sobrevivido a los combates. Sillones, lámparas, enchufes… todo lo que pueda ser utilizado es llevado en camionetas al exterior. Bab Al Aziziya está a las puertas de Abu Salim, el barrio que fue liberado ayer por la tarde y que era el último bastión gadafista en la capital. Los únicos disparos que se podían escuchar eran las salvas de alegría de las amas rebeldes.
Los arsenales fueron vaciados en las primeras horas y ahora esas armas y municiones han caído en manos de unos jóvenes que no pierden oportunidad para estrenarlas. Aunque el grueso de las fuerzas rebeldes ha puesto rumbo a Sirte, localidad natal de Gadafi, a la capital llegan cada día nuevas furgonetas cargadas de jóvenes dispuestos a imponer su ley. ¿Qué hay que hacer con este enorme recinto amurallados de seis kilómetros cuadrados? La pregunta le pilla por sorpresa a Ahmed, otro revolucionario fatigado que apura un cigarro tirado en un colchón y que se protege del sol bajo una de las jaimas que utilizaba Gadafi para atender a sus visitas y que ahora son el campamento improvisado de las fuerzas opositoras. Estas tiendas son las únicas huellas del dictador que se han librado de la destrucción.