TRÍPOLI. Cadáveres y más cadáveres. Los médicos del hospital de Abu Salim descargan cuerpos de los camiones, los envuelven en plásticos y los van almacenando en el interior del centro. El último barrio gadafista de Trípoli cayó a media tarde y el primer trabajo fue el de la recogida de los muertos. “Aquí tenemos por el momento 75, pero la cifra seguirá aumentando porque no paran de llegar camiones”, asegura Abdul Salam, que lleva tres años trabajando en este hospital situado en el epicentro de la batalla. “Es lógico que este barrio resistiera porque está al lado de Bab Al Aziziya –la fortaleza de Gadafi- y aquí el régimen no ha tenido problemas para comprar mercenarios a sueldo, es uno de los barrios más pobres”, piensa Hussam Rajab que ha prestado su camión de forma voluntaria para recoger cuerpos. Coches calcinados, casquillos por todas partes y vecinos con cara de miedo que después de tres días encerrados en sus casas salían de nuevo a ver la luz conformaban la estampa de lo que ha sido la auténtica zona cero de Trípoli durante 72 horas.

El barrio está liberado, pero no se encontró ni rastro de Saif El Islam, hijo del dictador. La búsqueda de Gadafi es prioritaria y el nuevo objetivo militar rebelde es Sirte, si ciudad natal situada 400 kilómetros al este de la capital. Durante la noche del jueves la OTAN llevó a cabo varios bombardeos –entre los objetivos estaban un búnker de Gadafi y varios vehículos militares- y por tierras las unidades de Misrata y Brega mantienen un cerco sobre ciudad. Con el objetivo de evitar los combates, los dirigentes políticos rebeldes han enviado emisarios para intentar contactar con algunas tribus locales, pero de momento no han tenido éxito. Los dos grandes clanes de Sirte, los Ghadafa y los Urfali, permanecen fieles al régimen que ha concentrado allí a la mayor parte de las unidades que le quedan operativas. Además de Sirte, la lucha se extendió también a Ras Jdir, el paso fronterizo que une Túnez con Libia y que es la principal vía de suministro de la capital, y a Sabha, localidad del desierto del sur.

Milicianos, soldados de Gadafi y civiles se amontonan en el hospital de Abu Salim reconvertido en morgue improvisada. “Hay muchos con un tiro en la cabeza y las manos atadas, gente ejecutada”, afirma con rotundidad uno de los médicos mientras se ajusta la mascarilla con la que se protege del hedor. Amnistía Internacional (AI) asegura tener en su poder pruebas de que las fuerzas del líder libio Muamar Gadafi han matado esta semana prisioneros rebeldes que se encontraban detenidos en dos campamentos militares de Trípoli. Esta denuncia, elaborada tras recoger los testimonios de varios reclusos, llegó el mismo día en que los servicios médicos y voluntarios se afanaban en limpiar las calles de cadáveres y los rumores sobre posibles ejecuciones efectuadas por los rebeldes también se difundían por la ciudad.

Sin oración del viernes

Tras vivir una de las jornadas más tranquilas de la última semana, los tiroteos volvieron a escucharse en Trípoli al caer el sol. Seguidores de Gadafi atacaron el hotel Corintia donde se alojan los miembros del Consejo Nacional Transitorio que tratan de poner en marcha la transición y que también alberga a gran parte de la prensa internacional. Un ataque leve, el segundo en dos días, con el que los gadafistas dieron su particular bienvenida a las nuevas autoridades. El miedo y la tensión se han apoderado de los ciudadanos de una capital que vivía su primer viernes desde que la revolución llegara a sus calles y que no celebró ningún tipo de oración masiva en la plaza de los Mártires. La llamada al rezo del mediodía fue seguida en las mezquitas, pero no hubo celebración ni marchas para festejar la caída de régimen, una imagen muy diferente de la que se veía en Bengasi en febrero y que vecinos como Saleh, ex policía metido a taxista, justifica diciendo que “aquí no todos pensamos que Gadafi era malo y la gente no está conforme con esta forma de cambiar las cosas, ¿qué hubiera sido de los rebeldes sin la OTAN?”, es la misma pregunta que se formulan muchos ciudadanos.

Los cortes de luz y de agua, la basura apilada en las aceras y los omnipresentes puestos de control han convertido a Trípoli en un lugar hostil. Gente armada circula libremente y nadie tiene muy claro quién es quién. Las grandes brigadas de milicianos venidos de Zintan, Misrata y Zawiya llevan la voz cantante en materia de seguridad y esto no ha gustado a los habitantes que han pasado del verde de Gadafi de cuatro décadas a la bandera tricolor rebelde en apenas unas horas.