Cada vez que vuelvo a casa la situación económica me golpea en la cara. No hay comida ni cena cuya sobremesa no sea vea ensombrecida por los fantasmas económicos, los recortes y el negro futuro. Me limito a escuchar. No entiendo nada. Intenté enterarme de algo al principio, pero o los compañeros de Economía son unos negados o yo soy un zote total, creo que más lo segundo. Pero lo que más me llama la atención es el consenso generalizado en la inutilidad de la clase política, sea del color que sea. Se lo han ganado a pulso con una gestión nefasta, con el incumplimiento sistemático de sus promesas y, especialmente, por el odio que genera el hecho de que ellos se blinden el futuro mientras el resto vivimos al día, a la hora, al minuto.

Cuando la injusticia aprieta las ideologías quedan en segundo plano y sale a escena el animal que llevamos dentro. Hace tiempo que en España izquierda y derecha se dan la mano, van del brazo dentro de una clase política donde la profesionalización de sus actores ha sido directamente proporcional a su distanciamiento de la calle. Algunas figuras, como uno de los consejeros estrella del gobierno vasco, se vanaglorian incluso de no haber terminado sus estudios por su dedicación al partido. Cuando al resto nos piden un CV para trabajar en una gran superficie, servir gasolina o estar detrás de la barra de un bar, a ellos les vale con el carnet del partido para asegurarse el presente y el futuro poniéndoles en un estatus económico al que nunca hubieran llegado por otro camino.

La gente que sube el IVA no tiene problema para pagar un 21 por ciento o un treinta, los que meten la tijera en sanidad saben que pueden recurrir a la privada cuando lo necesiten, los que deciden la subida de la gasolina tienen chófer y nosotros les pagamos el kilometraje, o el helicóptero. Como con los jueces o con las conferencias internacionales, las cosas se miran desde un prisma diferente si te afectan directamente. No es lo mismo que un magistrado juzgue al violador de su hija que al de la hija de alguien que no conoce de nada, pasa lo mismo con las grandes cumbres diplomáticas que se celebran a miles de kilómetros de los lugares en conflicto. En el pasado pudieron funcionar, hoy no. Si quieres arreglar Afganistán vete a Bost o Kandahar y mete allí a los que toman decisiones, no en un hotel de Tokio.

La Polla Records cantaba que “la solución es una cámara de gas con los políticos dentro”, y esa mala leche que corría por las venas de Evaristo empieza a hervir también en las de millones de personas de este país. Hasta ahora el dinero fácil para comprar coches, ir de vacaciones o sacar el abono anual de un club de fútbol servía de anestésico, pero se ha terminado. Los mineros abrieron el camino de la vía violenta y el ejemplo no tardará en expandirse, así que todo depende de lo que aguante la fidelidad y unidad de la fuerzas del orden, víctimas también de recortes y mal trato por parte de las administraciones. La nueva ‘kale borroka’ hereda las formas de la que conocieron las calles del País Vasco, pero al componente político hay que sumarle el económico. Se abre a un abanico tan amplio que llega desde Irún a las Canarias. La pregunta que hay que hacerse ahora es: ¿Quiénes son realmente los violentos? ¿Quiénes son las víctimas?