LATAKIA. “¡Guarda la cámara, que no te vean!” Fady conserva el temple al volante. Se separa ligeramente de los vehículos blindados de la ONU y esquivando a manifestantes logra volver al asfalto, dar media vuelta y enfilar hacia Latakia. Dos encapuchados cierran el camino con picos en sus manos a la espera de que pasen los cascos azules. Por el retrovisor se ve a la marabunta rodeando a los inspectores y golpeando con palos, barras metálicas y piedras sus coches. Uno de los Toyotas blancos de Naciones Unidas intenta alejarse, pero un vehículo de la seguridad le frena como queriendo que siga sufriendo el hostigamiento. Nueve kilómetros nos separan de Latakia, a solo nueve kilómetros y pese a la escolta militar y de la inteligencia, ciudadanos de zonas leales Al Assad han realizado una emboscada para cortar el acceso de los inspectores a Al Haffa, uno de los puntos calientes ahora en Siria.

“¿Estaréis contentos, no?” Pregunta un miembro de los observadores a los militares que custodian en el hotel Rotana de Latakia mientras se quita el chaleco antibalas y el casco. Después de varios días de negociaciones, el gobernador de la provincia dio luz verde a los cascos azules a quienes garantizó la seguridad hasta el último puesto de control del Ejército, pero no fue así. Y sufrieron una emboscada que parecía perfectamente organizada. En la huida los coches se dispersaron. Tres regresaron a Latakia, y junto a ellos este enviado especial junto a su conductor, y otros pusieron rumbo a Alepo y Tartus, estos fueron alcanzados por disparos cuando circulaban por la autopista que transcurre por zonas leales al régimen. No hubo que lamentar heridos, pero los vehículos resultaron seriamente dañados y uno de ellos presentaba veintidós impactos de bala. Al regreso al hotel de Latakia la escolta culpó a “elementos incontrolados” del ataque y algunos de los militares llegaron con los brazos vendados para demostrar que ellos también habían sufrido agresiones en su intento por proteger a los inspectores. Por la tarde el ministro de Interior y el gobernador de la provincia se acercaron al lugar donde estaban los observadores, pero no se dirigieron a ellos en ningún momento.

El plan de paz de Annan para Siria está muerto. El alto el fuego no se ha respetado en ningún momento y los observadores, además de no moverse con libertad, desconfían de sus escoltas y sufren ataques en zonas leales al régimen. “Los opositores te gritan, te menean los vehículos a empujones, te los pintan con sprays, pero no te disparan. Ahora el enemigo está en las zonas más leales donde las fuerzas de seguridad no hacen nada por impedir este tipo de acciones que se vienen repitiendo los últimos días”, señalan fuentes cercanas a la misión de la ONU. Con los cascos azules divididos, los tres vehículos que quedaban en Latakia decidieron realizar una evacuación a última de la tarde debido al agravamiento de la situación de seguridad. Los medios sirios informaron de la muerte de dos vecinos atropellados en la huida de los observadores, algo que negó el organismo internacional, y temían movilizaciones a las puertas de su cuartel general. Los tres vehículos, protegidos por la misma escolta que les vendió por la mañana, enfilaron hacia Tartus, al sur, siguiendo también la misma ruta de la costa donde sus compañeros fueron ametrallados. Fueron ochenta kilómetros eternos. Por una carretera desierta y en plena noche. Se despidieron de Latakia entre gritos, escupitajos y empujones de la gente y la misma escena se repitió a su llegada a Tartus, otra de las ciudades leales al régimen.

Mientras aumenta la desconfianza entre la misión de la ONU y el régimen, el Ejército sigue con su operación en Al Haffa y las autoridades han logrado su objetivo: quitarse a los inspectores de en medio para que nadie sepa realmente lo que pasa. Desde la distancia, al menos, pudieron comprobar por primera vez cómo el Ejército ataca los feudos opositores con tanques, artillería y helicópteros, y ya califican el conflicto sirio abiertamente de “guerra civil”, según declaró en Nueva York el vicesecretario general para operaciones de paz, Herve Ladsous. Los militares de Latakia trajeron hasta el hotel de la ONU a varias familias que supuestamente habían huido de Al Haffa “debido a la presencia de islamistas venidos de Turquía” a quienes acusaban de “secuestrar y matar sin piedad”. Como antes en Houla o Qubair, escenarios de las dos últimas masacres ocurridas, el problema se centra en un núcleo suní rodeado de aldeas alauitas, secta minoritaria en el país a la que pertenece el presidente, cuya localidad natal está próxima.