DAMASCO. Damasco se mueve al ritmo de las furgonetas de transporte y su parada central está bajo el Puente Al Assad. Miles de ciudadanos usan cada día los llamados ‘service’ que a cambio de quince libras sirias (veinte céntimos de euro al cambio) conectan la capital con los barrios que le rodean. Pueden ir una media de doce pasajeros en cada uno, doce mensajeros del extrarradio que traen al centro de la capital la revuelta en cabezas y corazones. Lo que ellos viven cada día, no se vive en el centro neurálgico de un Damasco fuertemente custodiado, pero las movilizaciones y combates están cada vez más cerca “y ya no hay vuelta atrás. Yo mismo salgo a la calle después del último rezo de cada día. Protestamos en paz, pero a ellos les da igual, las fuerzas de seguridad sirias no conocen la clemencia”, confiesa Mohamed Hamsa, que lleva 25 años conduciendo un ‘service’.

Desde hace quince meses este medio trasporte no circula por las noches, a las nueve concluyen los recorridos y esperan hasta el amanecer para volver a ponerse en marcha. Después de muchos meses viendo la guerra por la televisión, ahora los damascenos la ven y escuchan en directo cada noche. Los pasajeros están obligados a llevar su documento de identidad y, dependiendo de los puestos de control, se puede tardar más de una hora en cubrir los recorridos que normalmente no exceden de los veinte kilómetros. “¿Cómo nos ven a nosotros en España? ¿Piensan de verdad que somos terroristas?” pregunta un grupo de estudiantes en la parada hacia Qudssaya, donde el pasado viernes explotó un coche bomba y mató a dos soldados, una acción de la los opositores culparon a las autoridades en su intento de crear el pánico entre los vecinos. “Salimos para exigir libertad, no vamos armados, en otras provincias la gente tiene armas, pero aquí no”, repiten antes de subirse en su furgoneta y perderse en el caos circulatorio de la calle Shoukry Al Qouwatly, auténtica arteria de la capital paralela al río Barada. Junto a la lucha entre partidarios y opositores del régimen, los grupos criminales han aprovechado el caos para aumentar su actividad y cada día se producen secuestros y robos, algo a lo que no estaban acostumbrados los sirios y que el régimen no duda en englobar en el mismo bando de los opositores armados.

La revolución en la Ciudad Vieja
La chispa ya ha prendido en Al Mezzeh, Salhiyeh, Midan, Kafar Sousa, Al Hakleh, Az Zahera, At Tamadon o Basatin Ad Dour, pero lo que preocupa más a las autoridades es la irrupción de los opositores en partes de la emblemática ciudad vieja de Damasco como Al Qamariyeh o Shaghdoor Jouwany. “No se trata de la imagen de los opositores armados que vende el régimen, ellos tratan de meternos a todos en el mismo saco para justificar su violencia indiscriminada, somos pequeñas brigadas que hacemos pintadas, concentraciones rápidas, lanzamos panfletos…”, afirma una activista de la oposición que está convencida de que “es cuestión de tiempo y por eso seguiremos luchando”. Y dentro de las formas de lucha está la huelga general como la que realizaron los vendedores de zocos de la Ciudad Vieja para protestar tras la masacre de Houla en la que más de cien personas perdieron la vida, entre ellas decenas de niños. “En Damasco y alrededores el Ejército Sirio Libre (ESL) no es tan fuerte como en Homs o Idlib, apenas tienen armas”, destaca la misma activista mientras repasa en su ordenador fotografías y vídeos que acreditan los bombardeos sistemáticos del Ejército sobre zonas civiles como represalia por las protestas contra el régimen. Algo que ha quedado reflejado también en el último informe de Amnistía Internacional que acusa a las autoridades sirias de orquestar una política dirigida a vengarse de las comunidades que apoyan a la oposición y a intimidar a sus habitantes.

Los ‘service’ detienen su circulación los viernes, cuando las calles de la capital se quedan desiertas y la gente se pega a los televisores e Internet para seguir el parte de guerra. “No lo hacemos por ser un día festivo, sino porque es el día en el que más violencia se registra y la gente se queda en casa”, señala Ahmed, otro conductor con cuatro años de experiencia que espera que “todo pase pronto y volvamos a una vida normal”, sentimiento compartido por la mayoría silenciosa que vive inmersa en la paranoia colectiva creada por los medios de información de los dos bandos. En el centro de Damasco aún se puede escuchar alguna voz que respalde al presidente y opte por el régimen como el mal menor ante la “invasión islamista” de la que hablan los canales oficiales, pero cada vez son menos. Entre todos los ciudadanos consultados bajo el Puente Al Assad no hay dudas, quieren el cambio y lo quieren cuanto antes, solo la fuerza mantiene a los actuales dirigentes y da la impresión que un despiste de la seguridad provocaría un nuevo ‘Tahrir’ en el centro de la capital. Damasco es una isla dentro de Siria y, aunque en las últimas semanas ya se escuchan los combates durante las noches, sus ciudadanos no conviven diariamente con la muerte.

“Desde el inicio de la crisis el régimen ha seguido su propia agenda. Hablan de cambios y reformas, pero es solo maquillaje. En realidad su único plan es aplastar por la fuerza a la oposición y por eso es responsable de esta situación, no pensaron en las consecuencias”, denuncia Aref Dalila, economista con casi una década de prisión a sus espaldas por su oposición política al régimen. En el otro extremo, profesores como Bassam Abu Abdala, director del Centro de Estudios Estratégicos de Damasco, lo ven de otra manera y defienden el discurso oficial que habla del intento de “grupos islamistas de hacerse con el poder engañando a la población con falsas promesas de democracia, la única salida posible es la agenda de cambios del presidente”.

Moverse fuera de Damasco

Las líneas de autobuses entre ciudades mantienen sus recorridos, aunque también han suprimido los servicios nocturnos. “Llevo ocho meses sin ir a mi pueblo, los que viajan dicen que la carretera está limpia, pero no me fío”, declara Firaz, periodista local de Safita, localidad situada en la provincia de Tartús, al noroeste del país, donde no se registran apenas incidentes. En las autopistas los guardias de tráfico vigilan la velocidad de los vehículos con radares móviles, las áreas de servicio y gasolineras están abiertas y el tráfico de camiones hacia Líbano y Turquía es intenso, “pero de pronto te encuentras con gente no uniformada armada y nos sabes quienes son, o militares camuflados en vehículos civiles, desde algunas ciudades se ven hongos negros de humo saliendo entre los edificios… todo el mundo parece armado. Lo más seguro es el avión”, piensa Abeer, responsable de una agencia de viajes, uno de los sectores más afectados por una crisis que ha ahuyentado a los turistas. Los trenes han dejado de funcionar debido a los sabotajes, pero la compañía Syrian Airlines mantiene las conexiones domésticas con las principales ciudades del país.

“Todo parece normal, pero la cosa se tuerce en cosa de segundos. Recuerda al modus vivendi que lograron los libaneses durante su guerra civil. Violencia en estado puro en puntos concretos, mientras que a unos kilómetros la gente bebía cerveza y bailaba en discotecas”, piensa una fuente próxima a la misión de Naciones Unidas, que después de dos meses sobre el terreno ha certificado la violación sistemática del alto el fuego propuesto por Kofi Annan. “Pero no se puede poner a ambos bandos al mismo nivel, el régimen es el responsable porque optó por esta vía desde el primer momento”, matiza Aref Dalila, que ahora apenas tiene contacto con las movilizaciones “por miedo a represalias”, la sensación compartida por millones de ciudadanos que saben muy bien de lo que son capaces las agencias de inteligencia del régimen, los auténticos pilares de su supervivencia.