DAMASCO. Suena una fuerte explosión. La guerra se escucha nítidamente tras los muros de la escuela Badr El Din Abdin, nuevo hogar para trescientas personas que han llegado al barrio de Al Zahera huyendo de las zonas más conflictivas. Las familias organizan su nueva vida en las aulas y dependen absolutamente de la ayuda humanitaria «porque se trata de gente sin recursos. Normalmente los que tienen familiares van a sus casas, aquellos que disponen de dinero optan por hoteles, y las mezquitas y escuelas son la única alternativa para los pobres», asegura la responsable del Comité Internacional de la Cruz Roja en Damasco, Rabab Al Rifai.

Las cifras no están claras porque muchos de los desplazados van y vienen a sus casas dependiendo de la situación de seguridad, pero la Media Luna Roja calcula que el número está en torno a «unas 24.000 personas repartidas en 72 centros» de la capital. Los trescientos desplazados de la escuela Badr El Din Abdin son en su mayoría de origen sudanés y somalí. «Salimos de nuestros países para escapar del hambre y las matanzas y ahora nos encontramos en medio de esta guerra, ¿qué será de nosotros?», se pregunta Hasán Admu, que abandonó Darfur en 2009 y desde entonces trabajaba como guarda de una granja en Yesreen. Lleva veinte días en el colegio y «pase lo que pase no pienso volver a Sudán, mi situación es regular en este país y quiero seguir viviendo en Siria».

Lo mismo opina Taisa, que tras graduarse como dentista era feliz ejerciendo en una consulta que se convirtió en una especie de línea del frente, «donde vi cosas que me recordaron a mi niñez en Somalia, fue horrible, una carnicería». Amin, somalí de 29 años residente en Al Tal, recuerda que «todo empezó al inicio del Ramadán. Los milicianos del Ejército Sirio Libre (ESL) llegaron a la zona y una mañana nos despertamos con helicópteros lanzando panfletos que pedían la salida de los civiles porque el Ejército iba a lanzar una ofensiva para recuperar el control». Entre el aviso y la acción apenas hubo tiempo y muchos perdieron la vida en mitad del fuego cruzado.

«Un tema muy sensible»
Nadie sabe cuánto puede durar esta situación, pero «el Ministerio de Educación nos ha informado de que debemos dejar las escuelas a finales de este mes para prepararlas de cara al curso escolar», informa Sima Kanawati, voluntaria de la ONG siria Al Nada que se encarga de la gestión de tres centros, uno de ellos en Al Zahera. Después las autoridades deberán decidir dónde realojar a esta gente porque «algunos barrios de la capital han quedado como auténticas zonas fantasma tras los combates, allí no se puede reanudar la vida», lamenta Kanawati, que amablemente niega al periodista el acceso a la escuela Al Malik, donde se refugian más de 120 personas.

El Ministerio de Asuntos Sociales no es partidario de que la prensa, ya sea nacional o extranjera, tenga acceso a los desplazados nacionales «porque es un tema muy sensible y extraño para nosotros. Hasta ahora estábamos acostumbrados a acoger a gente de otros países como libaneses e iraquíes cada vez que tenían problemas, pero ahora somos los sirios los que buscamos protección».

Suena una nueva explosión. Tan solo hay que cruzar la carretera para llegar a Midan, uno de los barrios donde más duros han sido los combates en las últimas semanas. Las paredes son testigos de la guerra de eslóganes entre partidarios del presidente que escriben «No hay visa sin Bashar» y los opositores que pintan «Abajo el régimen». No hay término medio en este choque de trenes que, según Naciones Unidas, ha provocado un millón y medio de desplazados internos, casi el 10% de la población total.