DAMASCO. No hay precio fijo. Todo empieza con un acercamiento indirecto y si la otra parte ve predisposición a negociar llega la oferta. En los despachos de los altos cargos del régimen sirio hablan de las deserciones políticas producidas hasta el momento como si se tratara de fichajes de futbolistas. Miles o millones de dólares, la cantidad depende de varios factores. Un primer ministro, tres embajadores, un cónsul y una diputada forman la lista de los que se han pasado al lado opositor.

«El intermediario siempre es un sirio, primero tantean tu disposición y si ven que no lo rechazas frontalmente te llega una oferta. El dinero y las garantías de seguridad futura las pone Catar», denuncia Sharif Shehadi. Diputado alauí y uno de los rostros oficiales más mediáticos desde el inicio de la crisis define las deserciones producidas hasta el momento como «económicas, no ideológicas». Al propio Shehadi le ofrecieron la posibilidad de pasarse al otro lado, pero se negó. Bromea pensando en el precio final que cree que sería «alto porque además de diputado en el Consejo del Pueblo soy alauí y salgo cada noche en las tertulias de televisión. No hay un precio cerrado y cada detalle suma».

Habla mientras en la parte exterior de su oficina suenan disparos. Un hombre de su seguridad privada irrumpe en el salón y le entrega una pistola que esconde en la parte trasera de su pantalón. Los problemas en Kafr Susa han llegado a esta zona de Tashreen, en la capital, y se escuchan tiroteos. «No pasa nada, es normal», asegura con tranquilidad.

A diferencia de lo ocurrido en Libia, en Siria las deserciones de hombres importantes del sistema son escasas tras 18 meses de revuelta «y eso que desde Doha han activado una ofensiva mundial para comprar a todos los sirios que sea posible. Es otro frente de esta guerra, el económico», asegura el analista político Nabil Fayad, habitual colaborador de Al-Yasira, para quien el motivo principal es «el enrevesado diseño de un régimen del que es muy complicado escapar porque ata bien a su gente». La huida más relevante hasta el momento fue la del primer ministro, Riad Hijab, que cruzó a comienzos de mes a Jordania con el apoyo del Ejército Libre Sirio (ELS) y una vez allí abrazó la revolución.

Entre los funcionarios sirios fue una gran sorpresa la noticia porque la misma mañana en la que se anunció su deserción recibieron en cada ministerio una circular en la que les exhortaba a cumplir con su horario laboral. Las cartas fueron inmediatamente retiradas de las paredes. «Hijab recibió 10 millones de dólares (7,9 millones de euros) por desertar», aseguran fuentes oficiales. «Nos conocemos, Hijab es baazista (miembro del partido del régimen) desde que nació, ha estado vinculado al régimen toda su vida y tras dos meses en el Gobierno decide una mañana que quiere convertirse en opositor. No me lo creo», asegura Shehadi mientras sigue atento desde el ventanal la evolución de los altercados a las puertas de su oficina.

Robo de documentos

La segunda cantidad más alta pagada por una deserción la recibió el embajador sirio en Bagdad, Nawaf al-Fares, a quien le habrían pagado 5 millones de dólares (3,9 millones de euros), según las mismas fuentes consultadas, y en Damasco le acusan además de haber robado otros 6 millones (4,7 millones de euros) de la legación, así como gran cantidad de documentos. Bagdad es una embajada clave para el régimen y Al-Fares era un colaborador estrecho de El-Asad que sonaba incluso para una cartera ministerial tras las últimas elecciones. El último caso sobre estos presuntos pagos a altos cargos afecta a la diputada por Alepo, Ijlas al-Badawi, que percibió 200.000 dólares (159.000 euros).

Mientras en estos tres casos desde Damasco aseguran tener «plena seguridad» de los pagos, el caso del general Manaf Tlas es diferente. Hijo del exministro de Defensa, el militar de mayor graduación que ha salido de Siria «no lo hizo por dinero porque su familia es multimillonaria, lo hizo por motivos de seguridad y contó con la ayuda de la oposición libanesa», afirman. Tras su salida del país tanto Hijab como Tlas suenan como primeras espadas de la oposición para la transición política, «una idea equivocada ya que apenas tienen peso dentro del país. Hijab es un desconocido y a Tlas le odian por ser hijo del ex ministro de Defensa de Hafez El-Asad», opina Nabil Fayad.

Las cosas parecen calmarse en Tashreen y el equipo de seguridad de Shehadi pide diez minutos más para poder abandonar el lugar. Hay que volar al coche para alejarse de la zona caliente. De fondo, los pesados cañonazos que salen del monte Casium hacia los barrios del sur. Los cargos oficiales están ahora en el punto de mira.

Artículo publicado en los periódicos del grupo Vocento el 24-08-2012