BRUCHIM. 17 familias de origen ruso llegaron en 1991 a Qela, un lugar idílico situado en los Altos del Golán, a las faldas del monte Hermón y desde el que casi se pueden tocar las fronteras libanesa y siria. El entonces ministro de Vivienda Ariel Sharon quería resucitar esta especie de asentamiento maldito habilitado por el Ejército tras arrebatárselo a los sirios en las guerra de 1967, en el que la vida no conseguía abrirse paso. Sharon respaldó a un grupo de colonos de la antigua Unión Soviética y rebautizó Qela con el nombre de Bruchim, la forma de dar la bienvenida en hebreo.
Las cosas no salieron bien.
28 años después, Bruchim es un lugar abandonado en el que diez de aquellos colonos sobrevivían en el más absoluto olvido, aislados, hasta que la amistad entre Benjamin Netanyahu y Donald Trump les ha vuelto a poner en el mapa. Frente a la postura de la comunidad internacional, que defiende que los Altos Golán son territorio ocupado, el presidente de Estados Unidos decidió reconocer de forma unilateral la soberanía israelí sobre este territorio tan estratégico y Netanyahu le agradeció este gesto con un regalo muy especial: un nuevo asentamiento que será bautizado en su nombre. Un regalo que supone toda una revolución en el Estado judío donde “normalmente nunca usamos nombres de personas vivas a la hora de nombrar a una nueva localidad”, según apuntan las autoridades regionales del Golán, con lo que Trump romperá la norma.
Los diez vecinos de Bruchim viven en casas de madera, que han ido remendando con el paso de los años. Los árboles les protegen del sol y forman una especie de isla verde en mitad de los trigales protegidos por vallas de espino en los que cuelgan carteles que alertan del peligro de que puede haber minas. El más joven tiene 66 años, hablan hebreo con dificultad y no están acostumbrados a recibir visitas. Nadie se acordaba de ellos hasta que el Gobierno de Israel y el Gobierno regional acordaron levantar ‘Neve Trump’ (el oasis de Trump) en los terrenos que en el 91 se destinaron a Bruchim. El nombre no es aun oficial, pero es el que utilizan ya los funcionarios golaneses.
“Llegamos desde Rehovot (ciudad situada 20 kilómetros al sur de Tel Aviv) con mucha ilusión, pero por razones objetivas o subjetivas, la cosa no salió como esperábamos. Los servicios que nos prometieron nunca llegaron y la gente comenzó a marcharse”, recuerda con nostalgia Vladimir Belotserkovsky, apoyado en la alambrada que rodea su casa. Este ingeniero de origen moldavo subraya que “nos mudamos al Golán por ideología, fue nuestra respuesta a la Conferencia de Madrid -cumbre que abrió el camino a los Acuerdos de Oslo- y en el mejor momento llegamos a ser 40 familias”. Ahora son diez vecinos y Vladimir confía en que “la construcción de las nuevas viviendas sirva para atraer a más gente y mejorar los servicios”.
Llegada de religiosos
A apenas tres kilómetros de Bruchim se encuentra Qela Alon, un centro para el turismo ecológico y de montaña. Es la colonia más cercana a ‘Neve Trump’ y allí viven unas 400 personas entre las que el proyecto causa cierta incertidumbre. “Me alegro de que se cree un nuevo lugar, lo que ayudará a repoblar la zona y mejorar las condiciones de vida, pero tenemos miedo a que pueda venir demasiada gente y se rompa la paz que tenemos en esta zona, y que esa gente sea religiosa, lo que puede condicionar la vida de quienes no lo son”, apunta Nir Waba, un joven fontanero que llegó hace casi cuatro años al Golán en busca de “tranquilidad, silencio y mejores precios que en el resto del país donde los alquileres son muy caros”. El plan de las autoridades es atraer a una comunidad mixta formada por religiosos y laicos, al estilo de la que funciona en otro asentamiento del Golán llamado Natur.
En Qela Alon se habla en voz baja de la vecina Bruchim. Un grupo de vecinos acude de forma voluntaria a visitar a sus diez habitantes… pero es como visitar un planeta diferente, como un viaje al corazón rural de la URSS. El futuro y el pasado. El éxito y el fracaso del espíritu colonizador. Mientras los adultos insisten en que levantar un nuevo pueblo mejorará los servicios -el hospital más cercano está a casi una hora en coche- Yali, de diez años, sueña con que “lleguen más niños de mi edad, soy el único de mi quinta en Qela Alon y siempre tengo que ir a otros pueblos para poder ver a mis amigos”.
Antes del invierno
Qatsrin es la ciudad más importante del Golán ocupado. Allí se encuentra el despacho de Haim Rokach, gobernador regional y uno de los grandes impulsores de ‘Neve Trump’. Escondido entre una montaña de planos y archivos, repasa los plazos y adelanta que “esta misma semana arrancamos con la limpieza y el marcado del terreno, esto va a ir rápido porque hay un apoyo total por parte de las autoridades, especialmente por parte del primer ministro. Nuestro objetivo es que las primeras familias puedan entrar a vivir este mismo invierno y nos encantaría que el propio Trump viniera en persona a visitar el lugar”.
Batya Gottlib es la mano derecha y portavoz del gobernador. Vive entre el edificio del Consejo Regional y el polo industrial de Wasset, situado a cinco kilómetros de Bruchim, un lugar concebido para ser el centro que genere trabajo para la nueva comunidad. “El presidente de Estados Unidos se merece todo nuestro agradecimiento, por eso tendrá este pueblo en su nombre. Será además un foco de atracción turística, estamos seguros”, considera Gottlib, quien califica a Trump de “resucitador del Golán” porque “además del valor simbólico que tiene reconocer la soberanía de Israel sobre este territorio, a nivel legal el cambio nos ha abierto las puertas a las exportaciones al mercado estadounidense”.
La portavoz está emocionada con el cambio que se avecina en Bruchim y explica que la elección de este lugar se produjo “por motivos tácticos”. Al tener ya una zona previamente preparada para levantar una comunidad las cosas pueden ir más rápido y todos esperan que el nombre de Trump limpie el pasado gafe que rodea a un lugar en el que la vida no ha logrado abrirse paso. “Hemos recibido 130 peticiones de israelíes que quieren mudarse a esta nueva comunidad. En la primera fase vamos a levantar 25 casas prefabricadas. El suelo es gratis, pero el comprador deberá asumir el gasto de infraestructura (180.000 Shekels, unos 44.000 euros al cambio) y el precio de la vivienda, que ronda el millón de Shekels (246.000 euros al cambio)”.
Junto a las mediciones y al marcado del terreno, han comenzado los trabajos de rehabilitación del antiguo centro social, un edificio espacioso que servía como punto de reunión para las familias que llegaron en el 91 a Bruchim. Tres operarios reparan contra el reloj tejado y ventanas, pintan las cajas metálicas de las mangueras anti incendios y limpian los buzones para el correo. Frente al centro comunitario, lo que fue una pista de baloncesto espera que llegue su turno para recuperar su función original. Los diez vecinos miran desde el interior de sus casas estos pequeños avances que se producen desde que Netanyahu hiciera oficial su regalo a Trump. Asoman la cabeza desconfiados desde una ventana y la vuelven a cerrar con rapidez cuando el visitante se percata de su mirada. El calendario se paró para ellos en 1991, como el Skoda Favorit del segundo Vladimir que nos encontramos, parado a la puerta de su casa gris. En su hebreo roto y con la ayuda de su mujer asegura que “la vida aquí es muy difícil”. 28 años después el calendario vuelve a moverse en Bruchim y todos confían en que el tercer intento sea el definitivo gracias a Trump, “el resucitador del Golán”.