SEDNAYA. Puesto de control a la vista. El quinto desde la salida de Damasco. La bandera sobresale entre los sacos terreros, pero no se ven hombres uniformados. Un grupo de civiles armados registra vehículo a vehículo. Piden las tarjetas de identidad y se quedan con la documentación de aquellos que no son del pueblo. Es el acceso principal a Sednaya, aldea situada a escasos 30 kilómetros de la capital donde la seguridad está en manos de una milicia (aquí llamada Comité Popular) cristiana formada por voluntarios y apadrinada por el Ministerio de Defensa.
Duros bombardeos
A menos de 20 kilómetros hay combates duros en la localidad suní de Al-Tal y 300 civiles han encontrado refugio en la escuela local donde «podrán estar hasta que ellos quieran, aquí no tendrán problemas», según el responsable de la ayuda a los recién llegados, Elia Al Khoury. «Al inicio del Ramadán entraron los milicianos del Ejército Libre Sirio (ELS) y a las pocas horas el Ejército lanzó una fuerte ofensiva. Hubo bombardeos muy duros y por eso tuvimos que huir», señala Selwa, que ha llegado con sus tres hijos.
«Aquí no van a venir los grupos armados de la oposición, imposible. Estamos armados, pero también tenemos a Dios», dice un vecino sentado a la puerta de la escuela. Los hombres que están a su lado asienten con seguridad.
«No hemos tenido choques con el ELS, hasta el momento nuestra milicia solo ha intervenido para capturar a delincuentes e ir contra bandas organizadas que aprovechando la inseguridad en el país han tratado de golpear aquí», apunta el alcalde desde un despacho presidido por la foto de rigor de Bashar el-Asad, omnipresente en toda Sednaya. Esta misma estrategia de seguridad se repite en el resto de aldeas cristianas de la zona, grupos leales al régimen de El-Asad hacen el trabajo que en otros lugares desempeña el Ejército.