DAMASCO. Dependiendo del trabajo y de la zona el sueldo va de las 1.000 a las 3.000 libras sirias diarias (12 y 36 euros al cambio), una fortuna en un país con la economía detenida desde hace 17 meses y donde la gente empieza a sufrir para poder comprar comida. «Muchos no lo hacen por ideología, lo hacen por necesidad», asegura un exguardaespaldas de un alto cargo del Ministerio de Defensa con un pasado reciente vinculado a los ‘shabiha’ (matones), los grupos paramilitares que combaten a favor de El-Asad y a los que la ONU acusa en su último informe de cometer «crímenes de guerra».

«Hay un jefe de unidad que se encarga del reclutamiento y en un primer momento te dan una porra, pero si muestras que eres de confianza luego llegan las armas», explica el antiguo escolta, que no quiere hablar de las operaciones en las que tomó parte durante los primeros meses de la revuelta. Aunque ya no luche a favor del régimen, todos le siguen considerando un ‘shabij’ y alerta de que el reclutamiento es cada vez más sencillo debido a que «en estos momentos encuentras gente dispuesta a todo a cambio de dinero».

La defensa de Damasco es primordial para el régimen y para ello cuenta, además de con el Ejército y las agencias de inteligencia, con estos grupos paramilitares de ‘shabiha’ y con los Comités Populares formados en las zonas donde viven las minorías religiosas, que han recibido armas y se encargan de gestionar sus propios puestos de control.
El objetivo es hacer frente a los milicianos del Ejército Libre Sirio (ELS) y proteger a las comunidades de otros grupos que bajo el paraguas de la oposición armada aprovechan para ejercer delincuencia pura y dura. «Es imposible acabar con la resistencia a base de cañonazos, hay que bajar a pie de calle y para la lucha urbana que se libra en la capital son mucho más efectivos los paramilitares que los soldados regulares», opina un activista opositor de Yaramana, que advierte del «alto riesgo que supone este paso porque los militares tienen al menos una formación y guardan las formas, el resto no está apenas formado y son peligrosos porque tienen luz verde para hacer lo que estimen oportuno».
Las armas palestinas
El Frente Popular palestino también forma parte de la lista de apoyos armados a El-Asad y ayer combatía abiertamente en el campo de Yarmouk contra el ELS. «Desde el comienzo nos hemos mantenido neutrales, no estamos ni con el régimen ni con la oposición, pero si nos atacan nos defendemos», asegura Abu Maher, responsable de la única facción política que queda en Siria tras la salida de Hamás y Yihad Islámica.
Con una radio en una mano y un Kalashnikov recién estrenado en la otra da órdenes a sus milicianos que toman posiciones a lo largo de la calle 30 que separa Yarmouk de Al-Hajar al-Asoad. Jóvenes con lanzacohetes se protegen detrás de sacos terreros y en los edificios altos hay francotiradores a la espera del enemigo. La línea del frente es tan estrecha que si uno se descuida y da unos pasos de más está frente a un puesto de control del ELS. «No les vamos a dejar entrar», repite Abu Maher por radio a sus hombres.
La diferencia entre Yarmouk y Al-Hajar al-Asoad es como la vida y la muerte. En el campo palestino la vida parece normal y las familias están en las calles celebrando el final del Ramadán. Al otro lado se ven edificios calcinados, calles vacías y barricadas levantadas con escombros. Estas imágenes de zonas fantasmagóricas se repiten en todas las áreas donde ha habido combates en las últimas semanas.
Yarmouk es un aparente oasis de paz en medio de una zona convulsa con fuerte presencia opositora, que estalló tras los atentados del 18 de julio contra la cúpula de seguridad del régimen. Los barrios de Tadamon, Yelda, Qadam, Asale y Al-Hajar al-Asoad, próximos al campo, son una amenaza para las fuerzas del régimen a las que se les multiplican los frentes. Aunque en el centro de la capital la vida parece discurrir con normalidad, Damasco vive bajo una incertidumbre permanente.