EL CAIRO. Egipto vive su segunda y última jornada de reflexión. Mañana los ciudadanos de este país votarán para elegir al primer presidente democrático de las últimas seis décadas. La lucha entre candidatos liberales e islamistas parece muy reñida, algo novedoso en un país que estaba acostumbrado a conocer de antemano el resultado final de los comicios farsa que organizaba el antiguo régimen. Todos miran a las urnas con incertidumbre y esperanza, y todos saben que el camino que les permite respirar esta libertad nació en Tahrir, la plaza del centro de El Cairo que durante 18 días fue una olla a presión contra Mubarak en enero pasado.
La plaza ha recuperado casi su aspecto anterior a la revolución. Quedan algunas tiendas esparcidas, pero ya no las ocupan revolucionarios sino comerciantes, vendedores de bebidas que desde que terminaron las concentraciones multitudinarias hacen mucho menor negocio y vagabundos que no tienen otro lugar donde estar. Los coches ocupan el sitio que antes ocuparon los manifestantes, pero la gente sabe que en caso de que sea necesario esta plaza volverá a convertirse en su mejor arma contra las autoridades. El pueblo descubrió el peso de Tahrir en enero y una vez conocido el camino, volverá si es necesario.
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