Llegó, vio y se largó. Los cinco meses de Kofi Annan como enviado de las Naciones Unidas y la Liga Árabe constatan el fracaso de la vía diplomática para resolver la crisis siria. Ya no queda espacio para la paz en un clima militarizado donde todos quieren arreglar el contencioso por la fuerza. Mientras todo el mundo aplaudía el plan de seis puntos presentados por el diplomático africano, sobre el terreno ocurría todo lo contrario. Al Assad recibía a Annan en su palacio para alabar las virtudes de su estrategia, de allí viajaba a Moscú y Pekín donde corroboraban el buen rollito, algo compartido en Washington y París. Loas estériles que no se creía nadie. “Estamos en Siria porque a alguien hay que echarle la culpa del fracaso”, me confesaba un funcionario de la ONU pocos días antes de la reducción a la mitad la presencia de los cascos azules y de la despedida de Annan, una gran verdad.


Annan habló de alto el fuego, pero cuando vio que era imposible centró sus esfuerzos en Irán. La república islámica es el único puente para llegar a los despachos de Moscú y Pekín que hacen de escudo diplomático al régimen de Al Assad. Un escudo que tumba cualquier resolución del Consejo de Seguridad y que obliga a sus socios permanentes a burlar los planes de paz para armar a la oposición. Porque si es cierto que Al Assad no ha retirado sus tanques y sus hombres han seguido con el uso sistemático de la violencia pese al plan de Annan, también lo es que Occidente y la Liga Árabe hablaban de paz con la boca pequeña mientras apostaban por la militarización de la oposición como única vía para derrocar al régimen. Como ocurriera en Irak tras la invasión de Estados Unidos, también en Siria el papel de Irán es fundamental, pero en este caso americanos y países del Golfo prefieren no invitarle a la mesa de negociación para no correr el riesgo de obtener un resultado como el iraquí, con un régimen post Sadam próximo a los ayatolás. Pero como entonces, aquí no hay solución sin Teherán como Annan vio claramente, pero nadie le hizo caso.

En medio de esta hipocresía que algunos llaman diplomacia el Premio Nobel de la Paz 2001 ha chapoteado durante cinco meses hasta poner el punto final. Ahora la ONU busca sustituto porque a alguien hay que seguir echando la culpa de esta crisis cuyo presente es sangriento y su futuro toda una amenaza para los supervivientes sirios y toda la región. Occidente vuelve a caer en los errores del pasado y se ha metido en un fregado sin una estrategia clara para el día después, un día que cada vez parece más próximo.