Solo cuatro días después del anuncio por parte del presidente de Barack Obama del despliegue de 250 soldados en Siria para labores de “entrenamiento y apoyo”, los primeros 150 aterrizaron en el aeródromo de Rmeilan, situado en una zona controlada por las milicias kurdas sirias, las Unidades de Protección Popular (YPG). El Gobierno de Bashar Al Assad, que mantiene presencia en los tres cantones kurdos, pero sin apenas influencia, calificó la llegada de los militares estadounidenses de «flagrante acto de agresión que constituye una peligrosa intervención y una grave violación de la soberanía siria», según declaró una fuente del Ministerio de Exteriores a la agencia oficial Sana.
Desde el inicio de la operación internacional contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI) el despliegue de tropas ha sido una línea roja para Obama. El legado de Afganistán e Irak, guerras de las que el presidente replegó a sus hombres, pesa en la mente de Estados Unidos y hasta el momento las operaciones se han basado en bombardeos aéreos contra posiciones del califato en Siria e Irak, donde también hay presencia de fuerzas dedicadas al asesoramiento y entrenamiento del ejército.
El Kurdistán de Siria, como el de Irak tras la invasión de 2003, se ha convertido en un lugar de referencia para Washington desde el que poder afrontar la guerra contra el EI. En marzo se produjo la autoproclamación del Kurdistán sirio (Rojava, en kurdo) como región autónoma. Allí viven unos dos millones de personas y desde el comienzo del levantamiento contra Al Assad han intentado mantener una posición neutral o de pacto de no agresión con un régimen con el que conviven, pero del que ya no tienen dependencia alguna. Los kurdos han sido ciudadanos de segunda categoría para los distintos gobiernos baazistas que nunca les reconocieron sus derechos y en los últimos cinco años han logrado la independencia de Damasco sin tener que pegar un solo tiro contra el Ejército. Pese a los temores de Turquía, cuentan con el respaldo de Estados Unidos.