GINEBRA. Cada día se repite la misma escena en el Palacio de la Naciones Unidas de Ginebra. Las delegaciones del Gobierno sirio y la oposición llegan por la mañana minutos antes de la reunión con Brahimi y entran por puertas separadas a la misma sala. “No hay saludos de ningún tipo, no nos miramos a la cara y tampoco nos dirigimos la palabra”, asegura Hussam Haffez, ex diplomático del régimen sirio en Irán, Reino Unido y Armenia que desertó en 2012 y es miembro de la delegación opositora.

El mediador de la ONU se encarga de recibir los mensajes de cada grupo –en ocasiones por escrito- y trasladarlo al otro grupo que aunque está en la misma sala podría estar perfectamente en una adyacente. Nada de cámaras en el interior, ni siquiera las del organismo internacional. La distancia se mantiene a la salida, cuando los miembros de las dos delegaciones incumplen las instrucciones de Brahimi y acuden a los medios para destripar los contenidos del encuentro. Es lo único que comparten Gobierno y oposición en unas negociaciones en las que cada tarde hay que esperar la salida de Lajdar Brahimi a la  sala número tres del Palacio para lograr una visión equilibrada del proceso.

La tensión en el interior de la sala se traslada a los periodistas árabes que cubren la cumbre. Los reporteros hacen trinchera de la posición de sus medios. Levantan la voz, interrumpen las ruedas de prensa y en casos puntuales están a punto de llegar a las manos.