ADAZAI. Un grupo de veinte hombres armados patrulla a pie por los caminos de Adazai, una de las aldeas próxima a Peshawar y a las puertas de las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA por sus siglas en ingles) en las que las milicias anti-talibanes se encargan de la seguridad. Bilawal Khan es el comandante de este ‘lashkar’ (grupo) llamado ‘Qomi Ammal’ (paz nacional) que empezó a operar en 2008 y “desde entonces hemos sufrido 82 bajas, es una guerra diaria con un enemigo que golpea sobre todo por la noche y que es poderoso”. Ex presidente del PML-Q en Peshawar, formación del ex presidente Pervez Musharraf, Bilawal decidió aparcar su carrera política e invertir “150.000 euros en la compra de armas ligeras y pesadas para proteger a los míos”.

Ante la imposibilidad de hacer frente a los grupos talibanes sobre el terreno, las autoridades de Islamabad, siguiendo el ejemplo de la estrategia americana en Irak con la creación de los ‘Consejos del Despertar’ en 2005, dieron luz verde a la creación de pequeños grupos armados amigos, formados por vecinos de las zonas bajo influencia insurgente. Aldeas como Adazai estuvieron en manos talibanes de 2006 a 2008 ante la impotencia de las autoridades del Gobierno central incapaces de hacer frente al auge talibán.

En las paredes de adobe de la casa de Bilawal, convertida en cuartel general de su ejército personal de más de cuarenta hombres, están frescas las marcas del último cohete lanzado por el enemigo. Sentados en un amplio patio interior los milicianos limpian las armas y se reparten las guardias. Sikandar Khan tiene veinte años y, como la mayoría, empezó a pelear a los quince. Tras permanecer dos años en las filas talibanes, a las órdenes de Baitulá Mehsud en Tehrik e Talibán Pakistán (TTP), decidió cambiar de bando porque “tienen dos caras, no van de frente y engañan a los más jóvenes. Usan la religión como justificación para todo”. Muy cerca, un joven que calcula ronda “unos quince años” completa su primera semana en el grupo y aspira a “seguir todo el tiempo que sea necesario hasta que la zona sea segura”.

Armados con vieja quincallería soviética, muchos con barba y turbante, uniformados con el ‘salwar kamize’ (ropa tradicional) de rigor y caminando en sandalias, a primera vista cuesta distinguirles de los grupos talibanes con los que mantienen una lucha a muerte. “Ejército y Policía los componen hombres del Punjab, nuestra gran ventaja es que todos somos de etnia pastún, como el enemigo”, afirma Bilawal ante la atenta mirada de sus más cercanos. Su antecesor en el cargo, Abdul Malik, murió junto a otras doce personas a causa de un ataque de un suicida en mitad del mercado del pueblo a finales de 2009 y el recibe amenazas por teléfono “a diario”. La última masacre talibán se produjo el mes pasado cuando un kamikaze es inmoló durante el funeral de la esposa de uno de los milicianos y mató a 37 personas.

Muerte de Osama
No podemos hacer nada ante los suicidas, es imposible frenarlos. Además, el Gobierno apenas nos respalda ya, estamos solos en una lucha en la que no podemos bajar los brazos porque nos matarían en cuestión de horas”, advierte Bilawal que piensa que “con la muerte de Bin Laden no ha terminado la guerra contra el terror, ni muchísimo menos. Se me escapan los efectos que puede tener su falta sobre el terreno, pero yo veo a los talibanes actuar y siguen imponiendo su ley en mucha áreas de este país y hasta en las ciudades, donde han encontrado en el secuestro y la extorsión una nueva forma de financiación”.

Además de la protección de la aldea, el ‘lashkar’ de Bilawal realiza incursiones en las zonas tribales para llevar a cabo ataques contra objetivos muy concretos. La guerra no impide que haya un momento para el té. Por unos minutos los hombres se relajan y dejan las armas a un lado. “Esto no es vida, pero no hay vuelta atrás. Hay que pelear y sólo puede ganar uno de los dos”, repite Bilawal en voz alta para motivar a los suyos en una guerra en la que son la primera línea de combate.