Mientras el Likud de Benyamin Netanyahu y la Unión Sionista de Isaac Herzog y Tzipi Livni pelean hasta el último voto para erigirse en vencedores en las elecciones del martes, las encuestas anuncian la irrupción del Partido de los Árabes Unidos, con 13 escaños, como tercera fuerza en el nuevo parlamento. Cuatro formaciones de ideologías dispares – nacionalistas, socialistas, comunistas e islamistas- y un pasado marcado por las rencillas personales entre sus líderes van esta vez de la mano con el objetivo de “desafiar un proyecto sionista discriminatorio que legaliza privilegios de los judíos con respecto a los palestinos” repite en los actos de campaña Hanin al-Zoabi, primera mujer árabe que llegó a la Knesset y que forma parte de la nueva lista conjunta cuya cabeza visible es Ayman Odeh , abogado de 40 años natural de Haifa.

Israel no expulsó a todos los árabes en la guerra de 1948 y los que quedaron dentro de sus fronteras forman ahora el 20 por ciento de la población del país, el núcleo más numeroso se concentra en la región de Galilea. Aunque un grupo importante opta por abstenerse, en esta ocasión parece que la unión de las cuatro formaciones podría atraer al 66 por ciento del electorado, un 10 por ciento más que en anteriores ocasiones, según recogen las estimaciones del Fondo Abrahám. “La guerra de Gaza y el racismo creciente en la sociedad”, son dos de los factores que explicarían este repunte del voto entre la minoría árabe, explica Amnon Beeri-Sulitzeanu, codirector ejecutivo de esta institución que busca la integración de los árabes israelíes en la sociedad y política y ha elaborado un sondeo que indica que el 72 por ciento de la población árabe israelí votará por esta lista. Ser la tercera fuerza más votada podría convertir a los árabes en los líderes de la oposición lo que conlleva una serie de formalidades como las consultas periódicas con el primer ministro de temas como la seguridad.

El optimismo de las cifras contrasta con la opinión de analistas como Asad Ghanem, profesor de Ciencias Políticas en la universidad de Haifa, para quien “solo tienen eslóganes, no han hecho un trabajo serio, no tienen un programa”, según declaró al portal especializado en política internacional Al Monitor. Las dudas de Ghanem las comparten también otros analistas que dudan de la esperanza de vida de un proyecto con ideologías tan contrapuestas.

Reacción por la supervivencia

Durante años los partidos árabes han sido considerados una especie de quintacolumnistas de la causa palestina en el corazón del estado judío. Nunca han formado parte de ningún gobierno, pero en 1992 apoyaron al unísono los acuerdos de paz del primer ministro Isaac Rabin. 23 años después vuelven a actuar unidos en un momento en el que los últimos mandatos de Netanyahu se han basado en elevar el carácter judío del estado. La idea nació en marzo del pasado año cuando el parlamento aprobó una ley promovida por el partido ultranacionalista Israel Beitenu, liderado por Avigdor Lieberman, que elevó la barrera de acceso a la cámara al 3,25% de los votos, lo que ellos vieron como una intento de dejar fuera del juego político al menos a dos de los cuatro partidos árabes.

Durante la campaña Lieberman ha ido aun más lejos en el intento de anular a esta minoría y durante uno de sus últimos discursos abogó por “coger un hacha y cortar la cabeza” de “aquellos que estén contra nosotros”. Un mensaje dirigido a los árabes israelíes “desleales”, según recogió el diario Haaretz. Las palabras del político moldavo –que dentro de su programa incluye el trasvase de la población árabe israelí a Palestina- provocaron la reacción inmediata de los líderes del Partido de los Árabes Unidos y Ahmed Tibi, miembro de la lista, acusó a Lieberman de representar el “Estado Islámico (EI) Judío” y aseguró que tras las elecciones su formación “echará a los racistas y fascistas a través de las vías democráticas. Cuanto más fuertes seamos, más débil será el EI judío”.

 

*Artículo publicado por los diarios de Vocento el 12 de marzo de 2015