TAVANOVCE.  Los carteles anuncian que estamos en plena frontera con Serbia. Tavanovce es la última parada de tren en la que cada día bajan miles de migrantes y refugiados que cruzan Macedonia rumbo a Europa. Los afortunados que logran un permiso de tránsito de la Policía pueden viajar hasta aquí en autobús o taxi, pero la gran mayoría se ve obligada a hacerlo a bordo en unos vagones abarrotados tirados por máquinas de la época de la antigua Yugoslavia. Bajan del tren exhaustos y respiran, pero no tienen mucho tiempo, hay que seguir. Algunos niños se quejan y lloran. Sus padres les cogen en brazos y avanzan mientras el llanto se pierde entre el sonido de las pisadas sobre el barro. “¿Serbia? ¿Serbia?” preguntan nada poner pie a tierra. Los empleados de la empresa de ferrocarriles les indican una casa que se ve a apenas unos 300 metros y les despiden diciendo ‘prijatno, prijatno’ (adiós, adiós). Es la casa de Nadezda Tasic, una humilde granja de siete cerdos y dos gallos, que se ha convertido en una especie de hogar del refugiado improvisado.

“Llegan tan cansados que muchos se quedan a dormir tirados cerca de la casa. Nos piden agua, electricidad para cargar los móviles, ir al servicio… pero son tantos que no podemos, estamos desbordados”, lamenta Nadezda. Su hija María, enfermera en paro porque se resiste a trabajar por los 60 euros al mes que le ofrece el sistema público macedonio, siente debilidad por las mujeres y los niños, “cada noche tenemos algún bebé durmiendo en el salón, les ayudamos a bañarlos y en lo que podemos, pero esto no es un albergue y cada vez vienen más”, lamenta. La casa está a medio construir y los migrantes se cuelan en el piso superior, aún sin cerrar, y los corrales. “Los vecinos piensan que estamos haciendo negocio y les cobramos por entrar en nuestra parcela, pero es mentira. Somos muy pobres, no tenemos ni lavadora, pero ayudamos con todo lo que podemos”, asegura Nadezda mientras nos ofrece café y galletas. La calma en casa de los Tasic dura lo que tardan los trenes en seguir trayendo gente desde Gevgelia, en la frontera con Grecia. Sus terrenos son ahora el corredor humano para llegar a Serbia, un corredor donde se suele desplegar la Policía del país vecino para vigilar a los recién llegados.

El camino es largo y conseguir espacio en los trenes complicado, así que muchos esperan en Tavanovce a sus amigos para reagruparse y seguir la ruta a pie juntos. Hamed camina por el andén con la mirada perdida. Espera a dos amigos y vecinos en su ciudad natal, Deraa, al sur de Siria, con los que quiere ir hasta Alemania. La considerada como cuna de la revuelta contra Bashar Al Assad es un lugar castigado por los combates, una ciudad dividida entre las fuerzas del régimen y de la oposición armada en la que “no queda una casa sin marcas de la lucha, allí no se puede vivir y ahora además sufrimos el lanzamiento diario de barriles de explosivos desde los aviones del Ejército”, lamenta Hamed. El viaje de este vecino de Deraa comenzó en Jordania, país en el que llevaba un año viviendo tras escapar de Siria. Voló a Estambul (350 euros el billete) y de allí fue a la costa para saltar a la isla griega de Kos (1.000 euros por un espacio en un bote de cuarenta pasajeros para un viaje de menos de tres horas). En Grecia logró el documento de viaje que le permitió atravesar en 72 horas el país de forma legal, cogió un ferry a Atenas (55 euros) y, tras pasar una noche en un hostal de la capital (26 euros), viajó en autobús hasta la frontera con Macedonia (60 euros). Nada más cruzar se acercó a la comisaría de la estación de Gevgelia para buscar un nuevo documento de viaje, pero como no pudo conseguirlo, se tuvo que subir en uno de los trenes (10 euros) para llegar a Tavanovce.

En total, más de 1.500 euros invertidos sólo transporte en diez días de viaje, “y ya no llevo mucho más en metálico, espero a llegar a Belgrado para ir a recoger más dinero a una delegación de la Western Union. Todos hacemos lo mismo, viajamos con lo puesto para evitar robos”, confiesa. Hamed se siente afortunado porque viaja solo, su familia se ha quedado en Jordania. Barrera en Hungría En la capital serbia son muchos los que van a tener que conseguir dinero en metálico porque les espera un nuevo problema. La noticia de que Hungría levanta una cerca de 175 kilómetros en su frontera con Serbia corre de oreja en oreja y todos aceleran el paso para llegar antes de que esté terminada. Las autoridades húngaras argumentan su decisión aludiendo a los más de 100.000 migrantes y refugiados que han recibido en lo que va de año, más del doble de los 43.000 que lo hicieron en 2014.

«No importan las cercas, llegaremos a Europa. Nada más comenzar los rumores, empezaron a llegarnos contactos de traficantes capaces de colarnos a cambio de cantidades que oscilan entre los 500 y 1.000 euros”, afirma Ahmed, joven de Damasco que camina a paso ligero. Camina y habla, en perfecto inglés, sobre su deseo de llegar a suelo alemán “para seguir con mis estudios, con mi vida. Quiero reencontrarme con mi humanidad, que la perdí en Siria. Todo el mundo mata, ya no hacen falta motivos, matar por matar”. Todos dicen que son sirios Según los datos de Naciones Unidas cada día más de 2.000 personas llegan a Macedonia y el 78 por ciento de ellas proceden de Siria. “Hay iraquíes, egipcios, libios… pero todos dicen que son sirios porque ahora mismo es el conflicto más mediático y piensan que les ayudará a conseguir el estatus de refugiado. Es un truco que usan hasta los africanos, todos quieren ser sirios por papeles”, denuncia un ex profesor de la Universidad de Damasco, que no quiere ni dar su nombre, ni aparecer en ninguna imagen “por seguridad, salí hace unos días, pero los míos están allí y la mujabarat (servicios secretos) lo controla todo. Si me ven aquí les pueden hacer cualquier cosa”, asegura. Cae la tarde en Tavanovce y el tráfico de gente no cesa. Algunos prefieren hacer noche en las casetas prefabricadas dispuestas para ellos en la estación, pero la mayoría sigue adelante, campo a través, más allá de la casa de Nadezda Tasic, la auténtica referencia para saber que uno ya pisa suelo serbio. Un paso más en su huida a Europa, un país menos que cruzar.