Junto con el billete, cada pasajero debería llevar consigo el salvoconducto de viaje de la Policía de Macedonia, pero nadie lo tiene y por eso están obligados a ir en este tren. Este documento les permite cruzar el país de forma legal en un plazo de 72 horas y después, al llegar a Serbia, se sustituye por uno nuevo que sirve para atravesar el país anfitrión. Así debería funcionar sobre el papel, pero no funciona. “En Grecia nos dieron el documento en unos minutos, aquí tardan días y no llega. Eso sí, si sobornas con 100 euros a los agentes, ayuda”, lamenta Ihab, vecino de 35 años del barrio damasceno de Dumar. Saca fotos de la escena con su iPhone y las cuelga en Twitter al instante. “Somos sirios, somos personas, pero nos tratan como animales”, asegura con el llanto en los ojos. El 78 por ciento de los que llegan aquí son de origen sirio, según Acnur, y muchos de ellos tienen dinero para dormir en hoteles, comer caliente y viajar en taxis, pero la falta del documento legal de viaje les obliga a seguir el camino del resto de inmigrantes de origen afgano, egipcio, somalí…. con menos recursos.
Pese a la aglomeración de gente “no hay problemas ni entre los recién llegados, ni con la población local, la mayor parte son sirios y es gente educada, que no da problemas”, informa Alexandra Krause, responsable del equipo de desplegado por Acnur para hacer frente a la emergencia humanitaria. Gevgelia tiene unos 15.000 habitantes y es un pueblo tomado por los inmigrantes que han colapsado sus cuatro pensiones y el único hotel, los parques, plazas y la vieja estación, que nunca había visto tanto pasajero desde los días de la extinta Yugoslavia, cuando los trenes funcionaban bien.
Grigor Arnaudov lleva un mes colgando el cartel de “completo” en la puerta de su pensión, Holiday Han. “Esto no es bueno para nadie, es una desgracia, una gran desgracia ver llegar tanta gente cada día y tener que decir a muchos que no hay sitio o que no pueden hospedarse porque no se han registrado ante la Policía. Tienen dinero, pero si no están legales nos denuncian”, asegura Arnaudov, farmacéutico jubilado que después de trabajar toda la vida en Belgrado regresó a su Gevgelia para montar un hostal. Acoge a familias enteras, los niños no pagan y mantiene los precios de antes de la crisis de refugiados (26 euros por habitación doble).
Huyendo de Siria
En la estación se puede encontrar gente llegada de todas las ciudades de Siria, de Alepo a Dera, y de Latakia a Deir Ezzor. Una combinado de sirios reunidos en un apeadero de Macedonia “escapando de Bashar Al Assad y del grupo yihadista Estado Islámico (EI), no hay lugar para la vida allí”, denuncia Mohamed Hadad, ingeniero informático de 25 años de Deir Ezzor, que no tiene “ni idea del lugar al que iré ¿Belgica o Alemania? ¿me recomiendas otro sitio? Ahora es mi última preocupación, vivimos al día y vamos superando obstáculos hasta llegar a una meta, es una prueba de resistencia”, reflexiona en voz alta antes de pedir que “por favor, cuenta al mundo cómo estamos, cómo nos tratan, que venga la prensa a Macedonia como fue a Grecia, a la isla de Kos, solo cuando salimos en los medios empezaron a tratarnos bien”.
Macedonia, país de la antigua Yugoslavia de dos millones de habitantes, asiste por segunda vez en los últimos años a la llegada masiva de emigrantes. En 1999 fueron los kosovares quienes llegaron por miles huyendo de la guerra con Serbia, pero la gran diferencia es que muchos de aquellos kosovares llegaron para quedarse, mientras que estos nuevos recién llegados están solo de paso y tienen mucha prisa por seguir su camino hacia el norte de Europa. La próxima barrera es la frontera de Serbia, luego Hungría… una huida constante en la que se juegan la vida.