DAMASCO. Hace cuatro meses que Akram no tiene noticias de su hermano, el suboficial del Ejército Atef Ali. Fue secuestrado cuando viajaba a su lugar de trabajo en Hama. Unos hombres armados detuvieron el autobús en el que viajaba y no permitieron a siete militares continuar el recorrido. “He llamado treinta veces a su teléfono, ya no funciona. Me dijeron que no llamara más porque ya está muerto, pero sigo confiando en la ayuda de Dios”, relata Akram en la tienda de telefonía que regenta en el barrio Mezze 86 de Damasco, el auténtico bastión alauí (secta derivada del chiismo a la que pertenece el presidente) en la capital. Akram pidió ver el cuerpo, pero le dijeron que “fue arrojado a un lugar indeterminado” y llamó al número que el ministerio de Reconciliación Nacional ha habilitado para estos casos. No hubo respuesta, Atef no figura en su base de datos.

Akram muestra la fot de su hermano desaparecido. M.A

“Las instituciones ya no llegan a muchas partes del país, por eso normalmente se recurre a religiosos o jefes de tribu para negociar los rescates en caso de secuestro”, confiesa un funcionario cuyo primo Maher lleva dos semanas en manos del Ejército Sirio Libre (ESL). “Era policía y le secuestraron junto a su mujer. Nos llamaron para pedir diez millones de libras (125.000 euros al cambio) y enviamos a un jefe tribal a negociar. Logró rebajarlo a dos millones (25.000 euros), dinero que recaudamos entre todos los vecinos del pueblo, pero luego nos comunicaron que no era necesario porque habían decidido juzgarle por la sharia. Colgaron el teléfono y no hemos tenido más noticias”, recuerda con tristeza.

Los secuestros se han convertido práctica habitual desde el inicio de la crisis. Si se cae en manos de delincuentes comunes, cada vez más activos debido a que las fuerzas de seguridad tienen otros frentes más importantes abiertos, el tema se puede solucionar con el pago del rescate, pero muchos casos forman parte de la guerra sucia entre ambos bandos y los secuestros terminan en desapariciones. Las cifras de ciudadanos que nunca aparecen crece día a día y el grupo opositor Avaaz asegura disponer de una lista con 28.000 nombres de personas desaparecidas que piensa entregar al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Otros grupos elevan la cifra a las 80.000. Avaz alerta de que el gobierno sirio se está deshaciendo de los activistas y rebeldes, y además está intimidando a la población general para acabar con la oposición. “Muchos pueden estar vivos, pero los meten en la cárcel y no se informa a las familias, así que también se les considera desaparecidos”, apunta un activista de una ciudad del este de Damasco sometida a fuertes bombardeos en los últimos días.

Violación de la ley de 60 días

La ley marca un plazo de sesenta días para llevar ante la Justicia a un ciudadano detenido por una de las distintas agencias de inteligencia, pero desde el estallido de la crisis no se respeta es ley, según activistas consultados. La semana pasada Bashar Al Assad concedió una amnistía “sin precedentes”, según los medios sirios, pero a ella no se pudieron acoger “las decenas de miles de activistas y civiles detenidos por su participación en actividades pacíficas contra el régimen”, denuncia Annas Joudeh, miembro del grupo Construcción del Estado Sirio (CES). Dara Abdulá, estudiante de Medicina miembro del CES, es uno de estos presos políticos en manos de la Inteligencia desde el 23 de octubre. Permanece incomunicado y “estamos esperando a que se cumplan los 60 días, pero no somos optimistas”, apunta Joudeh, harto de la impunidad de unas autoridades que “mienten cuando hablan de una solución dialogada y por eso siguen persiguiendo a gente como Dara”.

El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) recibe cada vez un número mayor de llamadas en Damasco de ciudadanos preguntando sobre familiares de los que no tienen noticias, pero “no nos atrevemos a dar una cifra de desaparecidos porque es imposible tener esa información. Los únicos datos objetivos en este conflicto son los de los refugiados, porque hay un censo que elabora la ONU, y el del millón de personas al que hemos atendido en los últimos meses, todo lo demás es imposible saberlo”, señalan fuentes del organismo en la capital siria.

Los sirios se acostumbran día a día a su nueva situación, han quedado muy atrás los tiempos en los que podían salir a la calle a cualquier hora del día. Fueron testigos de lo sufrido en Irak tras 2003 y nueve años después se han convertido en protagonistas de una historia en la que se sienten esclavos de las potencias extranjeras que respaldan a cada bando y que parecen no estar dispuestas a poner una línea roja en la escalada de una guerra en la que todo vale. El precio que están pagando es altísimo, “todo ha subido de precio en los últimos 19 meses menos una cosa, la vida de los seres humanos”, es el comentario más repetido por unos ciudadanos hartos del régimen y de los grupos opositores armados y que sueñan con el final de esta pesadilla.

 

*Artículo publicado en los medios impresos de Vocento en noviembre de 2012