TEHERÁN. A las siete de la mañana comienza el desfile de kipas rumbo a la sinagoga. Niños y mayores recorren la calle Palestina en dirección al templo más importante que la comunidad judía tiene en Teherán, una especie de complejo compuesto por la propia sinagoga y dos escuelas en las que estudian 170 niños y jóvenes judíos. La puerta abierta y sin seguridad de ningún tipo recibe a los fieles que tras pasar frente a dos retratos del Imám Jomeini acceden a las escaleras que suben al lugar de oración. El farsi deja entonces su lugar al hebreo y los mayores y los niños, separados en dos salas diferentes, rezan ayudados de sus tefilin (las dos pequeñas cajas de cuero sujetas con cintas en el brazo) y cubiertos con el talit (manto blanco tradicional).

En Irán viven unos veinte mil judíos, sus raíces se remontan a hace 2.700 años y constituyen una de las tres religiones minoritarias permitidas por la República Islámica junto a la zoroastriana y la cristiana. Antes de la revolución, que estos días celebra su treinta aniversario, la comunidad judía era de sesenta mil personas. “Es un fenómeno característico de todos los procesos revolucionarios y los judíos de Irán, como miles de iraníes, salieron en busca de mejor fortuna rumbo a Europa y Estados Unidos, no a Israel”, destaca Siamak Mara-Sedq, diputado que representa a su comunidad en el Parlamento y director del hospital de caridad judío de la capital, “un centro único en el que el noventa por ciento de los pacientes son musulmanes”.

“Puede sacar fotos, pero nada de preguntas”, indica un anciano después de revisar los permisos expedidos por el ministerio de Cultura y Guía Islámica en el acceso a la sinagoga. “No es que no queramos hablar, es que cualquier cosa que salga de aquí y sea mal interpretada nos supondría un verdadero problema”, se disculpa el hombretón mientras se arregla el talit. Desde que Mahmoud Ahmadineyad dudara sobre las cifras de muertos en el Holocausto –una postura criticada oficialmente por la propia comunidad judía – todo lo que rodea a este grupo de ciudadanos es materia sensible para el sistema islámico.

Supervisión islámica
El señor Kamrani es director de la escuela primaria ‘Moisés, el hijo de Imrán’, situada frente a la sinagoga. Aquí estudian setenta niños que tras realizar sus oraciones, acuden a las aulas. Pasa las cuentas de su rosario por las yemas de sus dedos y explica que la ley exige que un musulmán sea el director del centro porque “es necesario supervisar la escuela para que se respeten los ideales políticos de la revolución islámica”.

Cursan las mismas asignaturas que en el resto de colegios, pero a las doce del mediodía apartan las materias clásicas para dedicarse al estudio del hebreo. El Sabat les toca ir a clase, aunque sólo por la mañana, y disfrutan de un doble calendario por el que descansan las festividades islámicas y las judías. No gozan de igualdad ante la ley, especialmente a la hora de acceder a cargos públicos, pero se sienten iraníes y envían un mensaje a las autoridades de Israel, “fuimos víctimas del Holocausto en la Segunda Guerra Mundial y por eso deberían ser generosos hoy con los que más sufren, en este caso los palestinos”, concluye Siamak Mara-Sedq, la cara oficial de los judíos iraníes.