PRESEVO. Nikola mira desde la ventana de su pub la cola que se forma una mañana más a las puertas del campo temporal levantado por las autoridades serbias en Presevo, primer pueblo tras atravesar la frontera, para recibir a los refugiados y emigrantes que llegan de Macedonia. “Alemania, Alemania, y Alemania, todos quieren ir a Alemania, pero lo que me gustaría a mí es irme a Ibiza, ese es mi sueño”, dice este joven de 19 años, tupé engominado y pantalones pitillo. En su pub se fuma, dos agentes de Policía beben cervezas de medio litro con las porras sobre la mesa y suena el tema ‘Izrael I Palestina’, del rapero serbio Kimski, a todo volumen. Los policías terminan sus botellas y salen a la calle abriéndose paso entre el gentío que espera tirado en el suelo el documento de viaje que le permita atravesar Serbia para llegar lo antes posible a la frontera con Hungría. Afganos, somalíes, iraquíes, sirios… miran por la ventana empañada al interior del pub de Nikola, pero nadie entra.

Muchos de ellos no habrán visto un antro así en su vida. Están demasiado cansados para ir asimilando los cambios culturales y solo piensan en seguir avanzando, pero poco a poco se dan cuenta de que el salto es enorme. Serbia es el último paso en la carrera hacia Europa y, en lugar de los trenes abarrotados de Macedonia, las autoridades han desplegado un sistema de autobuses que conecta directamente Presevo con el norte del país. Los recién llegados están exhaustos y en Serbia les espera un ejército de vendedores de tarjetas de telefonía móvil, taxistas piratas que se ofrecen a llevarles hasta el norte sin papeles, con el riesgo de que la Policía les detenga, y conductores de autobuses que ofrecen las butacas al mejor postor, sin importar el orden de llegada. A esto hay que sumar unas fuerzas del orden sin contemplaciones. Ejército y Policía gestionan la seguridad de un campo inaugurado hace un mes y en el que duerme una media de mil personas al día, de las que un 15 por ciento precisa atención médica, según los responsables serbios consultados. Diarreas, catarros, agotamiento físico… son los problemas más frecuentes.
Cada vez más familias
“Con el paso de los días asistimos a un cambio en el tipo de persona que llega hasta aquí. Hasta ahora teníamos sobre todo hombres jóvenes que viajaban solos, ahora llegan cada vez más familias completas, con niños y ancianos. La mayoría siguen siendo de origen sirio y de clase media”, informa Melita Sunjic, responsable de prensa de la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en el campo. El número, además, está creciendo y expertos en ayuda humanitaria consultados en Serbia, pero que piden mantener el anonimato, achacan esta crecida al pánico que ha sembrado entre la gente el anuncio de Hungría del levantamiento de una valla de 175 kilómetros en su frontera. Llega más gente y cada vez con más prisa. A Hussam Aldin Natour, dueño de una imprenta en Alepo, le llama la atención la poca presencia de personal de la ONU y la nula presencia de otras organizaciones humanitarias. “Tenemos dinero, somos licenciados, profesionales de todo tipo… y escapamos de una guerra. Esto no es un viaje para encontrar trabajo, la ONU debe entender que huimos de una guerra, somos refugiados y necesitamos que se nos abra la puerta de Occidente.Es una cuestión de vida o muerte”, insiste Hussam, que en Siria perdió su negocio tras un bombardeo y salió del país con solo 200 euros en el bolsillo. Ahora se dirige a Reino Unido, donde unos amigos de Alepo le esperan, pero sabe que le queda un largo camino.
Hussam no trajo a sus hijos porque le daba miedo poner en riesgo sus vidas. Zipan Dakury, de Hamuda, en el Kurdistán sirio, viaja con toda la familia y muestra en su teléfono móvil, un Samsung de última generación, el vídeo de la travesía por mar entre Turquía y Grecia. En cada país compra una tarjeta SIM local y está en contacto permanente con los familiares y amigos de Siria. “Tenemos problemas con la Policía serbia, que nos trata de forma brutal, no les importa que haya mujeres y niños. Y el campo está sucio, muy sucio, es mejor quedarse fuera”, denuncia Hussam, sentado en el suelo junto a uno de los pequeños supermercados que se mezclan con los pubs frente al campo. Ahmed, de Mosul, capital del grupo yihadista Estado Islámico en Irak, también se queja de las fuerzas del orden y les grita desde la valla exterior. “No saben lo que son los derechos humanos, no tienen corazón, son de piedra. Nos pueden tener aquí más de siete horas al sol esperando, sin decirnos nada, y si alzamos la voz nos golpean. ¡Llevo tres días caminando para llegar aquí, tres días!”, se queja Ahmed, para quien “escapar de Irak es la única manera de aspirar a una vida normal, si te quedas allí al final tienes que tomar las armas por uno u otro lado y yo quiero vivir, no matar”. Su destino final es Suecia.
Peor que Bosnia
Antes del verano Alemania calculaba que este año tendría 450.000 peticiones de asilo, pero después de lo sucedido en las últimas semanas el Gobierno de Berlín se prepara para recibir más de 750.000. Estos números superan los registrados en 1992, en plena crisis Bosnia, cuando llegaron 438.000 refugiados. Antonio Guterres, Alto Comisario de las Naciones Unidas para los Refugiados, piensa que “es insostenible a largo plazo que la mayoría de refugiados se queden solo en Alemania y Suecia”, según declaraciones recogidas por el diario Die Welt. Para Guterres otros países de la Unión Europea deberían compartir esta carga, pero entre todos los migrantes y refugiados entrevistados los últimos días en Macedonia y Serbia no hay dudas. Alemania, como adverte Nikola desde la ventana de su pub de Presevo, es El Dorado.