BAGDAD/TIKRIT. “Algunos salieron, pero otros decidimos quedarnos en la base porque no estaba nada clara la situación en el exterior. Estuvimos atrincherados durante cinco días en los que resistimos como pudimos los ataques de los yihadistas. Al final, lograron evacuarnos en aviones a Bagdad y entonces nos enteramos de lo ocurrido”, recuerda Abu Yusef, “es un milagro seguir con vida porque de haber salido no lo habría contado”. Este ex oficial del ejército de Sadam Husein, que ahora trabaja como taxista en Bagdad, se encontraba en la base aérea de Speicher, a las afueras de Tikrit, el 12 de junio de 2014 cuando las fuerzas del grupo yihadista Estado Islámico (EI) irrumpieron en la ciudad natal del ex presidente, Sadam Husein. En apenas 24 horas, los yihadistas habían logrado tomar Mosul y dirigirse después hasta Tikrit sin que nadie, ni por tierra, ni por aire, ofreciera respuesta. El pánico se había apoderado de las fuerzas armadas y miles de reclutas recibieron la orden de irse a sus casas. Salieron de Speicher y caminaron hasta la carretera principal a la espera de autobuses o coches que les llevaran a sus casas, pero el único transporte que encontraron fue el de los camiones del EI en los que les obligaron a subir. Los yihadistas solo se llevaron a los jóvenes de la secta chií, el resto no les interesaba. Condujeron hasta la zona de los antiguos palacios de Sadam, a las afueras de Tikrit y a orillas del Tigris. Allí les obligaron a bajar.
Todo está grabado y el vídeo de propaganda circula en las redes. Grupos de jóvenes fueron ametrallados nada más bajar de los camiones, en las mismas cunetas. Otros recibieron el tiro de gracia junto al Tigris y sus cuerpos fueron lanzados al río. La cifra oficial de muertos es de 1.700, aunque los números no son precisos por la falta de fondos del ministerio de Salud para realizar las pruebas del ADN. Según datos ofrecidos por este ministerio al diario The Independent “se han encontrado 934 cuerpos, de los que 527 han sido identificados y 467 están en examen”. Hay muchas familias que no han podido encontrar los restos de los suyos porque las fuerzas iraquíes necesitaron un año para liberar Tikrit y solo entonces empezaron los trabajos de exhumación de las fosas. Hay cientos de desaparecidos.
Cada fosa está señalizada con un número y la antigua sede de la inteligencia de Sadam a orillas del Tigris, la temida ‘mujabarat’ que vigilaba los palacios, se ha convertido en museo en recuerdo de los caídos. Los milicianos chiíes que custodian el lugar han borrado las enormes pintadas de la bandera del EI y en su lugar han dibujado murales que recuerdan la matanza. El Tigris fluye vigoroso bajo uno de los grandes puentes de acceso a Tikrit. “Yo creo que fueron muchos más los muertos, una auténtica limpieza sectaria en la que tomaron parte miembros del EI y del partido Baaz, incluso familiares directos de Sadam que quisieron vengar así su ejecución”, comenta uno de los milicianos que se encarga de la custodia de esta especie de santuario repleto de fotografías de los caídos. Camina hasta el borde del río y, mirando a las aguas ahora marrones, recuerda que “el río se tiñó de rojo con la sangre de nuestros mártires”.
Speicher fue un punto de inflexión en la guerra sectaria que sufre el país desde la invasión estadounidense de 2003 y movilizó a miles de chiíes que clamaron venganza y respondieron al llamamiento del Ayatola Sistani, máxima autoridad chií, para tomar las armas y formar las Unidades de Movilización Popular, las milicias que lograron frenar al EI cuando el ejército estaba en plena descomposición y que tres años después aspiran a integrarse en el sistema de defensa iraquí como grupos regulares bajo el marco de la ley.
De Speicher a Karrada
La lucha contra el califato está en su recta final y los últimos combates se desarrollan en el desierto que une Siria e Irak. El EI deja una herencia marcada por los intentos continuos de ir superando sus atrocidades. Bagdad no sufre ningún gran atentado desde mayo y los habitantes aprovechan cada día de tregua que les da el terror, pero saben que “el final del califato no significa el final de la guerra, esto no se ha terminado”, explica Abu Yusef, el superviviente de Speicher, al volante de su Saipa, el coche barato y cuadrado de fabricación iraní que llena las avenidas de la capital.
Si Tikrit fue escenario de la mayor masacre del grupo, el barrio comercial de Karrada, en pleno centro de Bagdad, fue el lugar elegido por los yihadistas para cometer el mayor atentado sufrido por la ciudad desde 2007. Al menos 292 personas perdieron la vida en julio de 2016, entre ellas muchos niños, después de que un camión frigorífico bomba estallara a las puertas de un popular centro comercial. El lugar estaba abarrotado en el momento del ataque, en pleno mes del ramadán y a media noche, después de haber roto el ayuno y cuando la gente aprovechaba para salir y respirar en un Bagdad que durante los días de verano alcanza los 45 grados.
Los trabajos de reconstrucción siguen en Karrada, pero la familia Abdul Rahim nunca se recuperará. “Perdimos tres hijos. ¿Te puedes imaginar lo que supone perder tres hijos? Salieron por la mañana a trabajar en la tienda que tenían alquilada en ese centro comercial y nunca más entraron por la puerta”, lamenta entre lágrimas la madre, Niwal Abbas. Las fotografías de Mohamed, Mahmoud y Ahmed están por todas partes, incluso en la entrada al barrio de Al Adel en el que reside la familia, donde un cartel enorme recuerda a estas víctimas del terror del EI. Niwal Abbas quiere desahogarse, hablar y soltar todo lo que tiene dentro. “Las familias en Irak no recibimos ningún tipo de apoyo, nada de nada. Ni monetario, ni psicológico, ni nada. A nosotros ni siquiera nos han dado detalles de la investigación, no sabemos lo que ocurrió ni qué tipo de explosivo tan raro fue ese que emplearon que, en lugar de dejar un cráter como hemos visto en tantos vehículos bomba, provocó un incendio enorme que causó la asfixia de la mayoría de los muertos”.
El gobierno de Irak ofrece una pensión mensual de 1,5 millones de dinares a las familias que han perdido a alguno de sus miembros en un atentado. Esta es la cantidad que llega a esta casa, aunque sean tres muertos, y el dinero del que viven ahora el padre, la madre y Mustafa, el único hijo que queda vivo y que fue quien tuvo que ir a Karrada para sacar los cuerpos de sus hermanos porque los servicios de rescate estaban desbordados. El temor a un suicidio ha obligado al cabeza de familia a dejar su trabajo para cuidar a su esposa y Mustafa ya no estudia y no sale a la calle “por temor a un secuestro, es todo lo que nos queda y en Irak siguen pasando cosas malas cada día”, argumenta la madre ante el silencio de un Mustafa que tiene la mirada perdida.
El ministro de Interior, Mohamed Al Gaban, presentó su dimisión tras este atentado en el que el EI logró burlar todas las medidas de seguridad. Los únicos detalles que trascendieron de la investigación fueron que el vehículo bomba era una furgoneta de la marca Hyundai que pertenecía a un vecino de Tal Afar, bastión del EI al norte del país, que los explosivos fueron manufacturados en la provincia de Diyala y que el conductor sabía moverse por la capital y sortear las calles cortadas al tráfico y salvar los innumerables puestos de control. En el comunicado de reivindicación, los yihadistas calificaron la acción como “parte de las operaciones de seguridad” contra “las milicias chiíes”, pero Karrada no es zona de paramilitares y el lugar atacado era un centro de ocio en el que familias enteras disfrutaban de una de las últimas noches del ramadán. Los yihadistas se vengaban así de la pérdida de Faluya, la primera ciudad del país que lograron conquistar y que una semana antes de la colocación de este camión bomba había sido liberada por las fuerzas leales al gobierno. Un atentado más para la estadística, “un infierno en vida para nosotros, los civiles de Irak, que somos los que pagamos el precio más alto por las guerras que sufrimos desde 1980”, sentencia Niwal Abbas sin poder contener el llanto.