HALABJA. “Los ataques comenzaron el miércoles 16 y duraron tres días. Todos los pueblos de la zona fueron asolados. Primero artillería. Luego, cuando la gente ya se había escondido en los refugios o estaba en plena huída por la montaña, llegaron a Halabja y empezaron los gases y las bombas químicas. No había escapatoria. Sólo en la mañana del viernes hicieron más de veinte bombardeos”. Karwan Abdullah Qadir tenía siete años en aquel mes de marzo de 1988 y la ofensiva iraquí le sorprendió en la montaña, camino de Irán. Eso le salvó la vida. Halabja es la última gran ciudad del Kurdistán iraquí en la ruta hacia la República Islámica. Fue escenario de duros combates entre las tropas de Sadam y las de Jomeini, que encontraron en los peshmerga (ejército kurdo) unos buenos aliados para enfrentarse al ex dictador. Sólo las armas químicas pudieron con la resistencia kurda.

Casi veinte años después es aun una ciudad herida, mártir, en la que ni uno solo de sus vecinos puede decir que no tiene alguien a quien llorar. Sadam ordenó y su primo, Ali Hasan Al Majid, apodado ‘El Químico’, ejecutó. Más de cinco mil personas perdieron la vida en pocas horas por el efecto de los gases de cianuro, mostaza y nerviosos, y de las bombas de racimo lanzadas. Esta misma semana se reabrió el juicio por este caso en Bagdad. Fueron dos sesiones en las que, aunque faltaba el gran protagonista, ya ahorcado, salieron testimonios importantes a la luz pública. “Los voy a matar a todos con armas químicas”, se pudo escuchar en una grabación de una llamada entre Sadam y su primo.

Hussein fue ejecutado por la muerte de 148 chiís en la aldea de Jbail, pero el caso del genocidio kurdo aun esta dando sus primeros pasos. En Halabja lo siguen minuto a minuto, especialmente en la sede de la Asociación de Víctimas de las Armas Químicas. “Queremos testificar, que nos dejen ir a Bagdad a mirarles a la cara y contarles lo que nos hicieron, lo que nos quitaron. Yo perdí a mi mujer y a mis cinco hijos. Deben pagar por ello”, exige Hikmat Faiq, antiguo peshmerga, que no pudo constatar la muerte de su familia hasta pasados seis meses ya que tras el ataque el ejército iraquí declaró Halabja zona prohibida. Hoy descansan en una de las numerosas fosas comunes del cementerio de la ciudad.

Gaseados y ‘anfalizados’

Más de setenta mil ciudadanos de Halabja huyeron a los campos de refugiados que preparó Irán, de donde muchos nunca han vuelto. A los cinco meses del ataque concluyó la guerra entre Irán e Irak y poco después empezó difundirse el rumor de que Sadam concedería una amnistía a los kurdos huidos durante la guerra. Algunos vecinos de Halabja cayeron en la trampa. Regresaron a una tierra enferma y fueron ‘anfalizados’.

La Operación Anfal se llevó a cabo entre los años 1986 y 1989 y, según las organizaciones humanitarias, afectó a 182.000 kurdos. El plan diseñado por Sadam se componía de diferentes acciones como bombardeos, asesinatos colectivos, deportaciones masivas, destrucción de pueblos… todo ello con el objetivo final de acabar con los kurdos por considerarles malos seguidores del Islam.

“Estar en la frontera nos marcó para lo bueno y para lo malo. Sadam nunca hubiera arrojado armas químicas cerca de Bagdad, pero aquí, en este extremo, poco le importaba. De paso seguro que algo le llegaba al eterno rival, como así fue. Pero además de atacarnos, nos esperó a nuestro regreso, y mientras aun llorábamos a nuestros muertos ordenó el inicio de la Operación Anfal”, recuerda Nukhman, responsable de la Asociación de Víctimas, que sufre una enfermedad que le va mermando la visión debido a las armas empleadas por Sadam.

Abandonados por el Gobierno

Resguardada bajo las faldas del monte Shram, la frontera de Irán se alcanza en pocas horas caminando. Allí se trasladaron la mayoría de supervivientes y allí tienen que seguir cruzando en 2007 los damnificados que quieren recibir tratamiento. No hay cifras oficiales -aunque la Asociación de Víctimas cuentas con mil ochocientos afiliados– y tampoco hay centros médicos, ni especialistas para sus tratamientos.

Han pasado diecinueve años del ataque y pese a las reivindicaciones de los mandatarios kurdos por esclarecer lo ocurrido e intentar defender los derechos de las víctimas, Halabja es hoy un lugar pobre, olvidado y en el que contrastan los faraónicos monumentos con las calles sin asfaltar y el chabolismo. Este olvido fue la causa por la que el 18 de marzo del pasado año, aniversario de la tragedia, cientos de manifestantes rodearon el museo de Halabja, irrumpieron con palos, lanzaron piedras y, finalmente, lo quemaron.

“Fue un ataque muy violento, estábamos unos veinte guardias de seguridad en esos momentos y no pudimos hacer nada, fue una pena”, narra uno de los guardias que custodia las ruinas de lo que fue un museo, “pero el Gobierno ha dicho que va a construir otro aun más grande”, añade con una amplia sonrisa.

Antes que el museo, necesitamos un hospital. La policía asegura que detrás del ataque estaba la sombra de algunos grupos islamistas radicales, que por desgracia están activos en esta región”, lamenta Sarkhill Ghafar, director del museo. Sharkhill tiene treinta años y perdió a su padre y a su hermano en el bombardeo. A diferencia de muchos jóvenes kurdos que planean dar el salto a Europa o Estados Unidos, su sueño es “permanecer en Halabja y poder disfrutar del día que se haga justicia por nuestras familias. Quiero que el juicio sea largo, que salgan todas las pruebas posibles a la luz y, finalmente, que ahorquen a todos los culpables”, señala cerrando el puño con fuerza.

Foco de integrismo radical
Las autoridades kurdas libran en Halabja y sus alrededores una dura batalla contra el islamismo radical. En 2003, tras la caída de Sadam, se llevaron a cabo fuertes ofensivas conjuntas entre Estados Unidos y unidades de peshmerga contra las bases que Al Qaeda estaba formando en el área ante la pasividad de los países vecinos. Fuentes del UPK (Unión Patriótica del Kurdistán), partido del Presidente iraquí, Jalal Talabani, que mantiene el control en esta parte de la región, aseguran que el mismísimo Al Zarkawi, número dos de la organización, vivía en Halabja.

La semilla fundamentalista la plantó el Movimiento Islámico del Kurdistán (IMK en sus siglas en inglés), tercera fuerza más votada por los kurdos en la actualidad, que tiene aquí su feudo principal. Ali Abd Al Aziz Halabji es su líder y la oficina del partido está en una de las calles principales. Integrados completamente en la vida política kurda desde 2003, el problema nació con una escisión en sus filas a principios de los noventa. De aquí salió Ansar Al Suna, el temido grupo radical vinculado a Al Qaeda. Su líder, Mullah Krekar, está hoy prisionero en Noruega, de donde no le extraditan porque en Irak le espera la pena capital. Este giro al radicalismo es el motivo, según los medios locales, del abandono por parte de las autoridades kurdas, que se resisten a invertir en una zona hostil, pese al valor histórico y simbólico de la misma. – See more at: https://www.mikelayestaran.com/ver-media.php?id=19&lugar=13#sthash.AM9y0Dk9.dpuf