NALUT. Desde que estallara la revolución libia el pasado 17 de febrero la toma de Trípoli se ha convertido en el primer objetivo de los opositores. Las fuerzas rebeldes avanzan en tres frentes distintos hacia la capital y son las unidades que operan en las montañas de Nafusa las que más cerca se encuentran del objetivo final, apenas un centenar de kilómetros separan Trípoli de Bir Al Ghanam, la última localidad liberada. “No falta mucho y hay que estar listos para cuando llegue el momento”, asegura Hassam Najjair uno de los mandos de la Brigada Trípoli, unidad formada por 500 jóvenes de la capital que tiene su cuartel general en Nalut y cuyo objetivo es convertirse en la punta de lanza de la ofensiva final. “Además de nosotros, en la propia capital contamos con unos dos mil colaboradores que esperan la luz verde para la batalla final”, informa Najjair. La brigada tiene un ritmo de incorporaciones de cinco a diez personas por día y se mantiene gracias a las donaciones de cientos de miles de dólares que han llegado desde el extranjero. La mayoría no revela su nombre y a la hora de hacer fotografías se cubren la cara para evitar ser reconocidos y que esto pueda suponer alguna represalia para sus familiares que siguen en la capital.

Muchos llegaron burlando el cerco gadafista, pero otros volaron hasta Túnez desde los países extranjeros en los que vivían como refugiados y de allí dieron el salto a las montañas. Mahdi Harati es el comandante e ideólogo del grupo. Viajó a Bengasi a los pocos días del levantamiento y logró el apoyo de las autoridades del Consejo Nacional Transitorio (CNT) que inmediatamente le enviaron a Nalut por considerarlo el frente con más posibilidades de llegar primero a Trípoli. “Hasta ahora hemos tenido cinco bajas en combate y treinta heridos, no está nada mal si tenemos en cuenta que somos gente que nunca habíamos tocado un arma”, asegura Harati, que hasta hace seis meses vivía en Dublín, donde le espera su esposa, y que quiere dejar muy claro que “no somos un cuerpo de élite, sólo conocemos mejor el terreno y por eso nos estamos preparando para la toma de la capital”. Franceses, alemanes, británicos, irlandeses, canadienses, estadounidenses… se encuentran pasaportes de todo el mundo y gente con todo tipo de profesiones, desde profesores de universidad hasta pintores. Como en el resto de unidades rebeldes, cada miliciano tiene que comprarse su arma y esperar que Bengasi envíe munición. Adam echa de menos su Washington natal. De padre y madre libios, este estudiante de psicología lleva seis meses en la lucha donde añora “las comodidades de mi otra vida, aunque hay que ser constantes y seguir con la lucha hasta lograr echar a Gadafi”. Son sus palabras antes de ponerse un pañuelo y rezar aa la sombra de su vehículo.

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El cuartel general es un antiguo destacamento del Ejército. La sala de operaciones está presidida por una enorme bandera tricolor rebelde bajo la que dos personas trabajan 24 horas en la página web y la cuenta de Facebook de la Brigada colgando vídeos y mensajes desde el frente. Por las tardes es el momento de las prácticas de tiro y se dirigen en vehículos todo terreno a las afueras de la ciudad donde ponen a prueba su puntería. La ansiedad puede con los jóvenes que apenas apuntan al objetivo empiezan a gritar “Ala Akbar” (Dios es grande) y tras disparar acuden a abrazarse entre ellos y proferir insultos a Gadafi. “La razón está con nosotros, luchamos por una causa justa, no como sus mercenarios. No podemos perder, es nuestra guerra y la vamos a ganar”, repite Adam a sus compañeros.
Fin del ejercicio. Vuelta a la base. Al volante Faizal, ex jugador de fútbol del equipo nacional libio que decidió desertar en un viaje de la selección a Noruega. “Cuando liberemos Trípoli intentaré ser entrenador de algún equipo, es mi sueño”, asegura este ex delantero de 31 años. En la parte trasera viajan doce milicianos, todos ellos con sueños y esperanzas de vida en sus cabezas. Pero ninguna se hará realidad mientras continúe Gadafi en el poder.