YEFRÉN. El canto de un grupo de niños rompe el silencio sepulcral en las calles de Yefrén. Esta localidad de las montañas de Nafusa sufrió durante semanas el cerco de los hombres de Gadafi y muestra orgullosa las cicatrices provocadas por sus cohetes. La guerra provocó un éxodo de civiles que poco a poco vuelven y se encuentran con un Yefrén nuevo, con pintadas en ‘tamazight’ (nombre de la lengua bereber) en las paredes y el ritmo de canciones en este mismo idioma escapando por las ventanas de la escuela. Un centenar de niños de entre seis y catorce años se juntan en turnos distintos de mañana y tarde durante dos horas para aprender nociones básicas de una lengua prohibida en Libia durante los últimos 42 años y cuyo uso estaba penado con hasta diez años de cárcel.

El miedo a posibles brotes separatistas en estas montañas próximas a Trípoli llevó a Gadafi a marginar “a los que somos los habitantes originales de esta tierra, los bereberes o amazig, los hombres puros”, asegura Zahra Abud, directora de la asociación cultural Tanit, la encargada de poner en marcha los cursos y editar el periódico ‘Tamilult’ (nieve en la cumbre). Una brutal política de asimilación perseguía que los bereberes, que representan entre el cinco y diez por ciento de la población total del país, renegaran de sus orígenes y se identificaran como árabes. Los profesores han aprovechado los últimos seis meses para recibir clases en Argelia y Marruecos –dos de los países con mayor presencia de esta etnia originaria de todo el Magreb, desde Egipto a Canarias- y ahora enseñan el alfabeto y canciones a los más pequeños. “Desde el estallido de la revolución las escuelas están cerradas, somos los únicos que trabajamos porque tenemos una enorme tarea por delante y no hay tiempo que perder”, señala Abud mientras reparte cuadernos de ortografía entre los alumnos. En la última época de la dictadura esta asociación operaba en la clandestinidad hasta que dos de sus miembros fueron encarcelados y decidieron suspender sus actividades. Ahora trabajan las 24 horas y ya están en contacto con los organizadores del Congreso Mundial Amazig (CMA), para tomar parte en sus próximas ediciones.

Una bandera azul, verde y amarilla preside el aula junto a la también tricolor roja, negra y verde de la época anterior a Gadafi que ha adoptado el Consejo Nacional Transitorio de Bengasi. “Las dos las sentimos como nuestras porque pensamos en una Libia unida en la que tengamos espacio todas las etnias, pero nosotros hemos sufrido el doble, primero como todas las personas de este país y luego como bereberes”, apunta Lubna, que tras once años en el Reino Unido ha regresado a su aldea para unirse a la causa. En las montañas de Nafusa bereberes y árabes comparten lucha contra las fuerzas gadafistas, dos etnias hermanas, pero no mezcladas ya que “es poco frecuente que nos casemos entre nosotros, pero esto responde más a un tema de cultura y tradición, que a un tema político”, informa Lubna.

En las tres aulas de la escuela –en cuya puerta sigue vigente el antiguo rótulo gadafista que habla de la gran patria de los árabes- los niños entonan el nuevo himno nacional en una versión en tamazight y se llevan la mano al pecho. “Hasta ahora sólo lo hablábamos en casa, a nadie se le ocurría hacerlo en la calle y mucho menos en la escuela, ahora podemos gritar si queremos, somos libres”, asegura una de las niñas que desde la primera fila sigue con atención los consejos de su profesora. La lengua no se ha perdido gracias a la tradición oral en las casas, es momento ahora de que salga a las calles y sobreviva pese a la fuerte influencia del árabe.