BAGDAD. Una enorme cúpula dorada se alza sobre los tejados del barrio de Kadimiya anunciando la presencia de la tumba de un Imam. Miles de peregrinos recorren las callejuelas de esta parte antigua de Bagdad en la que se encentra el lugar más sagrado para los chiís de la capital, el santuario donde descansan los restos del séptimo Imam, Musa Al Kazem, y del noveno, Al Jawad. “Musa Al Kazem, la paz sea con él, es venerado por ser, si cabe, el que más oraba de todos antes de morir envenenado”, señala una anciana que viene en autobús desde Irán para rezar en este lugar santo. Siguiendo a los mulás en grupos bien organizados, iraníes e iraquíes de todo el país se hacen uno en esta gran mezquita del norte de la capital. Farsi y árabe suenan a partes iguales entre unos fieles que desde la caída de Sadam no han fallado a su cita con los Imames un solo día. Desafiando los atentados y la situación de seguridad, el culto religioso ha estado siempre por encima incluso de sus vidas.

Como la historia del chiismo, este templo también está marcado por la tragedia y el sufrimiento. El 31 de agosto de 2005 un millar de fieles murieron tras la estampida que se produjo cuando estaban cruzando un puente para acudir a conmemorar el día de la muerte del Imam. “Primero cayó un mortero cerca y luego se corrió el rumor de que había un suicida en la procesión y sucedió la tragedia”, recuerda Sadiq Abu Mohamed, uno de los responsables de un centro que llega a recibir a siete millones de personas en las festividades más importantes.La seguridad estaba hasta hace unos meses en manos de las milicias locales y de voluntarios, pero ahora ya se percibe la presencia del Ejercito. Hay que superar tres controles antes de llegar a su interior y no está permitido el acceso de los no musulmanes a la tumba. Mientras Abu Mohamed explica la historia del lugar y las obras de restauración que se están llevando a cabo, el ruido atronador de un helicóptero volando casi pegado a la cúpula hace que los miles de fieles presentes se giren al cielo y algunos griten con el puño en alto.
No respetan los lugares sagrados y esto va a traer problemas. En Europa, por ejemplo, nadie sobrevuela el Vaticano, y mucho menos a esta altura. Aquí les da igual y cada día pasan por aquí sin importarles lo que esta tumba supone para nosotros”, denuncia Abu Mohamed, que asegura haber trasladado esta queja a los propios estadounidenses en numerosas ocasiones sin obtener resultado alguno.

El pozo de Ali
Kazimiya es feudo chií. Además del santuario, hay otra mezquita que los seguidores de esta secta visitan de forma multitudinaria. Se trata del pozo en el que el Imam Alí convirtió el agua salada en dulce y al que se acercan chiís de todo el mundo para sanar de sus males. Un lugar milagroso donde el 8 de abril de 2006 tres terroristas suicidas entraron en plena oración del viernes y mataron a 78 personas. Las fotos de estos mártires presiden la entrada de un templo cuya estructura muestra aun las huellas de las explosiones.

La guerra civil entre sunís y chiís dejó miles de muertos en el país a lo largo especialmente de 2006. Poco a poco las heridas entre comunidades van cicatrizando y desde ambas sectas cada vez más voces hacen llamamientos para la unidad nacional. Una unidad aun lejana en una capital donde quedan pocos barrios mixtos y cada distrito se refugia tras grandes muros de hormigón para evitar coches bomba.

Haji Mohamed, uno de los encargados de custodiar el pozo de Ali, piensa que el problema más serio ahora es con las fuerzas extranjeras “porque no respetan nuestras costumbres. Aquí ni siquiera se descalzan cuando entran. Están en Irak, pero no entienden nada y así es imposible. Este tipo de lugares son santos para todos, incluidos los soldados americanos”.

Guerra impuesta
Misma religión, misma secta, “pero ellos persas y nosotros árabes. Somos chiís, pero no somos iguales”, explica un profesor de la Universidad de Bagdad veterano de la larga guerra que enfrentó a los dos países. Los mismos fieles que hoy comparten celebraciones en Kazimiya, Nayaf, Kerbala o Samarra, entonces se mataron sin piedad. “Nosotros no queríamos esa guerra, como dicen desde Teherán, fue una auténtica guerra impuesta por Sadam. O ibas al frente, o mataban a tu padre o esposa. No había otra salida”, lamenta este profesor de lenguas que asegura no haber disparado una sola bala durante la contienda. Tras la invasión americana el chiismo vuelve a gozar de sus lugares sagrados en Irak sin problemas. La enorme frontera que comparten iraníes e iraquíes se ha reabierto para que los peregrinos puedan rezar antes las tumbas de sus imames más queridos, una autopista de la fe que ha superado las adversidades de los últimos años. – See more at: https://www.mikelayestaran.com/ver-media.php?id=23&lugar=13#sthash.3AtMDqmI.dpuf