TEHERÁN. “No es una figura de una época concreta, Jomeini es también presente y futuro de este país y sus enseñanzas permanecen tan vivas como el primer día entre la población, pero cuando le echamos de menos venimos aquí para sentirle más cerca”. Hamid Erfani regresó de Texas a finales de los setenta para tomar parte activa en la revolución que estos días cumple treinta años. Cautivado por la figura del Imám formó parte de su Guardia Revolucionaria y acude cada mañana a visitar la residencia del ayatolá en Teherán. Situada en la parte norte de la capital, en una de esas callejuelas que suben en dirección a las montañas que separan la ciudad del Caspio, esta casa de apenas dos habitaciones y una cocina, construida en la parte trasera de una pequeña mezquita, es centro de peregrinación para los más fieles seguidores del ayatolá.

El techo de la mezquita está a medio pintar “porque Jomeini no quería nada de lujos. Cuando vio que se estaba restaurando y decorando el templo ordenó detener las obras”, recuerda Hussein Ramazani, uno de los clérigos de este lugar santo. Alejado de cualquier lujo, se conservan las alfombras, los almohadones y hasta el micrófono que usaba el primer Líder Supremo de Irán. Todo ello protegido por una larga cristalera. Frente a la misma, la pasarela metálica que conectaba la residencia con la mezquita y un pequeño altillo al que acudían los ciudadanos para conversar con el arquitecto de la revolución. “Ciudadanos de a pie y dirigentes de medio mundo, este era el lugar de las recepciones y aquí reflexionaba antes de entrar al templo para señalarnos el camino”, recuerda con nostalgia Ramazani, que además de a la prensa debe atender a un grupo de funcionarios que quieren retratarse con él frente a la butaca usada por Jomeini para sus intervenciones públicas en los últimos años de su vida.

“Fue quien nos libró del Shá y lo llevamos en el corazón”. Melika Abdulahi tiene nueve años, vestida con chador (manto negro tradicional) para la ocasión, acompaña a su abuela hasta este lugar al que acude cada aniversario desde que tiene uso de razón. Lleva en su mano una pegatina en la que Jomeini comparte protagonismo con su nieto, Hasán, el miembro de la familia más activo en estos momentos.

Banderitas de Irán en cada esquina y grandes imágenes del ayatola decoran esta residencia recogida y humilde en la que vivió la persona que cambió el rumbo de la vida de millones de iraníes y que sigue siendo la morada oficial de la anciana viuda del fundador del estado chií. Toda una exhibición de humildad por parte de un jefe de Estado que a muy pocos metros tenía a su disposición los palacios abandonados apresuradamente por el Shá.

Del fervor al olvido
Al salir por la puerta de la residencia bajo la atenta vigilancia de la Guardia Revolucionaria que controla los accesos, el reloj vuelve a ponerse en marcha y se regresa al Irán del siglo XXI. Como cada mes de febrero desde 1979, el aniversario es ocasión para vestir las calles de espíritu revolucionario. Hay que descender hasta las proximidades del bazar de la capital para encontrarse con las tiendas encargadas de confeccionar los carteles y banderas que engalanan las calles y plazas. “Junto a la ashura (festividad religiosa musulmana), es el momento de más trabajo del año”, apunta uno de los vendedores mientras da los últimos retoques a una tela con un lema que reza “La revolución fue un milagro”.

El principal cliente de estos establecimientos es el ayuntamiento de la ciudad. “Todo esto es necesario porque la gente va perdiendo los principios que nos enseñó Jomeini. La revolución es cada vez más algo de nuestro pasado y si de verdad quieres escribir sobre ella, deberías haber estado aquí hace treinta años, no ahora”, señala este vendedor. Sus palabras, sin embargo, suenan muy lejanas al fervor de los fieles que visitan en masa la residencia del Imám en el norte de Teherán.