Noam y Aviva han regresado a su casa de Mitzpe Hila, al oeste de Galilea, para tener todo listo antes del regreso de su hijo Gilad a casa. Atrás quedan cinco años y cuatro meses de angustiosa espera, de los que los dos últimos han vivido en una tienda de campaña frente a la residencia del primer ministro israelí para recordar a las autoridades la obligación de devolverles a su hijo sano y salvo. Ajenos a la polémica surgida debido al alto número de presos que se ha comprometido a indultar Israel (1.027, cientos de ellos con delitos de sangre), se refugian hoy en el silencio de la tranquila aldea en la que crecieron Gilad y sus dos hermanos.
El final está cerca, el final de una pesadilla que empezó el 25 de junio de 2006 y que inmediatamente hizo a Noam volver treinta años atrás cuando su hermano gemelo, Yoel, desapareció cuando combatía en la guerra del Yom Kipur. «Yo estaba luchando en Suez y crucé el Sinaí para ir al Golán a buscarle», recordaba en una entrevista concedida a ‘The New York Times’ en enero de 2007 este ingeniero industrial, hijo de una francesa y un polaco judíos que sobrevivieron a la II Guerra Mundial.
Yoel fue dado por muerto y tenía 19 años, la misma edad que su hijo Gilad cuando fue capturado junto al cruce Kerem Shalom, en una acción que fue reivindicada por el Ejército del Islam y los brazos armados de Hamás (Brigadas Ezzedin al Qassam) y de los Comités de Resistencia Populares.
La entrevista con el diario estadounidense se produjo en la época en la que Noam y su mujer -que siempre ha permanecido en un plano más discreto que su marido- intentaban tender puentes con Hamás. Acudían a los hospitales a visitar a las víctimas de los ataques de las fuerzas de seguridad de Israel e incluso escribieron una carta en el diario palestino ‘Al Quds’. El propio Noam llegó a ofrecerse como rehén a cambio de su hijo hasta que las dos partes llegaran a un acuerdo de intercambio de presos.
El paso del tiempo ha hecho mella en el estado físico del ingeniero de 56 años que ha aparcado su trabajo para dedicarse de lleno a la causa de Gilad, pero su ánimo y voluntad se han mantenido firmes desde el primer día y se han traducido en marchas de protesta, cartas a las instituciones internacionales, entrevistas con medios de todo el mundo, una acampada de protesta y una exigencia sólida a las autoridades israelíes de la obligación de «traer a su hijo de vuelta porque es vergonzoso que un Estado no pueda recuperar a los soldados que envía a una misión».
Ser padres de una persona capturada por Hamás supone una serie de reglas con las que Noam y Aviva han tenido que convivir. Reglas como la incomunicación, la negativa del derecho de los familiares a saber dónde se encontraba o la visita de un organismo imparcial como la Cruz Roja que convirtieron la captura de un enemigo de guerra, como lo plantea el movimiento fundamentalista, en un secuestro.
Hamás se justificaba argumentando que Israel podría conocer el paradero de Gilad si daban la mínima facilidad, y remitía a los familiares su solicitud de indulto para un millar de presos palestinos, entre ellos importantes figuras de la resistencia con delitos de sangre, como única vía para la liberación. «No es un prisionero de guerra, sino un rehén sobre el que no se aplica ninguna convención internacional», denunciaban Noam y Aviva una y otra vez en cada entrevista.
La respuesta de Israel a la acción palestina que mató a dos soldados y en la que fue apresado Shalit fue la Operación Lluvia de Verano, una brutal ofensiva sobre Gaza que acabó con la vida de cuatrocientas personas, la mitad civiles según Naciones Unidas. Noam lamentó la pérdida de vidas, pero «el intento de rescate fue necesario». Posteriormente llegó el endurecimiento del bloqueo sobre la Franja de Gaza que se mantiene hasta el día de hoy.
Una carta en 2006, un mensaje de audio un año después, otras dos cartas en 2008 -todos ellos con textos dictados por los captores en los que el soldado se quejaba de su delicado estado salud, no hay que olvidar que el día de su captura resultó herido en una mano y un hombro– fueron todo lo que familia recibió hasta que, en 2009, Hamás hizo público un vídeo en el que se veía a Gilad leyendo un periódico del 14 de septiembre, la prueba de vida más fiable, que le costó a Israel la liberación de veinte prisioneras.
«Espero que Israel termine con esta historia pagando el precio que sea necesario y después se ocupe de Hamás como se merece», declaraba Noam cuando se le cuestionaba sobre el alto precio exigido por el grupo fundamentalista. Las protestas en apoyo a la liberación se encontraron con la oposición abierta de algunos grupos que se enfrentaban a sus gritos de «¡Libertad!» con eslóganes como «¡No a cualquier precio!» y lucían pulseras rojas simbolizando la sangre de las víctimas de los terroristas que podrían ser indultados.
Frente a ellos Noam y Aviva, con las pulseras de color amarillo fosforito de la campaña a favor de Gilad, hablaban con la fuerza de la que solo unos padres en una situación semejante son capaces y su mensaje llegó tan lejos que el Gobierno de Benyamin Netanyahu firmó esta semana el documento que ya estuvo a punto de rubricar su antecesor, Ehud Olmert, por el que Israel indultaba a un millar de palestinos a cambio del hijo de Aviva y Noam, «el hijo de todo un pueblo», como no se ha cansado de repetir el matrimonio.