“Un ejército de ángeles nos protegió en mitad de la noche y nos sacó con vida entre el fuego y los escombros, ha sido un milagro, no hay otra explicación”, reflexiona en voz alta Mohamed Nassir a las puertas de lo que fue la casa de tres pisos que pertenecía a su familia. El resto de vecinos asiente. Miran al cielo, elevan las palmas y dan gracias a Alá. La noche del 14 de mayo en la que Israel lanzó su gran operación contra los túneles de Hamás -una red a la que llamaban “el Metro”- siete misiles impactaron en la humilde calle Al Baali de Beit Hanoun, al norte de Gaza. Fue un ataque sin aviso previo, el suelo tembló como si fuera un terremoto y las paredes de las casas volaron. Los esqueletos desnudos de los edificios, los enormes cráteres en el suelo de arena y el escombro forman ahora el paisaje de unos vecinos que durante el día se sientan frente a lo que fueron sus casas y por la noche duermen hacinados junto a familiares o amigos que les han acogido de forma temporal. La ofensiva en Gaza dejó más de 240 muertos, pero ninguno de esta calle Al Baali pese a ser la auténtica zona cero al norte de la Franja.

Las autoridades gazatíes calculan que 1.500 casas han sido destruidas en los once días de ofensiva y que otras 13.000 han sufrido daños. Ibrahim y Gazali contemplan el escenario apocalíptico desde su cocina, situada en el segundo piso de un bloque donde no queda ni una pared. Ellos miran al vacío y todos los vecinos les ven a ellos como si fueran dos espectros deambulando por una vieja casa en ruinas. “Llevamos dos años casados y esto es todo lo que tenemos, esperamos que alguien no ayude a encontrar una casa de alquiler para superar la emergencia y que el ministerio de Vivienda ponga en marcha planes para apoyar la reconstrucción”, dice Ibrahim mientras agarra de la mano a su joven esposa.

Como todo el vecindario, a la hora del ataque dormían o al menos lo intentaban. Esta zona de Beit Hanoun era considerada la más segura porque es la más alejada de la frontera y por eso en cada apartamento habían encontrado refugio familiares que huían de las zonas vecinas a la verja de separación. “Nunca había sentido algo igual. La explosión me dejó sorda, luego llegó el fuego intenso, el humo, la sangre y todos corriendo en la oscuridad sin saber a dónde ir. Una película de terror hecha realidad”, recuerda Gazali. Tres de los familiares que estaban en ese momento con ellos sufrieron heridas graves y fueron evacuados a Egipto para recibir tratamiento. Están fuera de peligro.

Hasta la próxima

El alto el fuego que entró en vigor el jueves es frágil, pero hasta el momento se respeta. Los mediadores egipcios tratan de fortalecer el acuerdo para hacerlo duradero, pero todos saben que la violencia podría estallar de nuevo en cualquier momento. “Lo judíos volverán a repetir un ataque como este y nosotros volveremos a resistir, esto no tiene una solución a corto plazo, es un círculo y por eso se repiten las guerras cada cierto tiempo”, lamenta Mariam, tía de Gazali de 70 años, que ha acudido a visitar a la joven pareja. Ella perdió a su marido en la ofensiva de 2014 y lamenta que “lo único que busca Israel es darnos un castigo colectivo. Esto es una zona muy pobre, somos campesinos, no milicianos. ¿Dónde están esos famosos túneles?”, se pregunta la anciana con voz nerviosa.

Mohamed Nassir no solo ha dicho adiós a su casa, también ha despedido a su recién comprado Fiat Panda con el que había empezado a trabajar como taxista. Ahora descansa como un amasijo de chatarra bajo una pila de escombro. “El problema entre los judíos y nosotros no se resolverá hasta el día del Juicio Final, hasta entonces hay que aguantar e intentar sobrevivir a cada ofensiva”, opina sin perder la sonrisa.

Los niños, en chancletas, suben y bajan en los cráteres abiertos por los misiles. El objetivo de Israel eran los túneles de Hamás, pero los vecinos piensan que no están bajo la calle Al Baali porque de lo contrario habrían quedado a la vista. Lo único que se ve ahora es un mar de ladrillos grises, hierros retorcidos y todo tipo de objetos personales. Las tareas de rehabilitación ya se han puesto en marcha y lo primero que se ha intentado rehabilitar es la red eléctrica -en la Franja ahora hay una media de 3 horas diarias de luz- y el servicio de Internet. “Puede sorprender, pero no queremos estar aislados, tenemos que saber lo que está pasando, decir a todos que seguimos vivos y para eso necesitamos Internet”, comenta Abu Yasser al observar la cara de sorpresa del periodista extranjero. En Al Baali están vivos de milagro y quieren estar conectados para que todo el mundo lo sepa.