A punto de cumplirse un año desde su autoproclamación el califato del grupo yihadista Estado Islámico (EI) extiende sus fronteras en Siria e Irak , se convierte en la principal fuerza de oposición a los gobiernos de Damasco y Bagdad y en administrador de la vida de millones de personas. La conquista de Ramadi, capital de la provincia de Al Anbar, y Palmira, en el centro del territorio sirio, han llegado de la mano de la toma de al-Tanf, último puesto fronterizo que el régimen de Bashar Al Assad conservaba con Irak. A partir de ahora los hombres de Abu Baker Al Bagdadi disfrutan de la unión física de los territorios que el califato ocupa en Siria e Irak, sin presencia de tropas enemigas en el terreno.

_83054057_027253719

Retirada de las fuerza iraquíes de Ramadi. Foto de AP

El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) calcula que actualmente el EI tiene bajo su poder el cincuenta por ciento del territorio sirio, una situación similar a la iraquí tras la conquista de Ramadi, corazón de Al Anbar, la provincia más extensa del país. Los yihadistas afianzan sus posiciones en zonas donde la población suní -mayoritaria en Siria, pero minoritaria en Irak- se siente discriminada por gobiernos chiíes aliados de Irán. Pese a la situación de guerra abierta, con bombardeos constantes de la alianza que lidera Estados Unidos, la administración yihadista funciona gracias a la mezcla entre el miedo al fervor religioso de los combatientes más radicales y la experiencia de los baazistas –el Partido Árabe Socialista (Baaz) gobernó cuarenta años en Irak y lleva 52 en Siria- de los regímenes locales que se han sumado a la causa del califa. El paso de los meses pone a los civiles en la obligación de elegir entre los gobiernos de Damasco y Bagdad o el califato, no hay otra alternativa (a excepción del oasis kurdo, saturado de desplazados árabes).

“El Estado Islámico es o está a punto de convertirse un estado”, opina David Kilcullen, implicado en el proceso de creación de ‘sahwa’ (despertar suní, movimiento de las tribus suníes de Irak que acabó con Al Qaeda entre 2007 y 2008). Para Kilcullen, según recoge la agencia Reuters citando al diario australiano Qaterly Essay, “a estas alturas está claro que el EI combate como un estado, tiene más de 25.000 combatientes, entre ellos antiguos oficiales baazistas y veteranos de Al Qaeda”.

Aplicación inmediata de la sharia

Con cada conquista el EI repite la misma estrategia. Los milicianos van casa por casa buscando a colaboradores (policías, militares, políticos locales…) para ejecutarlos en plena calle. Palmira no ha sido una excepción y la aplicación de la particular visión radical del Islam, la sharia más radical, por parte de los yihadistas ha comenzado en el minuto uno. Al menos 280 hombres habrían sido ya ejecutados, según revela el activista de la oposición de Homs, Bebars al-Talawy, en su muro de Facebook. Lo que más llama la atención es la ausencia casi total de imágenes de Palmira en las primeras 48 horas de la conquista, algo poco habitual en un grupo rapidísimo a la hora de dar a conocer sus triunfos al mundo a través de las redes sociales.

En Tadmur, la ciudad moderna levantada a las puertas del conjunto arqueológico, vivían unas 200.000 personas antes de la guerra. Naciones Unidas calcula que al menos un tercio permanece en la ciudad que ha caído bajo control del EI de una forma rápida y sin apenas oposición de un Ejército sirio desmoralizado y desgastado después de cuatro años largos de guerra y mil frentes abiertos. Los medios oficiales informaron de las “evacuación de civiles”, pero desde la ONU denuncian, citando “fuentes fiables”, que los militares y milicianos leales a Assad impidieron la huida de muchos ciudadanos a quienes obligaron a permanecer en sus casas.

Los habitantes de Palmira, que al comienzo de las revueltas en Siria se alzaron contra el régimen, cambian la bandera tricolor siria por el negro del EI. “¿A dónde podemos ir, dónde podemos encontrar un lugar seguro? Nos sentimos atacados por la coalición internacional, el Estado Islámico (EI) y el régimen”, confesaba recientemente Fatima Said, profesora de 35 años de Raqqa, a la publicación electrónica Syria Deeply, una sensación de terror compartida por los sirios e iraquíes que viven en el califato y que a partir de ahora tendrán también en Palmira.

Raqqa se convirtió en capital del califato en 2013, tras un golpe de autoridad del EI contra el resto de grupos armados de la oposición siria. Situada a 450 kilómetros al norte de Damasco, allí se encuentra el califa recuperándose de las heridas sufridas en un bombardeo de la coalición. Los milicianos que han tomado Palmira llegan desde Raqqa, recorrieron los doscientos kilómetros de estepa que separan las dos ciudades en sus vehículos y no parece que llamaron la atención ni de los aviones de Estados Unidos, ni de los del régimen lde Assad hasta que fue demasiado tarde. Sus nuevos súbditos de Palmira tendrán ahora la opción de empuñar las armas o trabajar en la nueva administración por sueldos que van de los 300 a los 600 dólares (de 235 a 470 euros al cambio), una cantidad superior a lo que cobra un funcionario medio del régimen en cualquier parte del país.

Con las nuevas autoridades no se van a librar de los impuestos. Además de conseguir dinero de la venta ilegal de petróleo y de la extorsión y secuestros, el EI recauda tasas por la electricidad o agua, aunque el servicio sea muy deficiente. El alcohol y el tabaco quedan prohibidos y las mujeres están obligadas a cubrirse con el niqab. A partir de ahora las ruinas más valiosas de Siria serán testigo de ejecuciones públicas, que el EI emplea para sembrar el terror entre la población local y mundial.

*Edición íntegra del artículo publicado en los diarios de Vocento el 23 de mayo de 2015