BAGDAD. “Antes luchábamos contra ellos, pero ahora luchamos juntos”. Abdul Wahed es oficial de la milicia de Al Sahwa (El Despertar) en la complicada y hasta hora irreductible zona de Al Dora, al sur de Bagdad. Lidera un grupo de hombres cuyo número prefiere omitir, “por motivos de seguridad”, que desde hace cinco meses trabajan codo con codo con las tropas de Estados Unidos y las fuerzas de seguridad iraquíes para acabar con la presencia de Al Qaeda en la zona.

La integración de estas milicias sunís a las tareas de seguridad es uno de los factores principales que explican la reducción de los índices de violencia en el país en los últimos meses. A los 164.000 efectivos norteamericanos se les suman ahora unos noventa mil hombres con la gran ventaja de que conocen perfectamente la zona donde luchan, porque cada miliciano se encarga de la defensa de su propia calle. “En estos cuatro años el gobierno ha chiizado las fuerzas armadas. La columna vertebral del actual ejército son las milicias Badr y ante los actos de violencia del Ejército del Mahdi, siempre han cerrado los ojos. Pero deben darse cuenta de que el enemigo real es Al Qaeda, no los sunís de Irak”, señala el oficial mientras sale de la oficina para mostrar los daños causados por un artefacto que ayer mismo colocaron a su puerta. “Los terroristas están aquí, les conocemos”, afirma.

En su despacho cuelgan los diplomas que los estadounidenses le otorgaron por asistir a un curso de formación de tres días en la Zona Verde. Desde entonces su relación con sus anteriores enemigos es fluida. Los americanos pagan un sueldo de 223 euros a cada miliciano y adelantan la paga de tres meses. También entregan a los oficiales 153 euros para que se encarguen de uniformar a los suyos y les proporcionan chalecos antibala. “Las armas son las que tenemos cada uno en casa, de momento nos han dado poco material, pero suficiente”, apunta Abdul Waheed.

Motivos del cambio
¿Cómo se explica que estos milicianos hayan cambiado de bando?, es la pregunta que se hacen los propios dirigentes iraquíes, mayoritariamente chiís, que aceptan a regañadientes esta nueva estrategia puesta en marcha por Estados Unidos hace año y medio y que empieza a dar sus frutos. Los sectores más críticos temen que este rearme, a la larga, no sirva más que para el fortalecimiento de los grupos suníes de cara a una hipotética guerra civil contra sus hermanos de Islám.

Al llegar los americanos no supieron leer la situación. Rechazaron a todos los sunís por considerarlos herederos de Sadám y auparon al poder a una clase política chií criada y vendida a los intereses iraníes. Estos políticos quieren dividir el país en tres zonas, una chií, una suní y una kurda y han sido los que han fomentado las luchas sectarias”, lamenta Waheed, que no tiene otro remedio que mirar al frente y olvidar estos años en los que cada mañana tenía que retirar cuerpos de vecinos y amigos de las aceras de Al Dora.

Los grupos sunís se fundieron al comienzo de la guerra bajo el nombre genérico de resistencia y muchos llegaron a cooperar abiertamente con Al Qaeda contra el enemigo común, que no era otro que Estados Unidos y el gobierno chií instaurado en Bagdad. Sin embargo, muy pronto surgieron las diferencias debido a los distintos objetivos y formas de actuar empleadas entre los iraquíes y los terroristas extranjeros al servicio de la red yihadista. “Al comienzo no peleamos contra los americanos porque queríamos que acabaran con Sadám, pero hicieron las cosas tan mal, mataron a tantos civiles… No podíamos hacer otra cosa que luchar, era cuestión de supervivencia. Aquí se ha llevado a cabo una limpieza étnica por parte de los chiís, con el visto bueno de autoridades y ejército iraquíes, y por eso nos revelamos. Entonces llegó Al Qaeda y al comienzo cooperamos, pero de una forma espontánea, sin coordinación. Ellos son grupos diferentes, sin apenas relación y en muchos casos operan como una especie de mafia. Ahora es el momento de poner fin a la sangría entre iraquíes. No más sangre iraquí”, opina Waheed al referirse a un conflicto que ha costado la vida a 89.760 civiles según la base de datos Iraqi Body Count (www.iraqbodycount.org).

El concepto global de guerra santa, el asesinato indiscrimado de civiles y la aplicación de la sharia en las calles chocaban con un una resistencia que luchaba en clave nacionalista, orientaba sus ataques a las fuerzas extranjeras y carecía de unos fundamentos religiosos estrictos. “Aunque todavía es pronto para afirmar que Al Qaeda ha sido totalmente derrotada, lo cierto es que ha iniciado una tendencia que guarda numerosas semejanzas con la del yihadismo takfirí argelino, y que en el medio o largo plazo llevará a que se convierta en un actor marginal del conflicto”, señala el Doctor Javier Roldán en un informe elaborado para la organización Athena Intelligence.

Barras y estrellas en Al Dora
Los blindados americanos pueden circular en Al Dora cinco años después de haber pisado suelo iraquí. Saludan a su paso a los milicianos que controlan los puestos de control de acceso al barrio y levantan el dedo pulgar, como gesto de que todo va bien. Desde el 11 de noviembre se dedican a intentar reconstruir lo que tantas veces han bombardeado en estos años de lucha contra los que ahora son su mejor defensa. Mohamed y Mahmoud han visto como su vida ha dado un giro de 180 grados. A sus veinte años visten el uniforme color safari de la milicia y los chalecos con la bandera de Irak. Calzan las botas clásicas del ejército estadounidense –no en vano es una empresa americana es la que se encarga de uniformar a la milicia-, pero aun no les ha llegado el momento de colgar sus viejos Kalashnikovs. Tampoco patrullan en grandes coches blindados, lo hacen en sus vehículos particulares. “Confían en nosotros para la seguridad. Han sacado a las fuerzas armadas iraquíes, que son los que más daño nos han hecho, y saben que vamos a cuidar a nuestros vecinos porque somos de Al Dora, esta es nuestra tierra y nadie nos va a echar”, aseguran desde su puesto de control, una pobre garita de chatarra rodeada de alambre de espino.

Pero no todos los grupos sunís han aceptado el acuerdo con Estados Unidos. El sector más radical sigue luchando contra las fuerzas extranjeras bajo el nombre de Ejército Islámico de Irak y exigen la retirada de “las fuerzas de ocupación”. Uno de su bastiones se encuentra, precisamente, en uno de los extremos de Al Dora y desde allí siguen atacando cuando pueden la Zona Verde, situada al otro lado del río. Pese a ello, tampoco esta facción más radical del sunismo iraquí comulga de los principios salafistas de los yihadistas que combaten en nombre de Al Qaeda. Otra facción de sunís moderados, antiguos miembros del partido Baaz, tampoco aceptan la presencia extranjera y bajo el nombre de ‘Alto Mando de Combate y Liberación de Irak’ se autodefinen como “los legítimos representantes” de la nación.

“Ahora podemos dormir sin pistola. Yo ni recuerdo donde la tengo. Los terroristas siguen estando aquí, pero ya no son los dueños de la calle. La milicia nos protege y voy a volver con toda mi familia”, comenta Saimm, un vecino que se encuentra reparando los desperfectos de una casa de donde tuvo que salir debido a la violencia. Esta calma, sin embargo, es frágil y depende del equilibrio de las relaciones entre americanos, milicianos y un gobierno iraquí que, a diferencia de lo que hizo con las milicias chiís Badr, bajo ningún concepto quiere integrar a estos milicianos, mayoritariamente sunís, en el ejército regular. Se calcula que apenas el once por ciento de la milicia ha dado el salto a las fuerzas armadas. El primer problema puede llegar en breve ya que, según el diario Al Hayat, varias facciones del Despertar Suní denuncian que no han recibido el dinero acordado y que van a ir a la huelga en los próximos días.