MTSKHETA. “Hemos venido con lo puesto. No tuvimos tiempo de recoger nada, sólo de correr”. Soso Samjaradze lleva cinco días en Mtskheta junto a su mujer y dos hijos. Salió como pudo de su aldea, situada en las proximidades de Gori, y ahora vive en una casa de una familia que les ha acogido. Sin tiempo a la llegada de la ayuda internacional, la población georgiana se ha organizado para recibir a los desplazados por el conflicto y es en Mtskheta –localidad situada quince kilómetros al norte de Tiflis y antigua capital del país- donde han abierto un centro de registro, de distribución de alimentos y ropa y de búsqueda de alojamiento para miles de personas.

Por aquí han pasado 2.200 personas, pero hay más centros de acogida en los alrededores y en total estamos atendiendo a unas cuatro mil víctimas”, destaca Gibi Amirkhanashvili, responsable municipal que supervisa el reparto de alimentos. “Todo son donaciones privadas de vecinos y empresarios locales, no hay nada venido del exterior ni apoyo gubernamental”, afirma con rotundidad. En la parte baja de su oficina decenas de personas hacen cola para recibir provisiones. Disponen de sacos de harina, arroz, latas de tomate, pasta… todo de forma gratuita, pero necesitan de manera urgente alimentos para niños. “La entrada en vigor del alto el fuego se ha notado, pero para peor. En los últimos dos días estamos recibiendo más gente que al comienzo, todos huyen de los actos de vandalismo y pillaje de los paramilitares”, lamenta Amirkhanashvili que también indica que gracias a la implicación de los vecinos, se han levantado las tiendas de campaña de los primeros días y todo el mundo ya puede dormir en casas. Las lonas cedidas por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) han vuelto a sus cajas.

Entre los recién llegados, rostros desencajados y lágrimas. Hablan de saqueos, asesinatos, casas quemadas y absoluto pánico. Cuando se les pregunta por los autores de estas acciones las respuestas son confusas. Apuntan a “rusos”, “chechenos”, “osetas”… no saben si eran militares o paramilitares, “¿qué importa? Nos atacaban y ahora se han quedado con todas nuestras pertenencias”, responde una anciana que espera su turno.

Familias de acogida
Los desplazados han encontrado albergue en varios pueblos del distrito de la antigua capital georgiana. Los doce miembros de la familia Javakhishvili viven con unos familiares lejanos en Saguramo y aunque ayer mismo tenían planeado regresar a su aldea en Osetia del Sur, muy cerca de la capital, Tskhinvali, finalmente cambiaron los planes y se quedan hasta que el alto el fuego sea una realidad. “Los teléfonos están cortados y no sabemos absolutamente nada, así que es una incógnita lo que nos vamos a encontrar a la vuelta. La única información es la que recibimos de los recién llegados que hablan de desolación y saqueos”, lamenta el cabeza de familia.

El horror a los rusos comparte protagonismo con la insatisfacción con su presidente, Mikhail Saakashvili, por haberles metido en una guerra imposible de ganar. “Los rusos pueden matar a su madre si hace falta, no tienen escrúpulos de nada, ¿qué esperaba el Presidente? Ahora lo hemos perdido todo por su culpa”, denuncia una joven que lleva a su bebé en brazos. El joven dirigente pierde crédito entre una población ahogada por la grave crisis económica que atraviesa el país y que ha sido severamente agravada por la reciente guerra.

Pasan los días y las fuerzas del Kremlin siguen sin permitir la apertura de un corredor humanitario para atender a todos los que no han tenido suerte de huir de la zona en conflicto. A la espera de que la diplomacia logre abrir el candado impuesto por Moscú los propios georgianos se han organizado para ayudar a los suyos. En la misma capital, Tiflis, colegios y centros deportivos también han sido acondicionados para recibir a los que huyen del norte del país. Un éxodo masivo que está colapsando muchas áreas de la ciudad. ¿Hasta cuándo va a durar el control ruso de la zona? “Hasta que nos llegue una orden de arriba”, bromeaban algunos soldados apostados a la entrada de Gori, una ciudad que tres días después del alto el fuego, sigue sin estar bajo control georgiano.