SANAA. La noticia del premio sorprendió a Tawakul Kerman en la misma tienda que ocupa desde que en febrero decidiera echarse a la calle para exigir el fin de la dictadura de Alí Abdulá Saleh. “Es un premio para todos los yemeníes, una victoria para nuestra revolución pacífica que logrará su objetivo por medios pacíficos y una victoria de todas las revoluciones de nuestros hermanos árabes”, aseguró la joven periodista y activista de los derechos humanos de 32 años a la cadena BBC poco después de conocerse el fallo que le convertía en Nobel de la Paz junto a Ellen Johnson-Sirleaf y Leymah Gbowee. Ocho meses después de levantar su tienda frente a la universidad de Saná, donde sus tres hijos y su marido acuden a visitarla una vez por semana si las condiciones de seguridad lo permiten, su persistencia y capacidad de liderazgo le han valido un galardón que supone un golpe directo a la administración yemení que se resiste a escuchar la voz del pueblo. “Es un reconocimiento a todas las revoluciones”, señaló la propia Tawakul en referencia a los procesos revolucionarios de Túnez, Egipto, Siria o Libia que han sacudido al mundo árabe en el presente 2011.
El premio supone un poco de aire para una revolución que está muy cerca de convertirse en guerra civil y que sigue su marcha lejos de la atención de los medios internacionales. Una revolución que hace dos semanas recibió un duro revés tras el regreso del presidente Saleh a Saná después de pasar tres meses en Arabia Saudí recuperándose de las heridas sufridas en un atentado. “Soy una persona conocida porque llevo mucho tiempo en la oposición, pero no me considero líder de nada, ni aspiro a ningún cargo político en el nuevo Yemen. El día después de la caída definitiva de Saleh volveré a mi casa y seguiré trabajando en mi ONG para defender los ideales de quienes están haciendo posible este levantamiento”, declaraba a este medio Tawakul en un viaje reciente a Saná desde su cuartel general en la rebautizada Plaza del Cambio, frente a la universidad.
Hija de un antiguo ministro de Justicia, licenciada en Administración de Empresas y miembro del partido islámico Al Islah (el más importante dentro de la oposición), no oculta que su verdadera pasión es el periodismo y por ello dirige la ONG «Mujeres periodistas libres de cadenas». Los islamistas radicales hablan mal de ella en las mezquitas y le acusan de dejar de usar el niqab (velo que cubre todo el rostro), que ella dejó en el armario “porque no era compatible con mi trabajo de activista social y por eso lo cambié por el pañuelo con el que siempre me cubro”, reconoció a lo largo del encuentro mantenido con este medio.
Como periodista vaticinó el estallido de la revolución en Yemen en una serie de artículos publicados entre 2006 y 2007 que en los últimos meses reeditan los medios de la oposición. Estos trabajos le llevaron a visitar la cárcel por primera vez. Uno de ellos se titulaba ¡Saleh vete a casa!, y se ha convertido en el auténtico grito revolucionario de una revuelta que aspira a lograr lo mismo que tunecinos, egipcios y libios ya han logrado.