TEHERÁN. Amir Mirzaei Hekmati se enfrenta a la pena capital en Irán. La Justicia le acusa de ser espía de la CIA y a falta de la ratificación del Tribunal Supremo, el joven de 28 años nacido en Arizona espera en el corredor de la muerte. A los ayatolás no les ha temblado el pulso a la hora de hacer pública la sentencia, pero habrá que ver si se trata de un farol o si la llevan adelante. Hasta ahora nunca han ejecutado a un espía extranjero, son cartas demasiados valiosas en el tablero internacional como para terminar colgando de una grúa.
Por primera vez desde la imposición de las sanciones la república islámica sufre. El bloqueo al Banco Central supone un ataque a la línea de flotación de un sistema que necesita divisas como respirar y las autoridades lo saben, por eso algunos diplomáticos extranjeros se sorprenden ante “unas autoridades que por primera vez se han puesto nerviosas”. Aunque las figuras más destacadas del sistema no brillan por la profundidad de sus discursos económicos, el régimen sabe que jugar con los dólares es jugar con fuego porque el respaldo de un gran sector de la población se basa en las ayudas directas.
Occidente se ha dado cuenta que ha dado con la tecla mágica y se encuentra en una posición de fuerza que nunca antes había tenido. Hasta ahora Teherán era capaz de burlar la presión de EE.UU gracias al ‘apoyo’ de la UE, pero ahora los intereses de ambos bloques parecen unidos y por primera vez van de la mano. Eso sí, aquí nadie olvida que este país sobrevivió a casi una década de guerra con Irak con fuertes sanciones sobre el sistema.
A la familia de Hekmati le importarán bien poco estos juegos económicos. Ellos esperan que su hijo vuelva a casa cuanto antes, pero saben que forma parte del tablero en el que está en juego el papel de la mayor potencia regional, Irán.